La insospechada levedad del canto, en la nueva película de Alberto Valtellina

«Ho lloré cuando murió mi esposa, pero también lloré cuando tuve que dejar el acordeón…” exclama Giovanni, un anciano huésped de una residencia de ancianos. Giovanni cuenta cuando, de joven, junto a sus hermanos y padres actuaba cantando en bodas, acompañado por el sonido del acordeón, mientras charlaba con Ilaria, Miriam y Swewatres de los cinco componentes y almas de Compañía Piccolo Canto de Bérgamo. Una frase que provoca una risa amarga, pero que, si se quiere, también contiene un poco del significado de una película como « trabajando canto». Es decir, la historia de una actividad, la de cantar, que es algo más que una actitud o una experiencia: una parte indispensable de nuestro ser, una expresión del yo que nunca deja de latir y se manifiesta como una necesidad primaria. Porque todos -unos más, otros menos, unos mejores, otros peores- en un determinado momento de nuestras vidas empezamos a cantar y cantar, después de aprender a hablar, es algo que nos llega como una especie de instinto natural. De la misma manera nos apetece intentar correr en cuanto aprendemos a caminar.

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