Abre esas puertas: Kafka, Strehler y Trieste

por Elisabetta Proietti

Es un hilo tenaz que une Trieste con la puerta divisoria. La ópera es una producción del Teatro Lirico Sperimentale Adriano Belli –un pool de talentos con competencia europea– que la estrenó en la 76.ª temporada en Spoleto en 2022. La metamorfosis de Kafka, Giorgio Strehler escribió el libreto a principios de los años cincuenta. Aunque el espectáculo había aparecido en la cartelera de la Piccola Scala en las temporadas 1956/57 y 1957/58, nunca subió a escena y el material permaneció durante años en el archivo histórico del Piccolo Teatro de Milán. Ahora, tras Spoleto, con la misma puesta en escena adaptada a un espacio escénico mayor, la ópera llega a la ciudad de Strehler y Victor de Sabata que la encargó, a la ciudad añorada por Kafka en la que por poco tiempo trabajó con una aseguradora. empresa y estudió italiano. Parece una cita que siempre ha estado escrita en la agenda de la época, el cruce de destinos insólitos que deben encontrarse en un determinado punto de inflexión de la historia.

la puntuación de la puerta divisoria se había confiado a Fiorenzo Carpi, autor de mucha música incidental para el propio Strehler y de bandas sonoras para cine, incluida la de Pinocho (1972) de Comencini. Carpi dejó la ópera inacabada por motivos que no se conocen del todo (quizás, pero esto es lo que sólo se adivina a partir de una carta, por el deseo de un mayor espacio para el comentario musical frente a un libreto más concebido para el teatro hablado). que para ‘Ópera).

Fiorenzo Carpi puso música a cuatro de las cinco pinturas narrativas escritas por Strehler. La reciente finalización fue confiada a Alessandro Solbiati: el último cuadro se abre con un nocturno de voces en off, como quería Strehler, y la dureza de la historia explota con toda su fuerza al igual que la desgarradora dulzura del canto de barítono del moribundo Gregorio. Se trata de un contrapunto a la voz que Carpi eligió darle a Gregorio mientras éste se transformaba en insecto, una voz de extrañamiento formada por una tríada de voz blanca, tenor y barítono.

La partitura original de Fiorenzo Carpi incluía una orquesta de 56-58 instrumentos, la transcripción actual de Matteo Giuliani los ha reducido a 13, facilitando la circulación de la obra. El concertista y director es Marco Angius, mientras que los decorados son de Andrea Stanisci, el vestuario de Clelia De Angelis y las luces de Eva Bruno.

Para Gregorio nada cambió en sus sentimientos incluso cuando se encontró de la noche a la mañana disfrazado de una gran cucaracha. Está más allá de la puerta y allí debe permanecer, hasta que los demás le quiten la espina clavada de que ya no es reconocible. En escena una fina red separa, a modo de telón, el escenario por el que se mueve la familia de Gregorio de los espectadores y del propio Gregorio, que desde un escenario entre el público intenta ser escuchado. Los intentos torpes y las preguntas sin respuesta de quienes no tienen intención de comprender, los prejuicios y los miedos de la vida cotidiana burguesa, que Strehler había ambientado en el Milán de los años 1930 (como no había escrito expresamente pero dejó entender en muchos detalles, empezando por los trajes).

En medio de esa delgada trama, en el centro de la escena está la puerta que divide los dos mundos ahora irreconciliables. Se abre varias veces: para los pasajes de comida o para mirar a la cara lo absurdo que inmediatamente rehuimos. La dirección de Giorgio Bongiovanni sitúa así a Gregorio del lado del espectador: es uno de nosotros, su punto de vista de paria es el nuestro. Gregorio encarna la irreconocible a la que está condenado cada uno de nosotros considerado “diferente”.

Pero los espectadores estamos al mismo tiempo de este lado y del otro lado de la puerta divisoria, porque al fin y al cabo es una barrera frágil y las actitudes de los familiares que se mueven en el escenario, su sordera, nos pertenecen. ; mientras Gregorio, con sus emisiones desordenadas, se convierte en la voz que no queremos escuchar. La puerta representa el parteaguas de nuestra conciencia: estamos colocados físicamente en nuestro lugar del mismo lado que Gregorio pero la dirección y la música aún nos transportan al margen, al punto de unión entre dos mundos.

Bongiovanni explica: “Strehler necesitaba contar esta historia; en su trabajo siempre se guió por la urgencia de decir algo sobre la vida humana. Los significados de la obra de Kafka están fuertemente subrayados en el libreto, al que no es ajena una comedia siniestra. Cerramos la puerta ante lo que consideramos monstruosidades. La familia odia a Gregorio. El padre mata a su hijo porque es diferente a él y a lo que él quisiera, hasta que se siente liberado y aliviado por su muerte.” Un tema universal que “parece escrito hoy: queremos destruir al enemigo político, al migrante, al discapacitado, aunque estén cerca de nosotros”. En la obra emerge con fuerza el contraste entre la seguridad y homologación a la que aspira la familia burguesa y el relato surrealista que la envuelve. Intenté respetar estos significados, así como respetar la música y el libreto.” El resultado es una puesta en escena esencial y depurada, que presenta una producción de gran interés para la cultura del siglo XX y que tiene mucho que decir al público actual.

Martina Carpi, actriz e hija de Fiorenzo, dice que su padre recogió el folleto en 1954, año en que llegó la notificación de la muerte de su hermano, ocurrida nueve años antes en un campo de concentración. “Siempre pensé que no era casualidad que comenzara a trabajar en un texto tan difícil en ese momento. Lo dejó y de vez en cuando lo recuperó. Recuerdo haberle oído decir que lo reescribiría de otra manera”. Continúa: “Creo que mi padre puede darnos una gran lección de libertad mental y creatividad. Hablar de arte es hablar de nosotros y de nuestra alma, y ​​de la posibilidad de expresarnos de forma activa y vital. Mi padre no se detuvo ante nuevas posibilidades, estudió, siempre impulsado por la necesidad de encontrar nuevos lenguajes musicales que estuvieran basados ​​en una formación muy sólida.”

En el Teatro Verdi de Trieste del 14 al 16 y luego del 21 al 23 de junio la puerta divisoria sube al escenario en un díptico con El castillo del duque de Barba Azul de Béla Bartòk: nueva puesta en escena de la Fundación Teatro Lirico Verdi que confía la dirección a Henning Brockhaus, encargado de las luces y también de las escenas con Giancarlo Colis; el vestuario es del propio Colis y la coreografía de Valentina Escobar. El vínculo entre las dos obras se da ante todo en la música atonal y el estilo expresionista. A nivel dramático, la relación entre la sociedad y lo que intenta expulsar antes de comprenderla vincula las dos obras de un acto, en un juego de espejos en el que víctima y verdugo se confunden. Y esas puertas, que esconden y revelan.

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