El comisario Luciano Spalletti es nuestra esperanza. No el único: el principal. Siempre he tenido en alta estima a los entrenadores, su competencia, la capacidad que poseen para cambiar positiva o negativamente el valor de los jugadores y de los equipos, partiendo de una convicción inquebrantable: sin buenos futbolistas no se puede ganar una temporada feliz.
Volviendo a la selección que debuta con la Albania de Sylvinho, ex colaborador de Mancini, confirmo que confío mucho en Spalletti, que es la expresión de la mejor escuela de entrenadores del mundo.
Lucio no puede ganar partidos solo, ningún entrenador es capaz de hacerlo, ni siquiera Guardiola, considerado el mejor de la categoría, pero sabe poner en dificultades a cualquier rival, multiplica las soluciones y tiene las herramientas (incluso emocionales). Las contorsiones de las que tanto se habla son de muchos.
Cuántas veces nos han dicho que en Italia hay 60 millones de entrenadores y todos ellos son buenos delante de la televisión. El último en decirlo fue Pirlo. De esos 60 millones -que abandonaron la televisión desde la infancia- han surgido en los últimos treinta y cinco, cuarenta años Allegri, Ancelotti, Capello, Conte, De Zerbi, Gasperini, Inzaghi, Italiano, Lippi, Mancini, Montella, Pioli, Ranieri, Sacchi, Sarri, Spalletti y otros.
Alex Ferguson dijo una vez que “formarse significa afrontar una serie infinita de desafíos: la mayoría de ellos tienen que ver con la fragilidad del ser humano”. Luciano debe hacernos inquebrantables.