«Francesco, soy yo cada primer viernes de mes». Inmediatamente sorprende el recuerdo muy privado y la cabeza inclinada de Don Pino Setti, primer párroco de la Iglesia de la Transfiguración. Allí el vínculo con Canali y su familia se había estrechado no sólo de domingo a domingo, sino ciertamente hasta ese rito de cariño y fe del viernes, primero de cada mes, precisamente.
“Llegué a tu casa con el consuelo de la Eucaristía”, se dirige a Francisco, revelando al mismo tiempo a quienes no conocían la fuerza de aquellos momentos forzosamente recogidos y fuertemente deseados.
«Fui empujador a mi manera – se define el sacerdote con humildad y timidez – y gracias a esa Eucaristía, cada mes entraba en tu casa una gran luz, una luz que cada vez nos persuadía de que tu casa y la de tus padres eran realmente una iglesia, tu iglesia. Y cada vez me atreví a hacer la mímica del abrazo asambleario de nuestra comunidad a todos ustedes.”
Hay un hombre frente al Misterio en las palabras de Don Setti. Y no importa que ese hombre sea también sacerdote: la fe pone a prueba a todos, precisamente por esa confianza que no proviene de la certeza sino de la dificultad de creer, de la esperanza de creer.
Y aquí regresa Francesco Canali y su postura de vida y de viaje. «Esa luz de tu casa nunca se apagaba, ni siquiera en los momentos más difíciles, y me enseñó mucho: tuvo en mí reverberaciones preciosas y confirmatorias. Y quiero que sepas, Francesco, que esa luz viene a visitarme a veces, por la noche, como una caricia.”
Fe y cumbres, en la amistad de larga data entre el soldado alpino y el sacerdote: «Yo tampoco he dejado nunca de sentirme un compañero de viaje – concluye siempre Don Setti en tiempo presente y conmovido –: frente a nuestras pequeñas iglesias de montaña, cuando experimento el milagro de un dolor que se convierte en canción. Y por este regalo yo también debo darte las gracias: a ti y a tus seres queridos”.
CC
