con Croacia los límites habituales

Seamos honestos: ya no lo creíamos. Sí, porque faltaban pocos segundos para el pitido final y el destino de Italia parecía ya escrito: tercera posición del grupo y futuro en el torneo que llegaría desde la repesca. Luego, casi de la nada, llegó la perla del hombre menos esperado, ese Mattia Zaccagni que, en las últimas semanas, parecía uno de los candidatos a ser “eliminado” por el técnico Luciano Spalletti de la lista de convocados. Y el propio extremo de la Lazio, que se hizo cargo al final de los últimos ataques desesperados, pilló el comodín en pleno tiempo de descuento con un derechazo que congeló la marea croata en Leipzig. Un destello que nos regala los octavos de final.

El resultado y el paso a la siguiente ronda, seamos honestos, son lo único positivo de la noche. Sí, porque también esta vez, como pasó con España, vimos a una selección tímida, poco valiente, con muchas limitaciones técnicas e incapaz, salvo en la accidentada final, de hacerse con el control del partido. Un equipo obediente, el azul, que dejó jugar a Croacia desde el primer minuto. Y si es cierto que durante la primera parte a los croatas les costó presentarse con cierto peligro en el área de Donnarumma, también lo es que, con una actitud similar, tarde o temprano conseguirás el gol. Como sucedió en la segunda parte, a pesar de que Donnarumma (sí, él otra vez) hizo todo lo posible para mantenernos arriba repeliendo con clase el penalti de Modric.

Entre los puntos dolorosos, entonces, la esterilidad ofensiva: si Scamacca había tenido poco impacto en las dos apariciones anteriores, no mucho mejor, a pesar de la buena voluntad, lo hizo Retegui. Y aquí volvemos a resaltar una carencia que ya habíamos destacado en la víspera del torneo: la falta de calidad en los últimos treinta metros y de un delantero de primer nivel. Tampoco Pellegrini, sustituido al final de la primera parte, ni Jorginho, que parece tener un ritmo demasiado lento para iluminar la maniobra, que, inevitablemente, se vuelve lenta y predecible.

Al final, por tanto, sólo queda salvar el resultado y la reacción, más impulsiva que racional, que llegó en los minutos finales. Sin olvidar, junto a la falta de cinismo de Croacia, que desperdició un par de buenas oportunidades para dar el golpe de gracia, ese pellizco de buena suerte que contribuyó a mantenernos con vida. Precisamente esa buena suerte que siempre ha sido imprescindible para llegar al final de torneos de este tipo. Quién sabe, tal vez sea una señal, aunque, debemos admitirlo, la Italia vista hasta ahora no nos hace hacer quién sabe qué fantasías con nuestra imaginación.

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