En la muerte de la seducción | El papel

En la muerte de la seducción | El papel
En la muerte de la seducción | El papel

Veo todo, no toco nada. Podríamos resumir así el arte amateur de los últimos años. Con la ilusión escénica del encuentro -la seducción- poco asociada a los tiempos que corren. Aunque sólo sea porque con las aplicaciones (Tinder, Grindr, Sodome y Gomorre) hoy puedes verlo todo. Y no sólo no podemos llegar al “por tanto” – el “por tanto” mágico de soñar sobre la almohada, con el teléfono apagado. Ni siquiera puedes tocarlo. Tampoco es previsible. Fin de la fantasía. Así, la seducción, que fermenta en la oscuridad, sola, se convierte en una reliquia del siglo pasado, además en contraste con el amor moderno (ya llegamos).

Pero, yendo al grano -y la cuestión es que hemos convertido las miradas en grandes ojos en el porno-, así de complicado resulta hoy en día desencadenar el juego. Ese círculo que conecta la vista y el tacto es cada vez más tortuoso: la seducción. Tanto es así que, hablando todavía de tacto, hace unos años The Journal of Hand Therapy estimaba que la fuerza de la mano de los estudiantes universitarios estadounidenses se había reducido de 53 a 44 kilogramos entre 1985 y 2016: dado que eso no significa nada, si se lee en su formato propia – y significa todo si se lee junto con la vulgata de nuestros tiempos. Y eso se debe al hecho de que el músculo es frágil, el amor es débil y que ya no nos acostamos, sean hombres o mujeres. Entendiendo que si la cama -como sabemos- es sólo el destino, la seducción es el viático. Y lo que importa aquí es precisamente esto: el circuito que se convierte en cortocircuito. El juego del amor que, al forzar la vista, provoca un apagón total (a pesar de la pantalla). Es la crisis de la seducción y el fin de la fantasía. Pero vayamos en orden.

Al principio existía el “sexo ético” (y online)

Si alguna vez pudiéramos descubrir la clave, nos encontraríamos alrededor de la década de 1990. En esa puerta giratoria de la humanidad que no sólo transformó lo analógico en digital. No sólo el sapiens se transformó en homo social. Pero también asoció el “lo veo todo” con el “no toco nada”. Y borró la imaginación.
Para empezar, en los albores de Internet y del porno online, incluso antes del zoco sucio que es Onlyfans, apareció un libro. Una especie de doctrina del nuevo sexo -el “sexo ético”- que explicaba en qué dirección debíamos ir. Era 1997 y aquí comienza la anatomía de una caída. Nuestro.

En los años 90, Dossie Easton y Janet Hardy teorizaron el poliamor para “mujeres felices” (putas) nada menos que “ético”.

En 1997, sólo diez millones de ordenadores estaban conectados a Internet en todo el mundo, el primer servicio de correo electrónico se estaba desarrollando en Cerdeña, la gente apenas navegaba por Internet… Y fue precisamente entonces, a finales de siglo, cuando Dossie Easton y Janet Hardy, adelantadas a su tiempo, se propusieron escribir The Ethical Slut: una guía práctica sobre el poliamor, las relaciones abiertas y otras aventuras. Una guía del poliamor -ciencia ficción en su momento- que los dos filósofos nos regalaron como frontera de las relaciones humanas y un manual para “hembras alegres” (zorras) nada menos que “éticas”. Las mujeres, es decir, a quienes les gustan los hombres, acumulan coqueteos. Pero a diferencia de los machos, los conectan. Y por eso los diferencian unos de otros. Según la teoría postanalógica de la “mirada 4D”.

Ahora. Tal vez sea porque aquí tenemos nuestros propios pensamientos, lo confesamos, incluso los más banales, por lo que cuanto más secreto es, más hermoso es. Tal vez sea porque nos apegamos sobre todo a un maestro del otro mundo: el poeta Kuki Shūzō, según quien todo consiste en no saber nunca del todo y en “recordar – mientras se seduce – en qué se basa la paradoja de Zenón”. Pero el poliamor, que se centra más bien en “prohibido prohibir” -y en saberlo todo, también gracias a Internet- es indicativo de la dirección en la que vamos.
Y aquí. Todo partiría, según los filósofos, del concepto de mirada 4D. Es decir, de la necesidad de digitalizarse y modernizarse. Sin secretos. Acostumbrarse al poliamor y ver lo que en otros tiempos hubiera sido invisible: lo que hace, cuando no estamos; ¿A quién le escribimos cuando él no está? Educando así para saberlo todo, alegrarnos de todo. Liberalizar el asunto… Eticarlo. Rompiendo los misterios que nos parten el corazón y que, con el teléfono en la mano, ya no escapan. En definitiva: rasgar los velos de la ilusión y, inevitablemente, de la seducción (que se viste de velos y se alimenta de la ignorancia).

En resumen, por tanto, la caída comenzó con la combinación de medios y mensajes. De la decocción de píxeles y ética que pretendía normalizar -o anerotizar- el amor secreto. En este sentido, el tema del poliamor, sobre el que leímos por primera vez en los años noventa y que ahora leemos todos los días en el New York Times, es más indicativo que otros. Ya que, combinado con el tema de la seducción, nos hace comprender que ya no existe el misterio (que de por sí es el hábitat del seducido-abandonado), sino un acuerdo entre múltiples partes que se legitiman. Y es quizás a partir de aquí, del asunto a la luz pública, que la seducción comienza a desahogarse.

Tire más del joystick…

Pero si la seducción termina debido al desmoronamiento del secreto – y deja espacio para relaciones abiertas (y correctas) – del otro lado hay nuevos dispositivos. Hay mensajes (éticos) y hay medios (digitales).

Entre los periodistas que crecieron en “Sexo en Nueva York”, Maïa Mazaurette, una parisina que pertenece al denso grupo de reporteros sexuales, explica que, aunque París siempre está rodeada de romance, aunque Françoise Hardy o Anouk Aimée todavía rondan, incluso allí , en el país más erótico del mundo las cosas van mal. Y la cuestión, afirma el experto, no es el sexo en sí, que, si se desea, nunca podría faltar. Tanto como la escasa capacidad de seducir. Es decir, la escasa capacidad de soñar: salir de casa, salir de la cabeza…

Entre los hombres menores de 35 años actuales, dos de cada cinco evitan quedar porque prefieren (casi con razón) la PlayStation al “sexo ético”.

Ahora. Más allá de nuestras especulaciones, Mazaurette, que escribe en el Monde, recopila algunos datos del Instituto francés de opinión pública. Cifras según las cuales, casi treinta años después de 1997, entre los hombres menores de 35 años, dos de cada cinco evitan encontrarse porque prefieren la PlayStation al “sexo ético”. Prefieren (casi con razón) perder el tiempo en Instagram y aburrirse de las series de televisión. De la serie: tirar del hilo (del joystick) más que el otro. Y la razón por la que la seducción no funciona, dice Il Monde, es que la mente, saturada de píxeles, ya no sabe crear sueños oníricos y, en serio, prefiere el hilo del joystick. (Y lo llamaron “macho tóxico”: sí, de Play).

Pero en este sentido, de nuevo, y es decir, en materia de píxeles y dotages, nos parece un capítulo aparte, después de FIFA, Onlyfans. El zoco sucio -ya sabéis- que ha cambiado y está cambiando la seducción y la prostitución (y siempre en la clave: no tocar nada).

OnlyFans, si hablamos de apocalipsis seductores, es muy interesante ya que muestra hasta qué punto los nuevos medios han apagado las luces rojas. Y es decir, los lugares que históricamente –desde los “famosos casinos de via Fiori Chiari” (Camilla Cederna, 1979) hasta el Japón semiextinto de Kuki Shūzō– fueron mercados de fantasía, más que de carne.

He aquí la plataforma lanzada en Gran Bretaña en 2016, un emporio que vende y comercializa de todo: contenidos de cocina, música, evidentemente desnudos, y que hoy es imprescindible para centrarse en el tema.

En resumen: la característica de OF es ante todo la exigencia de pago a los usuarios (sólo los fans con suscripciones mensuales que van desde 5 dólares hasta 50 dólares tienen acceso a las fotos; de ahí: prostitución); Dicho esto, la plataforma limita todo a la visualización únicamente (sólo a vídeos que, según una investigación publicada en State of Mind, en la mayoría de los casos están modificados). Y por lo tanto el verdadero tema, el tema por el cual decimos que OF rompe el hechizo de la prostitución, es que el striptease a media pantalla, aquí, nunca se resuelve en nada más. Menos aún en el camino que -citando a Metastasio- lleva del amor falso al amor verdadero. Nada. El pequeño espectáculo será enteramente digital: ella se desnudará poco a poco y él atacará sus nalgas (informatizadas). Nadie será jamás seducido -es decir, mirado con un ojo que preludia el tacto-, nadie será jamás abandonado. Y todo estará muy alejado, de nuevo, del burdel que ya se lamentaba a finales de los años cincuenta, es decir, tras la ley Merlín. Lo cual –escribió Dino Buzzati en un formidable artículo de 1965– habría cortado para siempre “un hilo de civilización erótica que, en el contexto de los burdeles, se transmitía, con la palabra, con el ejemplo, de generación en generación, alimentando un arte a menudo refinado. ”. Arte refinado -es decir, seducción- que desde los años cincuenta hasta los años veinte (nuevo siglo) parece haber ido y venido. Y eso, tanto en la cena como en el burdel, transmitido en una ética y una estética -la de los emojis en los perfiles de Onlyfans- que trunca el eros civil. Con putas convirtiéndose en “sex works” (trabajadoras digitales) y actos eróticos que resultan en caritas sonrientes, corazones, cerdos… Gruñidos dibujados: los emojis antes mencionados. (Nota a los amigos: Está bien en Onlyfans, donde pagas y hablas como quieras, pero los guiños por WhatsApp -gratis- no te convierten en ironistas, más bien en analfabetos desconfiados. O, al menos, en analfabetos selectivos. Incompetentes, es decir, por mucho que articules el verbo en otros contextos, golpear cuando el hierro está caliente; incapaz de pensamientos, palabras, fantasías). Y volvamos al punto uno: la falta de imaginación que se infiltra en nuestros chats -llenos de caras estúpidas y estandarizadas- y que se infiltra en nuestras vidas. Mantenido a raya ahora por la ética y ahora por PlayStation.

El fin de la inversión

Volvamos al punto uno. Porque nuestros amores, legítimos e ilícitos, ya no son ritos iniciáticos. Nos parecen más bien mercancías. Si bien sabemos que la imaginación cuesta esfuerzo: una mirada que hay que modular, una aptitud para periodizar… La imaginación es un lujo. Y la seducción hoy no es, como dijo Baudrillard en el mejor libro jamás escrito sobre el tema, “un hecho esotérico” (Sobre la seducción, 1995). En todo caso, es un coste que hemos decidido reducir o amortizar a través de Tinder (los que están satisfechos lo disfrutan), a través de Onlyfans (los que pagan lo disfrutan) y, más en general, en los mercados online donde el emoji prevalece sobre el texto escrito. . Por tanto, donde el verso prevalece sobre el logo (no es casualidad que incluso Emily Ratajkowski, la supermodelo que conocimos hace diez años en el vídeo Blurred Lines, se queje estos días de la falta de “amable, inteligente, divertida” y “más seis”). pies de alto”, oh bueno).

Las supermodelos pueden ser exigentes con la altura, pero una cosa es cierta. La seducción es inteligencia, diversión. Y está en crisis porque es caro. Más aún si Bret Easton Ellis todavía lo escribe en su ensayo Bianco, de 2019, donde el elogiador de la antigüedad (no muy antigua: habla principalmente de los años setenta en California) dedica un capítulo entero al mundo “post-sexo”. . Es decir, a nuestro mundo milenario (y más vago), incapaz de engañar, invertir, seducir… De mirar la lujuria como un objeto de deseo. Como si se tratara, por ejemplo, de una película del “cine Sherman de Ventura Boulevard” o de un libro de la “librería Crown de Westwood”. Algo que tiene más sentido en el sueño que en el clic, ya que el sueño sopla sobre la realidad… Lo cual tiene más sentido en la fantasía. Y está en el anhelo que nos induce a zumbar a su alrededor y a polinizarlo con encanto. Seduciéndolo y dejándose seducir por él. Y aquí. La cuestión, en nuestro mundo post-sexo, es que la seducción está terminando porque los deseos ya no son ediciones limitadas sino mercancías. Basura de Amazon o series de televisión. Algo que está ahí. En resumen, está ahí. Pero que generalmente puedes ver desde casa, sin demasiada imaginación y sin esfuerzo. Algo que se mira, quizás incluso desde todos los lados, según la política, la ética y el 4D… Pero que al final no se toca. Y nunca desencadena el juego. La cena fuera de la ciudad que va al grano. El camino que lleva del amor falso al verdadero.

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