Está claro que este querido hijo apóstol Felipe no siempre es exactamente mesurado y afable en sus palabras. Pero el Señor también le deja la libertad de entrar en relación con Él tal como es, con todas sus dudas, su modo de comportarse inculto, pero al mismo tiempo muy filial, brutalmente auténtico y demasiado espontáneo – “Está bien, Jesús: es Qué lindo cómo hablas, por amor de Dios, pero vayamos al grano: ¡Muéstranos un poco de este Padre al que dedicas tantas palabras! ¡Hasta ahora encuentro que haces mucho humo y nada de fuego!
Esto no quiere decir que para ser cristianos e hijos de Dios sea necesario vivir hablando sin filtros y sin consideración por los demás, sino subrayar que incluso cuando nuestro niño interior toma el relevo, cuando tambaleamos sobre nuestras piernas cansadas y torcidas y Los más turbios de nosotros asomaremos a nuestra manera de relacionarnos con los demás, aun así no perderemos el cariño de nuestro Maestro y Señor.
Precisamente esta conciencia acompaña la actuación de un Felipe que no teme parecer infantil, lo que nos dice mucho del olor a gratuidad que debió caracterizar el amor que Jesús manifestaba hacia las personas que encontraba. En otras palabras: un niño puede cometer errores, incluso puede pecar, pero siempre será amado; su valor nunca se verá afectado por las caídas que realice.
La filiación, entonces, siempre implica e incluye hermandad. Jesús recuerda a Felipe (y quizás también a nosotros) que es sólo este otro-Otro el que nos mantendrá en movimiento, el que siempre nos pondrá en cuestión, el que siempre nos confrontará con nuestras propias dificultades para relacionarnos y superar el rechazo que nos separa como seres humanos. una barrera frente a hermanos reales, concretos, limitados, pero un terreno de prueba y terreno fértil del Cielo, como lo somos nosotros mismos.
Piedras vivas (Roma)
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Fuente: Levántate y camina – el evangelio diario con comentario
