“Eutanasia ilegítima, pero dueños mal informados por el veterinario Guerra”

Dices Balto y piensas en el anciano labrador cuya muerte el 19 de agosto de 2020 desencadenó la investigación que llevó a juicio al conocido veterinario Mauro Guerra. Sin embargo, esta es la tendencia que había traído dos nombres excelentes de Rávena: el de la entonces directora de la prisión, Carmela De Lorenzo. Y de su marido, el funcionario de Hacienda Francesco Vasta. La Fiscalía había solicitado dos sentencias al final del procedimiento sumario: dos absoluciones pronunciadas por el juez de instrucción Corrado Schiaretti. “Porque el hecho no existe” por los controvertidos malos tratos a Balto. Y “porque el hecho no constituye delito” por la matanza injustificada del animal en competencia con Guerra.

“Lo que resulta desconcertante desde el principio – subrayó el juez en los motivos de la sentencia recién dictada – es que la policía local, basándose en los elementos indicados”, haya reconocido “las condiciones físicas y etológicas de grave malestar y sufrimiento” de el animal, los delitos de maltrato y abandono. Pero “tras un examen más detenido – prosiguió el juez de instrucción -, ninguno de los elementos recogidos hasta ese momento permitía creer que existiera noticia de un delito”. Todo empezó con el informe de un subjefe que, estando libre de sus obligaciones, se había topado con ese perro con “ladridos muy lentos” alrededor de las 13.25 horas. Sus dueños se encontraban fuera de la región y lo habían confiado a un vecino. Por supuesto, “una intervención impulsada por un comprensible y compartible sentimiento de lástima por el pobre Balto” que aparecía desnutrido y cubierto de moscas: pero no había “bases jurídicas para considerar el hecho de relevancia criminal”.

Sobre este punto, el juez, citado también en el escrito de la defensa (abogado Ermanno Cicognani), valoró las declaraciones del veterinario, “por tanto un profesional cualificado y ciertamente un tercero”, que había observado a Balto aquel 19 de agosto: Valerio Gambi de la ASL: ” En su opinión el perro había sufrido un golpe de calor – 15 años y 8 meses – era normal que estuviera deshidratado.” En cuanto a las moscas, “es común en los perros mayores: tienen olores particulares que los atraen”. Además añadió que “un labrador de esa edad ya es un récord: tienen una edad media de 12 años”. Pero “no había compartido ninguna de las decisiones tomadas por su colega Guerra: si se lo hubiera confiado, lo habría visitado y tratado de rehidratarlo”.

El juez examinó a continuación los testimonios de los vecinos deduciendo en varios casos “el carácter cuanto menos aproximado así como la distorsión de los hechos provocada por lo denunciado”. Influían a menudo “sentimientos de antipatía y aversión” hacia ambos, “responsables de ser arrogantes y ‘afirmar su posición'”. Como si dijera sólo “problemas vecinales” y no criminales. Una sección entera estaba reservada al asesor de la fiscalía, el veterinario Enrico Moriconi: el suyo, “un tratado pequeño, exhaustivo, completo y a veces fascinante sobre la etología canina”, pero con “limitaciones evidentes”. Véase una “lectura unilateral y acrítica de los elementos”. así como la imposibilidad de saber “rechazarlas desde el punto de vista jurídico”.

E incluso en el caso del sacrificio del animal, “es difícil formular siquiera una sola sospecha sobre posibles responsabilidades” de la acusada, “y menos aún de su marido”, que se encontraba en Roma por motivos de trabajo. “Se encontró decidiendo a 500 kilómetros de distancia” (estaba en Avellino visitando a familiares enfermos) “sobre la suerte de su labrador” cuyas “condiciones dramáticas e irreversibles fueron descritas por su veterinario de confianza”.

La situación es diferente para Guerra, quien “no tenía derecho a proceder a ninguna eutanasia”. En sus declaraciones, “autodefensivas y llenas de falsedades sobre las investigaciones realizadas a Balto”, hubo “algunos datos falsos y otros verdaderos”. En resumen, “nunca hizo un examen clínico a Balto, conocía bien al perro y había sido su veterinario: algo que luego intentó desmentir torpemente por motivos fiscales”. Con todo ello, “la tesis acusatoria adolece inconscientemente de un pensamiento basado en un prejuicio” derivado de que “después de las primeras fases de la investigación, se supo que Guerra regentaba una clínica completamente inadecuada; practicaba la eutanasia según sus ilegítimos o incluso ilícitos, probablemente en ocasiones por simple petición de los propietarios y declararon estar administrando vacunas y terapias que no administraba”. Por último, se le calificó de “pródigo evasor de impuestos: hasta el punto de que se le confiscaron 620.000 euros” contra “entre 2.000 y 3.000 facturas emitidas al año”. Cuestiones sobre las que Guerra se debate ahora después de haber solicitado él mismo un juicio inmediato.

Andrea Colombari

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