Monseñor Luciano Giovannetti murió el día, hace 80 años, en que se salvó de la masacre nazi-fascista en Civitella en Val di Chiana, su ciudad bajo fuego, con 244 víctimas civiles entre Civitella, Cornia y San Pancrazio. En una de esas encrucijadas diseñadas por el destino, el obispo emérito de Fiesole, que habría cumplido 90 años el 26 de julio, falleció en la casa de Arezzo donde vivía enfermo y sufriendo. A pesar de los achaques propios de la edad, confinado en una silla de ruedas, el pasado 25 de abril quiso participar en la ceremonia del Día de la Liberación con el presidente de la República Sergio Mattarella en su Civitella. Conmovido, lúcido, siguió la conmemoración e intercambió palabras con cuantos se le acercaban para recordar aquel terrible día que, nos dijo, “está grabado en mi corazón” y que marcó la historia de Civitella, de la provincia de Arezzo y de Italia. Giovannetti fue monaguillo durante la misa en la que los alemanes irrumpieron en la iglesia. Escapó por una puerta trasera. Luego vino la masacre, con los hombres del pueblo masacrados. Un testigo, una voz de la memoria, un hombre de Iglesia que ha heredado el legado de Don Alcide Lazzeri, el párroco de Civitella que intentó en vano sacrificarse por sus feligreses pero fue el primero en ser asesinado. El día en que tuvieron lugar las celebraciones del 29 de junio, fiesta de los santos Pedro y Pablo, y el embajador alemán en Civitella dijo, entre otras cosas, que no se puede evitar sentir “vergüenza” al tocar esos lugares ensangrentados, la el corazón dejó de latir. Su ejemplo pervive, sus palabras de esperanza y paz perviven, originadas precisamente de aquella horrible experiencia hace 80 años cuando Civitella fue destruida por la furia nazi-fascista.
