Para Tropico hay amor en Nápoles: palabra del plebiscito

Para Tropico hay amor en Nápoles: palabra del plebiscito
Para Tropico hay amor en Nápoles: palabra del plebiscito

Cuando toda la plaza -casi quince mil presentes- entona como una oración de amor profano «Anema e notte» a Trópico Los ojos brillan. Y no sólo él.

Una canción napolitana de estirpe muroliana hace años que esto no nos pasa y menos aún que se abrió paso en corazones nublados por el desgaste de la vida moderna, por la aburrida rutina de los TikTokers. Madres e hijas, novios y novias, pretendientes y pretendientes, heterosexuales y gays, muy jóvenes y por lo demás jóvenes, cantan: «Y estamos en el guagliune/ que no saben nada/ No confíes en mí’ y no maje, maje / y todo amor es para siempre / nos emborrachamos y lo pensamos / y vale la pena / sí, te lo juro / haré que me mates».

Tropico en la noche de su estreno Plebiscito llega en compañía de Davide Petrella, reduce a la unidad el dualismo entre el cantautor y el creador de hits, recupera canciones que nunca antes habíamos escuchado de él. Y lo hace a su manera: sin visuales ni LEDs en el escenario, sin ambaradan que impida ver el Basílica de San Francisco de Paola, afina la puesta en escena con palmeras y otras plantas en lugar de cañones de luz y efectos de humo y llamas. La banda es sólida, con mucho cuerpo, es cierto: Andrea De Fazio a la batería, el fantasmagórico Luigi Scialdone al bajo, Torok Allozzi y Josh Salzillo a los teclados, Michele de Finis y Alessio D’Amaro a la guitarra, Caterina Bianco al violín posmoderno, pero también coros, con Micol Touadi y Emilio Carrino.

Ex niño prodigio, Petrella/Trópico a los 38 años vuelve a empezar por su cuenta, orgulloso de una carrera construida desde abajo, a contracorriente. En su composición conviven narrativa y evocación emocional, sonido negro y melodía napolitana, historias de la calle y de la cama, napolitana e italiana. Quizás el concierto dure demasiado, quizás no hizo falta reproducir los dos discos del catálogo en su totalidad, pero la primera parte del directo es prácticamente perfecta. «Dint”oscuro» cita a Morrissey y Marr y mantiene unidos a Morricone y Merola. Abre el baile de la mejor manera posible, hay en circulación una nueva canción napolitana que paga de buena gana el precio a todos los maestros posibles. «Pequeña oscuridad» me recuerda Bowie, «E cose ca fann sunna’» musicaliza la Piazza del Gesù y el paseo marítimo, pero también el Buvero, todavía lejos de cualquier intento de gentrificación. El rosario del texto es ese D-Ross que aparece en el rockero final, con la fiel Sarah Tartuffo: está su toque dentro del sonido “tropical”.

«Borracho de vida», todos los presentes cantan el tema que da título al segundo, y en el último momento, disco, «Llámame cuando termine la magia», para luego hacer silencio y disfrutar de la voz del primer invitado de la velada, Elisa, coprotagonista del dueto de “Nos queríamos tanto”. «Ammore pe’ na sera» (la llama «sólo para recuperar los discos de Napoli Centrale», luego el texto pasa de Villaggio Coppola a Troisi) y el reggae de «M’arricord ‘e te» (prácticamente la secuela de « Nun te scurda’», en el registro figura también la úvula carnal de Fuente) preparan el camino para «No existe el amor en Nápoles», también el título del primer álbum. Pero el amor existe en Nápoles, y los quince mil lo demuestran a coro, más aún cuando en la cola llega Ghali, que también permanece en el escenario para «Casa mia» (diseñada por Petrella).

El juego de Tropico que recupera lo que le dejó Petrella, o de Petrella que se entrega a Tropico si lo prefiere, continúa: entre «Carlitos way» y «Anema e notte» (a la que sólo le falta la voz desgarradora de Madame), aquí está Mengoni para «Due vite», Franco 126 para «Piazza Garibaldi» y «Zona Norte», Achille Lauro por «Rolls Royce».

Y es un juego que revela diferentes matices de nuestra producción hitmaker, pero también afinidades y divergencias entre los dos repertorios reunidos al menos durante una noche. La treintena de canciones del setlist son excesivas y acaban lastrando una actuación importante, que sin embargo da testimonio de la madurez adquirida por Trópico también como intérprete. Sin exagerar, pasando de tonos oscuros a falsetes nacidos de la tradición afroamericana, imaginándose como un continuador de la historia, ahora también importante y centenaria, casi centenaria, de la nueva canción napolitana. En el verano del triunfo de Geolier, la suya es una voz destinada a quedarse.

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