Cimino: “Política y sentido cívico. Un consejo de unidad de la ciudad de alto perfil, con personalidades elegidas independientemente por el alcalde”

Cimino: “Política y sentido cívico. Un consejo de unidad de la ciudad de alto perfil, con personalidades elegidas independientemente por el alcalde”
Cimino: “Política y sentido cívico. Un consejo de unidad de la ciudad de alto perfil, con personalidades elegidas independientemente por el alcalde”

De franco cimino

La Ciudad tiene un problema. Tiene muchos, lo sé bien. Pero tiene uno muy grande. El más molesto. El más dañino. El más complicado. Y complicando otros problemas. O los simples hechos, que llegan a serlo.

Y no se trata del “tráfico en Palemmu”, como en la divertidísima película de Benigni dirigida por Jonni Stecchino. No es el tráfico de la ciudad. O el Corso, que no cierra por falta de plazas de aparcamiento. No es el del estadio y el hospital, que permanecen inmóviles e impotentes ante su destino incierto. No es el de los suburbios degradados, distantes y odiados por el mundo.

No es agua lo que falta en la zona sur. O las calles arruinadas por el tráfico peligroso. O la precariedad del transporte en su conjunto, tanto urbano como extraurbano, en el proyecto no implementado de liberar y abrir Catanzaro, para restaurar su papel histórico como capital hospitalaria y acogedora.

La Universidad, que está situada aquí y no es un pequeño centro de estudios, sino una gran Universidad, un laboratorio de investigación moderno y abierto a Europa, no supone ningún problema. Y al Mediterráneo, un mar de paz y amor, primer desembarco en nuestras costas de una civilización milenaria. De una renovada fraternidad humana.

No es el puerto el problema nuestro, como tampoco es el mar, que espera los certificados sanitarios de otros cuando ya es muy bonito.

El problema no es el centro histórico vacío y los centros comerciales llenos. No son las plazas de enfrentamiento sin gente y el estadio lleno de ella. No es el silencio paralizante de las calles, el canto silencioso del dolor escondido, y el ruido acalorado, con los cantos gritados en los campos de las nuevas batallas de “redención”, las del balón salvador. Ni siquiera se trata de la pobreza oculta de un número creciente de ciudadanos y familias.

Como tampoco lo es la falta de recursos económicos y de proyectos relacionados con ellos, que provienen en abundancia del PNRR y de las Regiones. Y todavía podría enumerarlas extensamente. Agrego, sin embargo, sólo uno más, el más significativo de todos los enumerados aquí y en otros lugares.

El problema no es la ausencia de vivacidad social o sensibilidad cultural.

Sin embargo, es cada vez más activo en algunos márgenes de la cultura de Catanzaro, largamente reprimida, que avanzan cada vez más con numerosas iniciativas autónomas en diversos campos de la creatividad, desde el artístico (pintura, escultura, fotografía, poesía, música, teatro, cine). , la literatura incluso en sus nuevas formas de expresión) hasta la más específicamente cultural y espiritual, diría también social (la recuperación de las tradiciones, de la historia de Catanzaro, incluso las más antiguas como los raros descubrimientos arqueológicos y la profundización antropológica). los estudios demuestran, el voluntariado).

El problema, el verdadero problema, tan grande y frágil como el campanario de la Catedral y que como la Catedral espera impotente ser abordado, es político. Es política, aquí con letra minúscula. A partir de aquí surgen o empeoran todos los demás problemas, por lo demás pequeños y solucionables.

Una política agresiva, a veces violenta, dividida en cuarenta o más facciones, en feroz lucha entre sí, con un Ayuntamiento, ofreciéndose además a la televisión en directo, a veces poniendo en riesgo no sólo la viabilidad democrática, que habla poco de los grandes cuestiones y casi nunca en el pleno de la asamblea.

Todo esto y más es el problema. Lo cual se agrava progresivamente por el tiempo lejano del que procede la resolución, y por la ausencia total de partidos que no puedan ser suficientemente definidos como tales; lo cual se ve agravado por la cuestión moral en que se convierte y por la consiguiente crisis de democracia que alimenta.

Haber conseguido el récord de ciudad “más ausente” en la última consulta electoral no parece preocupar en absoluto a nadie. Así como tampoco es preocupante el creciente alejamiento de la gente de los lugares no sólo de la política, ahora cancelada, sino de los ordinarios. Las plazas, los bares, las calles, por no hablar de las aulas. En todas partes no se habla de Ciudad, Región, País. Sólo de Catanzaro, válvula de escape de las frustraciones y vehículo de sueños dormidos y aspiraciones alteradas de redención social.

Ese lema de MassimoCatalano parece destacar entre nosotros, lo recordarán los mayores, el simpático protagonista del programa de televisión “Quelli della notte”, de Renzo Arbore. Todavía dice: “cuanto menos seamos, mejor estaremos”. Le dijo a los Catanzarisa: “si van a votar por las pollas es mejor para mí, ¡no estoy segura!” El problema de esta política es que es difícil de gobernar.

Es un problema que tiene al menos quince años. Los factores que más la inflaman son bien conocidos pero hoy potenciados. Tienen nombres con el mismo sufijo: transformismo, transversalismo, camaleonismo, oportunismo, egoísmo, individualismo. Pero hay una gata ciega que los parió a todos. Es la ignorancia, la ausencia de cultura política y de sentido de las instituciones.

Es la falta de amor a la Ciudad. Algunos avispados, entre ellos los más responsables, inventan que la actual ingobernabilidad es culpa de la llamada anomalía electoral. Y del criminalizado “pato cojo”. Pura banalidad e insensibilidad. La “obsoleta” anomalía electoral provocada por el voto inconexo, lo repito por enésima vez, es una fortaleza, no una debilidad.

Es para el Municipio. Es para administradores y funcionarios electos. Doble fuerza en el consenso popular doblemente motivado. Los electores, aunque no con la participación deseada, eligieron, con dos mayorías distintas, al alcalde y al concejo. Por un valor institucional igual y no contrapuesto. Por lo tanto, no es un alcalde minoritario. Y no una mayoría privilegiada en el consejo en un poder “desresponsable”.

Pero hay dos fuerzas que tienen un lugar y una tarea para trabajar juntas: el Consejo y la unidad. El Consejo de alta discusión programática, la unidad para las decisiones estratégicas más importantes. Discusión y decisión para tejer la Democracia, que también es gobierno.

El Alcalde puede y debe solucionar el problema de los problemas. Tiene la habilidad y el poder.

Encontrará valentía en la situación de la Ciudad y en el espíritu original de civismo político con el que se impuso en el concurso que lo eligió, recibiendo la amplia confianza del pueblo.

Esa confianza sigue viva. Ahora le corresponde al alcalde convertirlo en su fuerza política renovada.

Por el antiguo cariño que me une a él, por el apoyo que le di en las dos batallas electorales, por el loco amor que tengo por nuestra ciudad, por la urgente necesidad que Calabria tiene de su capital, por mi concepción de la política y de las instituciones. Reitero los consejos que le di al inicio de la legislatura y en otras situaciones delicadas posteriores.

Éste: hablar con el Ayuntamiento y el Concejo, en el lugar designado. Proponer un programa resumido basado en las líneas programáticas conocidas, que contenga propuestas concretas en la visión amplia y regional de la ciudad-región de Catanzaro.

Un programa práctico pero ambicioso. Acompáñelo en el nombramiento de “su” consejo y solicite el más amplio consentimiento de los concejales. Un consenso sin más condiciones que el Bien Común.

No un pacto por la ciudad, como dicen, sino un acto moral común de honestidad hacia Catanzaro. De no ser así, con la amplitud necesaria que excluya números exagerados y mayorías parcheadas, se someterá a votación. Y vuelve con sus listas. Es mejor votar que agonizar. ¡Catanzaro no puede morir!

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