Terraneo y Francioso para exorcizar los dolorosos recuerdos con Lecce

por Fiorenzo Dosso

En casa o fuera, las cosas cambian menos que cero: Lecce es, cada vez, una herida. Que no cura.

Lo que remite -cada maldita vez- a las lágrimas de aquella tarde alucinante de hace 45 años.

Lo que me hace vestir – cada maldita vez – en el papel de Eneas en presencia de la soberana Dido: “Infandum regina iubes renovare Dolorem”. Me obligas, oh reina, a renovar un dolor indecible: ‘mi’ gran Monza cayó como Ilión, la ciudad orgullosa, sólo por voluntad de los dioses.

Al diablo con Virgilio, el segundo libro de la Eneida y la laboriosa escansión métrica latina, causa de indescriptibles problemas en aquellos años en los escritorios del viejo Zucchi. Al diablo con ‘esa’ pena.

Dicen que para olvidar hay que no pensar. Ellos dicen. Lo intentaré, sin garantizar el resultado.

Lo intento pidiendo ayuda a dos gigantes que han dejado su huella tanto en Brianza como en Salento. Uno entre los postes, otro en las zonas contrarias. Un gran portero y una sentencia mortal.

Giuliano Terraneo puso fin a una carrera que comenzó en el Monza de Alfredo Magni y en el Lecce de Carlo Mazzone. Con escenarios como excelente protagonista en Toro de Gigi Radice y Eugenio Bersellini, Milán de Nils Liedholm (y el primerísimo Silvio Berlusconi), Lazio de Eugenio Fascetti. Nombres llenos del mismo encanto que inmediatamente ejerció el portero de Briosco sobre el niño de once años que yo tenía. Domingo 23 de noviembre de 1975, el dulce sol de un otoño aún cálido es una agradable compañía cuando nos acercamos a Sada desde via Mentana hacia Monza-Belluno. Los niños ya estamos anticipando el irresistible slalom de Tosetto, comenta papá con un par de amigos: estamos esperando ver la reacción de los líderes ante la primera e inesperada derrota de la temporada en el derbi de Seregno y, sobre todo, allí. Es curioso saber si Magni confirmará entre los palos al aturdido Marziano Colombo de ‘Ferruccio’. Una de las emociones más fuertes para mí fue el croar de las formaciones desde las gradas. Porque en nuestro lugar habitual de la grada central, el ‘hola’ de los Comandos al anunciar a cada jugador los llenó de escalofríos rojiblancos. Y así, después de lo de los invitados, aquí viene lo de siempre: “Monza. Entrenador Sr. Magni” sigue el breve, actoral, estudiado desapego y… “Terraneo” para oficializar el nuevo curso.

Un disparo de Ariedo Braida resolvió el partido, el debutante portero sólo tuvo que hacer una parada digna de ese nombre pero transmitió mucha confianza. A mis compañeros, al público y a mí. A partir de esa tarde Giuliano será titular fijo e inamovible. Por lo que resta de temporada de fantástico ascenso con récords y victoria en la Copa Anglo-Italiana. Su consagración definitiva en el maravilloso campeonato siguiente. El del pésimo novato que ofreció un fútbol espectacular, el de un fuerte inexpugnable llamado Sada (15 victorias y 4 empates), el de partidos que se han convertido para siempre en leyenda, el de la segunda defensa menos derrotada (sólo un gol más que el Atalanta) del Serie B. Una defensa dirigida magistralmente por un portero joven, completo en sus fundamentos, imprescindible entre los palos, confiado en sus salidas. Un portero joven que no suele hacer paradas impresionantes pero sí lleno de autoridad y personalidad para liderar la mochila. Giuliano Terraneo inculcó en el chico I un gran sentido de confianza y tranquilidad incluso en las fases más excitantes y frenéticas de los partidos.

Veinte años más tarde, como corresponsal del Corriere dello Sport, puse toda mi confianza en el ojo letal de aquel delantero de pura sangre llamado Mimmo Francioso. Llegó a los rojiblancos en noviembre de 1997 después de dos años fantásticos en el Lecce de Gian Piero Ventura: doblete, emocionante ascenso consecutivo del C al A con un rico palmarés personal de 36 goles (21+15).

Recuerdo que la prensa de Monza de la época estaba dividida en dos: los que -nunca entendí con qué bases técnicas- confiaban en la explosión del Zizì Roberts, físico pero folklórico, y los que -entre ellos yo- gritaban la absoluta necesidad de un ‘verdadero’ delantero capaz de alcanzar cifras dobles para tener fundadas posibilidades de salvación. Afortunadamente, quienes apoyaban al presidente Giambelli compartieron esta valoración y, con un esfuerzo económico considerable, en el mercado de fichajes de otoño regalaron al Monza siete meses de un jugador que, de forma sencilla y sin pelos en la lengua, tenía el gol en la sangre. Las estadísticas marcan 14 goles en 23 apariciones. Y ya son muchas cosas. Pero los números como fin en sí mismos no pueden ni explican la importancia que el delantero de Brindisi (pido disculpas si sonrío pensando que Carruezzo también venía de la fascinante ‘Puerta del Este’ unos años antes) tuvo en la conquista de la salvación. lo que en cierto momento pareció una utopía. Sobre todo, quedan en nuestros ojos el sensacional hat-trick contra el Verona y los goles fundamentales contra Treviso, Castel Di Sangro y Chievo. En su mente y en su corazón quedan imborrables los movimientos de un califa del área penal y los destellos deslumbrantes de un delantero centro que cambió la balanza en la Serie B. Uno de sus compañeros lo definió así: “Mimmo es la Universidad del gol. Con él en el equipo, la graduación es segura. Independientemente del rumbo que elija una empresa.”

Me detengo aquí porque cuando se habla de estudios es un momento para retroceder. Al liceo Zucchi, a la métrica latina, a la angustia de Eneas, a mis lágrimas por aquel maldito penalti, a una herida que no sana. A un dolor que, a pesar de todos los esfuerzos, permanecerá siempre asociado a Lecce y no será exorcizado. Nunca.

NEXT Ferrarelle está contratando en Campania: el enlace para postularse