Para un buen 25 de abril habría que liberarnos del odio y de la sacarina, habría que liberar a Viterbo

EDITORIAL – Hay un monstruo dentro de nosotros, no tiene sentido negarlo. Es de ahí de donde parten todos los problemas de los que cada rincón del mundo está más o menos lleno, aunque estemos interesados ​​en quedarnos en esta ciudad.

Con motivo del 25 de abril tenemos un deseo de hacer y hacer: que podamos liberarnos. Sobre todo, liberarnos del odio, del que abunda la capital de Tuscia. A menudo veladas, a veces ocultas tras una fachada de respetabilidad y de “mal aspecto”, en muchos casos ni siquiera reconocidas.

Pero ¿qué es el odio? Es ese sentimiento plomizo de que a los demás les gustaría verse afectados por “desgracias y desgracias”. Al final nos odiamos a nosotros mismos porque pensamos que cuando los demás están peor nosotros acabamos brillando. Pero apenas hay vaso que brille en un ambiente sucio.

Y en cuanto a la porquería, podemos decir sin temor a contradecirnos, no se nos escapa nada. Somos la ciudad donde hay amenaza, donde la gente ahora tiene miedo cuando habla con alguien bajo la hipótesis de ser grabado; aquel en el que el debate público está monopolizado de manera redundante por hechos que se pretende que sean mayores de lo que pueden ser en la realidad.

Pero todo esto también sirve para otro fin o en todo caso acaba siendo funcional a otro odio. El odio a las malas organizaciones que hacen esperar meses o años para un importante examen de salud (un odio que corre el riesgo de causar la muerte), el odio a quienes “chocan” a algún santo en el Paraíso quemando el lugar de algún pobre Cristo, el odio a los que “prestan” y piden, el odio de los que alquilan lugares públicos y luego, también por algún santo en el Paraíso justo, tal vez no pagan durante años robando dinero (con la complicidad de muchos silencios) de las guarderías, guarderías, parques, centros para personas mayores, calles llenas de baches.

Luego está el odio de quienes construyen narrativas falsas o artificiales para desacreditar a otros, de quienes constantemente aplican un doble rasero, de quienes utilizan un lenguaje horroroso con la creencia de obtener el consenso electoral de la persona desesperada (incluso cerebral) en cuestión. No falta el odio de los sabelotodo, porque existe la creencia de que si se cita a Platón “ad minchiam” (del latín antiguo) siempre se tiene razón. El odio de quienes hacen trabajar a otros y “se olvidan” de pagarles, de quienes no saben enviar ni un correo electrónico se pasan el día disparando contra el trabajo de sus compañeros creyendo que cuanto más enfocan sus miras en otros, más se alejan de tu cabeza. Habrá un infierno aparte para ellos.

El odio a las ideologías, a la ignorancia, a la religión como equipo de fútbol que demarca y propaga locos choques de civilizaciones. Un río de odio que lo diluye todo, que debilita la crítica sana, la posibilidad de mantener alta la atención sobre temas verdaderamente importantes. ¿Quién no busca respuestas a las preguntas centrales cuando se habla de quién administra o ha administrado los asuntos públicos: hay quien roba? ¿Hay algún alquiler que se haya pagado indebidamente durante años? ¿Hay algún alquiler no cobrado? ¿Se está vendiendo alguna propiedad pública? ¿Existen en nuestras escuelas sistemas fotovoltaicos que hayan sido pagados pero que nunca se hayan puesto en funcionamiento?

El odio es hijo de la mediocridad y cuando eres mediocre tiendes a saltarte pasajes enteros del Evangelio. Así nos convertimos en jueces de los demás, sin saber que Cristo enseñó: “No juzguéis, para que no seáis juzgados; porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis seréis medidos. ¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo?”.

La esperanza es liberarnos a todos de esto, liberar a Viterbo. Feliz 25 de abril.

Centro de Fotofisioterapia

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