Volver a ver a Éric Rohmer 100 años después

Volver a ver a Éric Rohmer 100 años después
Volver a ver a Éric Rohmer 100 años después

MILÁN – El campo, los viñedos bañados por el viento, los pájaros cantando bajo el sol de otoño. Un típico incipit à la Éric Rohmer, nacido en 1920, fallecido hace casi trece años, quizás poco célebre, pero refinado cantante de los amores juveniles de los intelectuales inconformistas franceses, un agudo analista de las relaciones humanas siempre con una buena actitud. ojo afable y complacido. «Como químico un día tuve el poder de casar los elementos y hacerlos reaccionar, pero los hombres nunca pude entender por qué se combinaban a través del amor. Confiar la alegría y el dolor a un juego”: Fabrizio De André escribió en una pieza de 1971 y es precisamente el juego del que hablaba el cantautor lo que en Cuento de otoño Rosine, junto con la protagonista Isabelle (una fantástica Marie Rivière), se instala.

Béatrice Romand y Marie Rivière sobre Magali e Isabelle.

Las dos mujeres tejen la red de un triángulo amoroso híbrido entre la madre de la actual pareja de Rosine y el profesor de filosofía, ex amante de esta última. ¿Los desarrollos de esta maquinación? Estarán tan sonrientes como inesperados. Cuarta película del ciclo Cuentos de las cuatro estaciones., Cuento de otoño es una película compuesta de breves encuentros, miradas fugaces y llenas de expresividad, en la que los personajes se mueven como suspendidos en una dimensión atemporal, dentro de una trama muy sencilla y de una naturalidad asombrosa, casi como si no estuvieran actuando, casi como si no tuvieran un coche para llevarse.

Una bicicleta y la campiña francesa en el valle del Ródano, Ardèche.

Y ésta es siempre, después de todo, el verdadero rasgo estilístico de Éric Rohmer, la verdadera marca gracias a la cual se le cuenta constantemente (y con razón) entre los cineastas más influyentes que ha tenido el cine francés. Con su cine, Rohmer explora la existencia humana y reflexiona sobre los gestos cotidianos con su habitual poesía. Como él, pocos han podido describir la ligereza del amor sin caer jamás en la tosca filosofía que tan a menudo infesta las comedias sentimentales.

Alain Libolt y Gerard.

Partiendo de una aparente nada en términos de contenido (¿la trama? Bueno, prácticamente no existe), Rohmer consigue así dar vigor -y a veces incluso suspense- a un tema que, en otras manos, habría conducido a una fiasco total. REgia modesta y disciplinada, cámara casi invisible, gran escritura, a medio camino entre la espontaneidad de la improvisación y el argumento razonado de una obra de teatro. No hay banda sonora, sólo los efectos sonoros de la vida cotidiana, los sonidos del campo y ruidos contingentes para una elegía romántica de mirada ligera pero nunca consoladora. Míralo de nuevo.

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