el mas fuerte de todos los tiempos

La historia de Aranycsapat nació del genio y las intuiciones del comisario técnico Gustav Sebes. Empezó jugando en el equipo de la milicia, Haladas, luego pasó al Vasas Budapest, equipo histórico de la capital, y luego recaló en el MTK. Central contundente, duro e inteligente, se había enfrentado a rivales de gran calidad como Sarosi, Piola, Sindelar, Svoboda. “Fui muy autocrítico, después de cada partido analizaba mi juego, intentaba identificar mis debilidades y corregir las deficiencias durante los entrenamientos. Intenté siempre mantenerme en buena forma, porque sabía que en mejores condiciones físicas, con mayor voluntad de lucha, podría superar incluso a jugadores técnicamente más fuertes”. Un Arrigo Sacchi antiliteram, estudioso de todos los detalles: táctica, técnica y, también, del aspecto humano. Se convirtió en un auténtico gurú pero supo mantener un perfil bajo: humilde, modesto y siempre dispuesto a echar una mano a los demás. Fue el gran Ferenc Puskas quien lo definió así. Sebes estaba convencido de que las habilidades técnicas no son suficientes para hacer un gran futbolista: “El entrenador sólo puede hacer un trabajo eficaz si el jugador tiene una inteligencia de juego especial. La capacidad no lo es todo y de poco sirve si no va acompañada de ejercicio y entrenamiento.”

Sin embargo: Sebes se convierte en comisario técnico húngaro en 1949 y se encuentra en sus manos un grupo de grandes estrellas, todas ellas pertenecientes al Honved de Budapest, el equipo del ejército, en aquel momento el equipo más fuerte del mundo. De la Segunda Guerra Mundial, que dejó más de 50 millones de muertos en el campo, surgió un plantel de grandes futbolistas que contemplaban, al menos en Europa del Este, una simbiosis perfecta entre grandes empresas estatales y clubes de fútbol. Y en esos años fue el Honved el que dominó el panorama nacional (ganó cuatro títulos en seis temporadas: 1950, 1952, 1954 y 1955). Sin embargo, la represión comunista habría puesto fin a esa maravillosa experiencia, provocando que los mejores elementos huyeran al extranjero.

Los Juegos Olímpicos de 1952 establecieron a Hungría como el mejor equipo del mundo. Vittorio Pozzo, exentrenador italiano y bicampeón del mundo, comentó que nunca había visto un fútbol tan espectacular. La revista alemana Kicker escribió que noventa minutos eran demasiado cortos para un fútbol tan extraordinario. Y mientras tanto, el mundo conocía a las estrellas húngaras de primera magnitud: Nandor Hidegkuti era un gran extremo, pero no un hombre revolucionario. Con dos jugadores interiores anticuados, Kocsis y Puskas, que eran goleadores muy eficaces, Sebes creía que tenía que alinear a un atacante que fuera más hábil en las maniobras. La clave la tuvo Hidegkuti: “Era 1951, el año previo a los Juegos Olímpicos y a nuestra selección seguía faltando un delantero centro. Entre Kocsise y Puskas no podría poner a cualquiera. Unos meses antes de los Juegos, estaban programados dos partidos en Varsovia y Helsinki entre polacos y finlandeses. Y entonces decidí presentar a Hidegkuti. Fue la jugada ganadora”, comentó Sebes.

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