Hoy se cumplen 87 años de la muerte de Antonio Gramsci, ocurrida el 27 de abril de 1937.
El político sardo, nacido en Ales en 1891 y criado entre Ghilarza, Santu Lussurgiu y Oristano, murió a causa de una hemorragia cerebral que lo afectó a la edad de 46 años. Poco antes, el régimen fascista que lo mantuvo en prisión durante 11 años le había concedido la libertad condicional.
Una vida en primera línea, la suya, que le llevó a convertirse, además de un erudito y académico consagrado, también en un gran animador de la vida política italiana.
En 1921 estuvo entre los fundadores del Partido Comunista Italiano y del periódico L’Unità y pronto, debido a sus ideas, entró en el punto de mira de Benito Mussolini y los censores fascistas. Detenido en 1926, violando su inmunidad parlamentaria (había sido elegido diputado en 1924), desde prisión nunca dejó de hacer oír su voz como manifestante, escribiendo los famosos “Cuadernos de prisión”, una colección de reflexiones políticas, económicas y filosóficas. , que aún hoy representan un testimonio inimitable de una voz libre, profunda y poco convencional.
«Nunca quise cambiar de opinión – escribió a su madre – por lo que estaría dispuesto a dar mi vida y no simplemente quedarme en prisión. Quisiera consolaros por este disgusto que os he causado: pero no podía hacer otra cosa. La vida es así, muy dura, y los niños a veces tienen que causar un gran dolor a sus madres, si quieren preservar su honor y su dignidad como hombres”.
Gramsci, condenado a veinte años por el régimen, estuvo en las cárceles de Regina Coeli en Roma, San Vittore en Milán y Turi, en Apulia. A partir de 1931 su estado físico empezó a empeorar: además de la enfermedad de Pott, que padecía desde su nacimiento, padecía una forma de arteriosclerosis a la que más tarde se sumaron la hipertensión y la gota.
La ansiada libertad, gracias a la amnistía, llegó el 21 de abril de 1937. Pero no tuvo tiempo de disfrutarla, murió seis días después.
(Uniononline/L)
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