«Fedra», entre conflictos y pasiones incestuosas, el amor que llama muerte

«Fedra», entre conflictos y pasiones incestuosas, el amor que llama muerte
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Una cortina dorada cierra la luz del proscenio. Delante la protagonista realiza un baile muy sensual al son de una versión de club de jazz de Je crois entiendo bisla famosa novela de Los pescadores de perlas por Bizet. Recordamos muy bien aquel telón dorado. Evoca recuerdos de espectáculos lejanos y queridos de Federico Tiezzi y sus compañeros. Pero aquí la mirada es ahora capturada por la imagen sinuosa de Fedra de Elena Ghiaurov. Envuelta en un vestido largo negro como las dos chicas que la flanquean, moviendo grandes abanicos de plumas blancas. La melena rubia expertamente despeinada evoca, nadie sabe cómo, a la Odette de Crécy de Proustian El amor de Swan que Tiezzi había montado hace unos años para Sandro Lombardi. Como para proyectar «la fille de Minos et de Pasiphaé» a otros roles, es decir, a otro siglo pero sobre todo a otro mundo que podríamos definir por aproximación burguesa. Poner la coté de Guermantes en lugar de la corte de Trecén, que es como decir Versalles. La antigua tragedia de Eurípides es, después de todo, lejana. Basta mirar a esos dos, Ippolito y Teramene, el príncipe y su consejero, que entran con un vestido de payaso, todo gorguera y lentejuelas, casi payaso del siglo XVII.

CUANDO SE ABRE el telón, en el Teatro Bonci (el espectáculo está producido por Ert), se revela en cambio como un espacio de oscuridad abstracta, dominado al fondo por una gran reproducción deAtalanta Y Hipómenes de Guido Reni, la situada en Capodimonte, con sus colores nocturnos y esa idea de suspensión de lo trágico que transmite. Amor que llama muerte. Una carcasa negra que dos grandes candelabros no pueden iluminar. Fedra yace ahora sobre una especie de dormidero de mármol. A su lado está la lúgubre Enone de Bruna Rossi que, a pesar de su postura monástica, o quizás precisamente por eso, es algo así como el alma negra de la tragedia, la que precipita la historia hacia un desenlace trágico. Y al final se suicida un poco por la incredulidad de la culpa que le atribuye Jean Racine en la tragedia, propuesta aquí en la traducción de Giovanni Raboni. Porque no se puede exagerar al culpar a una princesa, escribe Racine en la introducción. Fedra luego confiesa su pasión incestuosa por Hipólito, el hijo de su marido Teseo, quien en cambio parece odiarla.

LA PRIMERA Sin embargo, una parte está dominada por la geopolítica, por así decirlo, ha llegado la noticia de que el rey Teseo ha muerto y surgen dudas sobre la sucesión en Trecén y Atenas. Están en juego los derechos hereditarios del hijo que Fedra tuvo de Teseo en conflicto con los de Hipólito, hijo de una amazona que es como un bárbaro extranjero; y también podría presumir de algunos derechos la joven Aricia, que vive casi prisionera en Trecén por vínculos familiares con los enemigos de Teseo. Pero si Teseo está muerto, como dicen, Fedra podría llegar a un acuerdo político con Hipólito confesándole su pasión, como le aconseja Enone. Hipólito no lo toma bien, desenvaina su espada y apunta al pecho desnudo que ella le ofrece, como Clitemnestra ante la espada de su hijo en elOrestíada por Peter Stein.
Sin embargo, Teseo no está muerto y su repentino regreso precipita el drama hacia su conclusión natural. Pero en ese proceso nada permanece igual, y no es sólo ese repentino enrojecimiento de la luz de los candelabros, los movimientos de artes marciales con los que Teseo e Hipólito se enfrentan, gruñendo. No debemos dejarnos distraer por las trampas tendidas por el director. La tragedia de la palabra es Fedra, donde la palabra se dice pero no comienza a vivir, como en la poesía de Emily Dickinson, sino que se retracta inmediatamente. Tal vez sea porque la palabra de Racine reside siempre en la indecisión entre significado y sonido, explica Tiezzi citando a Valéry. Siempre hay algo que escapa al significado y algo que escapa al sonido. Y en esa indecisión, en ese algo está el teatro. Fedra quisiera borrar con la muerte la acusación de violencia que hizo contra Hipólito por celos. A Teseo le gustaría detener la maldición que ha puesto sobre su hijo, pero el dios lo destrozará de todos modos mientras huye con Aricia.
Pero la mutación más visible es la que sufre el protagonista. Atrás quedó ese tenue hilo rojo que coloreaba sus labios, la encontramos postrada en el escenario, descalza y vestida con una túnica penitencial, dando su último monólogo. Gran teatro como era de esperar. Con la contribución de todos los demás intérpretes, desde Marina Occhionero que es Aricia hasta Ippolito de Alberto Boubakar Malanchino y luego Massimo Verdastro, Martino D’Amico, Valentina Elia. Regresar Je crois entiendo bis, pero ya no es el de Oriana Rizos. Ese tiempo ya está perdido.

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