De Siena a Agrigento, pasando por Racalmuto. El Palio es también una fiesta siciliana.

De Siena a Agrigento, pasando por Racalmuto. El Palio es también una fiesta siciliana.
De Siena a Agrigento, pasando por Racalmuto. El Palio es también una fiesta siciliana.

Una reflexión de Venerando Bellomo sobre la competencia histórica entre los barrios de la ciudad, al margen de la lectura del libro de Duccio Balestracci “El Palio de Siena – un festival italiano”. Hoy el Palio del 2 de julio de 2024.

Elio Vittorini escribió en Garofano Rosso “…Fue en un pueblo -dije- fue en un pueblo atravesado por un río de piedras donde hacían la feria. Olvidé cómo se llamaba… Y lo busqué, pero nadie sabe dónde está. Y la Virgen a caballo estaba justo allí. Yo era un niño, ¿no? Y la vi en el caballo encabritado que vencía a los sarracenos, una Virgen tan diferente a las demás. Me dicen que no hay Madonnas a caballo…”.

Y es realmente complicado imaginar a una Virgen a caballo, incluso desenvainando su espada; acostumbrados como estamos a tener de ella una imagen doméstica -como la de las estampas que antaño se repartían en la misa dominical- extraída de la obra de Bartolomé Esteban Pérez Murillo: de asombrosa dulzura o de íntimo y extremo sufrimiento, que sólo el rostro de la madre puede tener.

Para quien no conozca esta imagen, la Madonna delle Milizie – pictóricamente cercana a las representaciones de San Jorge matando al dragón, ariostesca, no de opinión visual religiosa – sólo puede encontrar un lugar en la imaginación de un niño, con su forma de viendo las cosas: visionariamente, transmutando la realidad o en la religiosidad popular, también con sus visiones de orígenes nebulosos, con sus transfiguraciones, que logra darle una manifestación completa. Y en cambio en Scicli es una celebración centenaria.

Y es opinión común que en Siciliapara los propios sicilianos, la fiesta sólo puede ser religiosa, debido a su origen contrarreformista: sólo puede tener como protagonista al santo – y no necesariamente es el santo patrón – hacia quien no hay sólo una relación de devoción, pero también –y sobre todo– de familiaridad. Como sucede con San Calogero en Agrigento en perjuicio de San Gerlando que es su patrón. Así como, por el contrario, existe otra creencia según la cual, al ascender por la península, la fiesta se libera de la religiosidad y se vuelve laica, reformista. Pero esta certeza plácida y común queda gratamente contradicha al leer el libro del historiador Duccio Balestracci “Il Palio di Siena – una festa italiana”, publicado por Laterza.

Agrigento, fiesta de San Calogero. Foto de Raimondo Moncada
Duccio Balestracci

En la lectura del texto, aparentemente tan alejado de lo que se llama sicilitud, Cervantes se ayuda recurriendo al “Desocupado lector” es decir, el lector que es capaz de disfrutar de la lectura.

Y leyendo el libro de Balestracci descubrimos que también para el Palio un acontecimiento portentoso está implícito, aquí y allá milagroso por el contrario, el de un soldado español de mediados del siglo XVI que se convierte en víctima de su acto iconoclasta: haber disparado a una imagen de la Virgen y ser electrocutado allí, por la explosión del arma: digamos en represalia.

Narrativas, creencias populares, acreditación de una metafísica, pero sobre todo consustanciación de la religiosidad en el nacimiento de la tradición.

Y el Palio, en su doble celebración (hasta el punto de que, por eso, hace pensar en la fiesta de San Calogero di Naro con su réplica al día 8) no es sólo la carrera, la procesión histórica, sino sobre todo los barrios de la ciudad, con sus nombres inusuales (al menos para aquellos que no son locales), y el sentido de pertenencia a una iglesia: por lo tanto, una expresión de “una solidaridad de práctica o profesión religiosa”. Pero es en la carrera, en ese mínimo fragmento de tiempo, así como en las fiestas religiosas en Sicilia – como en la toma de la vela en Racalmuto para la Madonna del Monte – que hay una explosión dees colectivo, donde cada uno trasciende su propia singularidad para asumir una dimensión coral.

Racalmuto, Fiesta de la Virgen del Monte. El cilio. Foto de Pietro Tulumello

Y este enfrentamiento entre los distritos no puede dejar de recordar las guerras verghianas de los santos o las “riñas devotas” sciascianas, donde los fieles de los santos se enfrentan vivamente por un espíritu de pertenencia, como sucede en el Palazzolo Acreide entre los devotos de San Paolo y los de San Sebastián. Y aún allí las anécdotas sobre la rivalidad son infinitas: dónde proclamar ante la gente la pertenencia religiosa equivale al desprecio por el martirio.

Guerra entre santos o incluso guerra por los santos, Los partidos que se asemejan a campañas electorales locales, donde éstas (al menos una vez) se reflejan, se convierten en partidos con sus exaltaciones, con explosiones de júbilo, con sus rituales. Donde los santos son caracterizados, en la minuciosa práctica religiosa, como diputados, con quienes se considera necesario congraciarlos: ángeles laicos en el empíreo político, por tanto enredado, incomprensible.

Y si el partido puede ser considerado. “instrumento de gobierno y control de la población”recurso de la política, cabe preguntarse qué puede pasar cuando el pueblo se lo apropia metabolizándolo, reconociéndolo como comienza de su existencia y el mismo poder, por cambio de estrategia de gobierno o por otro motivo, quisiera ejercer si no uno el derecho a arrepentirse ¿Pero una simple modificación, incluso contingente?

A este respecto, cabría pensar en el virrey Caracciolo, un ilustrado de Sicilia todavía feudal en su arquitectura gubernamental, que hubiera querido reducir, por razones puramente económicas, los días de celebración dedicados a Santa Rosalía, chocando con el malestar popular. -disposición, como reacción a la intangibilidad de lo que representa la religiosidad popular, que ningún gobernador local posterior, de cualquier afiliación, ha querido cuestionar jamás.

Y si el Palio es un festival italiano, por lo tanto también siciliano – tal vez como figura retórica – no es porque pueda reflejarse en tantos polos insulares del pasado como el de Palermo o Trapani, sino precisamente por la celebración de la afirmación del arraigo del hombre en la comunidad que le pertenece. .

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