“Mi idea de periódico”, firmó Cristelli

En vísperas de su funeral, el viernes 26 a las 15 horas en Miola di Pinè, publicamos este texto de Don Vittorio Cristelli sobre el papel del semanario diocesano: lo escribió en 2006 con motivo del 80° aniversario de la fundación del periódico.

Dirigí Vita Trentina desde septiembre de 1967 hasta mayo de 1989 y, por tanto, durante 22 años, más de una cuarta parte de toda su presencia en la Iglesia y en la comunidad trentina. Llamado a tomar las riendas del semanario por el arzobispo mons. Alessandro Maria Gottardi, asumir la nueva tarea fue tal que hizo temblar las venas de las muñecas, también porque se trataba de suceder al legendario mons. Giulio Delugan, que lo dirigió durante los veinte años del fascismo, obteniendo también la medalla al valor de la represión por parte del régimen y luego en los años terribles de la guerra y en los apasionantes de la reconstrucción y el establecimiento de la autonomía en diálogo con su amigo y gran estadista Alcide de Gasperi.
El mío fue el tiempo de la ferviente aplicación del Concilio pero también de la incipiente protesta juvenil estudiantil que en Trento tuvo como principal desembocadura una erupción volcánica y la “contra-Cuaresma” fue un descenso de lava que desafió directamente a la Iglesia. Luego vinieron los años de liderazgo que culminaron con el asesinato de Aldo Moro, seguidos por los años del desmoronamiento de la DC.
En el plano eclesiástico, etapas significativas en un sentido proactivo, pero también en el distanciamiento de la “primavera de la Iglesia” del Concilio, fueron la Conferencia de Roma de 1976 y la de Loreto de 1985. Los recuerdos son suficientes para ser recordados. No puedo escribir un volumen de este tamaño, pero me limito a recordar el proyecto semanal que teníamos en mente y que, junto con los periodistas que poco a poco se sucedieron, intentamos realizar. También porque es precisamente este enfoque el que suscitó discusiones periódicas hasta mi partida, que prefiero ignorar.
Quisiera comenzar diciendo que los debates recurrentes encontraron un punto de apoyo sobre el cual aprovechar la columna “Diálogo Abierto” que Vita Trentina fue la primera en presentar en la prensa local, dando voz también a aquellos que fueron llamados “cristianos de disentimiento”. Pero toda la revista semanal estaba orientada a la escucha y al diálogo. Como lo había ilustrado en un largo informe al consejo pastoral diocesano, para mí el espacio propio y original de un semanario diocesano era el de la opinión pública en la Iglesia local.
Por tanto no un organismo oficial, apologético, magistral, sino de información, de investigación, de voz y espejo de la comunidad. Y por tanto no condicionado por la prudencia del poder, del interés económico, de la ideología política, sino libre y – decía entonces – simplemente cristiano.
Si se mira con atención, la función de la opinión pública en la Iglesia aún no ha sido adquirida y Pío XII, ciertamente no un Papa relativista, ya había dicho: “La Iglesia es un cuerpo vivo y algo le faltaría a su vida si faltaron en la opinión pública, fracaso cuyo demérito recaería sobre la posteridad y los fieles”.
Para el teólogo dominicano P. Chenu, son tres los títulos de los que se deriva la necesidad de la opinión pública: 1) la Iglesia es una comunidad y como tal no puede existir sin comunicación y participación; 2) la Iglesia está en la historia y por tanto enfrenta acontecimientos que la visitan continuamente respecto del acontecimiento que será fundamento de la Encarnación;
3) la Iglesia está en el mundo y el mundo provoca y interpela la conciencia de los cristianos.
Así concluí mi informe programático al consejo pastoral diocesano: «Si se quiere un periódico que sea espejo de la comunidad e instrumento de la opinión pública en la Iglesia, es necesario que sea capaz no sólo de informar sobre los hechos y problemas que la jerarquía y los organismos oficiales, pero también para registrar el fermento, orientaciones y opiniones que maduran en la comunidad; señalar los testimonios que tienen un significado ejemplar y las causas que requieren una atención particular; suscitar y registrar reacciones locales ante los hechos y problemas que surgen a escala nacional y global; captar, en una palabra, los “signos de los tiempos” y estimular una interpretación cristiana de ellos”.
Quienes nos criticaban decían a menudo que un semanario diocesano debía aportar certezas, a lo que respondí precisando que un órgano de prensa no es un “Enchiridion symbolarum”, es decir, una lista de dogmas. Y a quienes objetaban que no deberían interesarse por ciertos mundos de la economía y las finanzas, respondí con las palabras de mons. Iriburren, secretario general de la Unión Internacional de la Prensa Católica: “El vacío informativo se llena de rumores y los rumores son la niebla de la verdad”.
Decir que en los 22 años que llevo como editor hemos logrado hacer de Vita Trentina una revista semanal adaptada a las necesidades descritas anteriormente sería una presunción que roza la desvergüenza. Sin embargo, puedo asegurarles que nos esforzamos mucho en lograrlo.
Utilizo el plural de forma deliberada y diligente, incluidos los numerosos periodistas y corresponsales que poco a poco me han seguido y a quienes aprovecho esta oportunidad para agradecer.

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