Un libro es realmente inolvidable cuando los rasgos iniciales tienen fuerza.

Un libro es realmente inolvidable cuando los rasgos iniciales tienen fuerza.
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Hay novelas y cuentos de los que recordamos sobre todo los incipits, las primeras líneas. Así como en una partitura musical la tonalidad del acorde define la tonalidad, lo que más da forma tanto a un texto como a la historia que cuenta suele ser su comienzo. Las primeras páginas, si no las primeras líneas. Los escritores saben que pueden devanarse los sesos con un íncipit, corrigiéndolo y reescribiéndolo sin cesar, o por el contrario apreciarlo con orgullo y felicitarse por la fluidez con la que la escritura surgió “por sí sola”, sin esfuerzo. Y los lectores lo saben, porque quedan hechizados por ciertos incipits, sin olvidarlos jamás y reteniendo la memoria de una lectura entera, condensándola toda en la memoria de las primeras líneas. Domenico Starnone, con su estilo siempre agudo, tan preciso como lleno de sentimientos dominados y siempre mejor encajados en las palabras, ha escrito ahora una nueva novela corta, titulada El viejo junto al mar (Einaudi, 122 páginas, 17,00 €) cuyo incipit se puede contar entre estos: un comienzo memorable. Hay un hombre que ya no es joven caminando, a su alrededor la arena se arremolina y se arremolina en el aire movida por el fuerte viento, un mar que lame ruidosamente. El anciano sostiene una silla plegable bajo el brazo, lleva al hombro una gran bolsa con los elementos necesarios para el mar y en la cabeza lleva un sombrero de ala flexible que constantemente tiene que detener con la mano, siempre debido a al viento muy fuerte. Son detalles que esculpen inmediatamente al personaje, que lo definen de tal manera que su figura, como por un hechizo, queda impresa en la sensibilidad y la memoria del lector. Pocos elementos bastan para generar impresiones definitivas: una bolsa de playa, el viento, la arena, el esfuerzo de avanzar impedido por un cuerpo cansado y lastrado por el paso de los años. Esta también debe contarse entre las muchas magias de la literatura, cuando es verdadera literatura. El talento de perfilar gracias a algunos rasgos, físicos o paisajísticos, el núcleo de todo lo que vendrá después. Saber esbozar, gracias a un puñado de datos y detalles, toda una psicología, si no el sentido de toda una vida, incluidas las fatales consecuencias que todo comienzo encierra y ya contiene en sí mismo. Se dice que nos formamos una impresión repentina de los demás, de las personas que conocemos, inmediatamente, tan pronto como las conocemos, y que esa primera impresión, por mucho que cambie con el tiempo, luego vuelve a ser cierta. . Infaliblemente cierto. Lo que nos sucede a nosotros como lectores no es diferente: porque de un incipit deslumbrante casi siempre sacamos la impresión global (positiva) de un texto, que luego rara vez es negada. ¿Entonces todo está al principio? Más o menos; si no fuera porque las percepciones globales son inmateriales, sensaciones a las que la realidad, ya sea concreta o imaginaria, no siempre obedece en sentido lineal. De determinadas novelas seguimos ligados a los incipits de nuestra mente. De determinadas personas y de las relaciones que se establecen con ellas, a veces todo queda condensado en el momento del primer encuentro: una imagen que luego cristaliza, separándose de los hechos posteriores. Materialidad significa mantener viva y vívida esa memoria original, sin dejar de estar cerca de la continuación de la promesa que sugirió (ya sea ficticia o real). Aún teniendo esto en cuenta honramos la magia de los incipits y las primeras impresiones. © todos los derechos reservados

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