No hay banderas para Nika. Es el 20 de septiembre de 2022. Hay un vídeo de ella bailando en un contenedor de basura cerca del parque Laleh. Está vestida de negro, con pantalones anchos y un toque de maquillaje en los ojos, el pelo corto y la cabeza descubierta, un velo ardiente colgando de sus manos. Puedes ver las llamas. Es la última pista. Diez días después su cuerpo yace en una morgue de Teherán. Lo único seguro es que está muerta. El cómo y el por qué no importa. Es un secreto de estado. Pero Irán ahora está empezando a hablar. Hay alguien dentro del edificio que no puede soportarlo más. Entonces, después de casi dos años, llega un documento a la BBC. No, no le hagan caso Teherán, ese cuerpo no se suicidó. Nika fue encerrada en una camioneta, acosada y cuando reaccionó la mataron a golpes. Era el escuadrón 12, guardianes de la revolución, y su líder se llama Morteza Jalil. No hay ninguna bandera de Nika Shakarami en los mástiles de las universidades occidentales. No existe en Harvard ni en Columbia. Ni siquiera en Europa hay banderas para ella. No hay ningún niño o niña que mime un triángulo con las manos para evocar la pancarta de Hamás. El destino de Nika no es sorprendente. No hace ningún ruido. No hay ninguna bandera negra rota y quemada en manos de estudiantes globales. Nika soñaba con algún día cantar su música en la calle, con la cabeza dura, y tal vez ir a la universidad. Ella no llegó allí. Tenía sólo 16 años. Tampoco hay banderas para Toomaj. En Irán lo conocen por su rap y por sus palabras de amor hacia Mahsa y los demás. El tribunal lo condenó a muerte y la sentencia pronto podría ejecutarse. Los ayatolás se sienten más fuertes estos días.
Los jóvenes occidentales están de su lado.
