Mbappé “antifa” con Marine Le Pen, pero el dinero de Qatar le conviene


El Campeonato de Europa de fútbol revela una contradicción tan vergonzosa que nadie se atreve a señalarla. Cuanto más insisten en los mensajes de pétalos, en la fraternidad obligatoria, en los niños que entran al campo de la mano de jugadores multicolores, más guerrillas se desarrollan fuera de los estadios. 70 italianos arrestados y luego liberados porque estaban en posesión de garrotes, barras, cuchillos, como si se tratara de una invasión bárbara; Enfrentamientos muy violentos entre hooligans ingleses y ultras serbios que apoyan a Putin, entre estos últimos y los albaneses, también caen los daneses, amables pero conscientes de las antiguas sagas nórdicas, de la mitología nórdica.

Las tensiones políticas y geopolíticas que la UE no sabe cómo abordar o no le interesan y que regresan desde la ventana del deporte, trastornan a las ciudades y metrópolis pacíficas y bien alimentadas de la Alemania Félix, hoy un poco menos. ¿Y qué te hacen los franceses negros? Los recursos contra la extrema derecha de Marine Le Pen. “Estamos en un momento crucial en la historia del país y hay que ver sus prioridades. Somos ante todo ciudadanos, no debemos estar desconectados del mundo. Nos encontramos en una situación sin precedentes. Quiero dirigirme a todos los franceses y especialmente a los jóvenes: vemos que los extremistas están a las puertas del poder. Tenemos la posibilidad de cambiarlo todo, y debemos identificarnos con los valores de tolerancia, respeto, diversidad. Cada voz cuenta. Comparto los mismos valores que Marcus, estoy de su lado”.

Entonces Kylian Mbappépara algunos el mejor jugador del mundo, actualmente el mejor pagado, que acaba de fichar por el Real Madrid por un sueldo de 150 millones más 15 millones de salario anual. Marcus es Thuram, hijo de Liliane, campeona del mundo en 1998, actualmente jugador del Inter y primera jugadora de la selección francesa en competir; “Hay que luchar para que no pase la RN”. Otros jugadores de la selección azul, del mismo color, están menos molestos y prefieren no exponerse y ocuparse de sus propios asuntos. Los análisis de estos grandes de shorts y joyas no son muchos, pero contentémonos: hubo uno de Rivera, estos se quedan con consignas banales de “debemos hacerlo bien”. Podemos hacerlo bien. El secreto es el colectivo. El entrenador nos invita a hacerlo bien”. Por otro lado, los entrenadores se han erigido como una especie a medio camino entre lo místico y el manicomio: “Si vamos y vemos que se hacen cosas buenas, pero luego no llegan a ser buenas, entonces las cosas buenas ya no son buenas”. Este Spalletti es un lunático o un drogadicto. Pero como le dieron la selección italiana para dirigir, preferimos sospechar que está podrido.

Polemos como eterno juego de poder, una guerra de la que el deporte, en particular el fútbol, ​​es una viva metáfora con sus asedios a la portería contraria a conquistar, la defensa del muro, las salidas llamadas de “contraataque”, la conquista de la pancarta, la euforia incontrolable tras la meta. Incluso fuera del estadio, en las calles, los aficionados compiten por las pancartas, las roban, las queman en la eterna representación de Polemos que desata los instintos más feroces. Pero los Mbappés, los Thuran, no consideran esto, no es importante, lo que importa es la militancia contra la extrema derecha de Le Pen, tan extrema que ella se limitó a decir: “Todos los negros y los inmigrantes son bienvenidos si se portan bien”. A los dioses del fútbol no les basta, pueden ignorarlo todo, en su burbuja doradade la dinámica geoestratégica sabiendo que No hace daño ser campeón de todos modosIncluso nos hace olvidar los privilegios faraónicos de los que disfrutan y que asume en las negociaciones el presidente Macron, del que son amigos y cercanos.

Otro secreto a voces es que el fútbol mundial ya no tiene nada que ver con el deporte, se disputa entre empresarios y financieros, equipos en manos de oligarcas de la camarilla de Putin o jeques, los emires, o los chinos fraudulentos que luego los entregan a los grandes fondos de inversión estadounidenses que son los mismos que están detrás de todo, desde las vacunas hasta la “reconversión” climática. Los torneos, no desde hoy, ya en la época del Mundial de España, y luego cada vez más son escaparates políticos que funcionan mucho mejor que la irreal “G” y para los que los jefes de Estado actúan en connivencia con los propietarios de los equipos y facilitar o determinar transferencias de riquezas sensacionales, cien, doscientos millones de euros, es decir 400 mil millones de liras, de una sola vez para un solo futbolista, con la clara expectativa de poder obtener diez o mil veces más en la maraña incomprensible del negocio televisivo, del merchandising y de la política, como un río de dinero que regresa al mar. Y que como siempre aprieta a los ciudadanos – aficionados – súbditos.

Mbappé y Thuram también se meten en política, de apoyo, en apoyo a nuestro amigo el presidente que salió con huesos rotos primero de las elecciones europeas y luego del G7 italiano. Lo hacen como pueden y se les pide que lo hagan, sin entrar en análisis, en contenidos, en un papel puramente demagógico pero eficaz de los megáfonos; fuera de ellos, por encima de ellos, los fanáticos que montan Polemos y se destruyen por cuestiones étnicas, por ejemplo. El resurgimiento del odio político., el ajuste de cuentas de una política nacionalista y racial que no comprenden pero a cuyas furias atávicas y bestiales siguen vinculados. Sí, hay otra contradicción en la contradicción de la Eurocopa de fútbol: que una vez estos torneos continentales sirvieron para reconocer la diversidad europea, hoy es todo lo contrario. En la homogeneización del consumo, de los desembarques, de los modos de pensar y del pensamiento prohibido, en los mismos representantes nacionales ahora indistinguibles entre sí, incluso en términos de rasgos somáticos, se diría que es necesario un campeonato para reconocerse diferentes. hasta cierto punto y así luchar entre sí, masacrarse unos a otros.

En la posguerra y hasta los años 90, digamos hasta la caída del Muro y la transformación de los clubes de fútbol en sociedades anónimas, sancionada por el comunista Veltroni, los partidos internacionales tenían algo de misterioso, quienes los seguían casi podían percibes al respirar la diferencia de los lugares como por proyección o por vibraciones de la pantalla del televisor, si juegas en los países del Este obtienes esa miseria incolora, el hielo, y piensas qué suerte era nacer y vivir en Italia; si te los transmitían desde Brasil te sorprendía envidiar una vida de sol, de danzas, de mitologías completamente rebuscadas pero tan tenaces como los sueños y las imaginaciones. Ahora los estadios son todos iguales, los lugares, las ciudades son idénticos y los jugadores son perfectamente similares. Todo sin diferencias y sin atmósferas.todos frígidos como la UE y quienes la representan y la gobiernan.

Resulta que, para redescubrir la diversidad que nos une, sólo queda cruzarse como en Barletta en 1503, italianos contra franceses. Pero Mbappé y los Thuran creen que pueden solucionarlo todo invitando boicotear a Marine Le Pen, el fascista, enemigo del progreso, de la civilización. Y Macron.

Max Del Papa, 17 de junio de 2024

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