Un encuentro especial que cambia un mal domingo

Tiene 67 años, lleva 40 construyendo puentes por el mundo y es viudo

durante 8 meses “durante los cuales descubrió que había prestado más en su vida

“Presta más atención a las cosas urgentes que a las importantes”. Vive en Turín y este domingo de noviembre se levantó temprano para preparar cuidadosamente un almuerzo familiar: cebollas rellenas, pudín de Seirass (un queso típico piamontés) y tallarines de borraja. La primera vez que lo hace desde que murió su esposa. Algo sale mal: una nieta se lastima al caer del árbol de caqui, sus padres la llevan a urgencias y la cita es cancelada. Preocupado y también un poco amargado. sale a caminar y en los jardines con una pista de patinaje contigua se encuentra con Elena y su hijo Gastón, quienes también están solos y lucen un poco perdidos, al igual que él, el hombre los invitará a almorzar como regalo la posibilidad de estar. un padre y un abuelo aunque de una manera nueva. El hombre tiene tres hijos: Sonia, la mayor que vive en Biella con su marido y sus dos hijas (son ellas las que le dan el almuerzo en la Agencia Europea de Productos Químicos en Helsinki); está la hija mediana, cuyo nombre nunca se menciona, que es actriz y directora de teatro, que es quien cuenta la historia en primera persona.

Es una historia, equilibrada entre nostalgia y esperanza, sobre las imperfecciones del amor, sobre las relaciones matrimoniales pero también sobre padres/madres-hijos y entre hermanos, así como sobre los arrepentimientos y la vida que queda.

“Cuando llegas a la edad que tenían tus padres cuando eras niño, comprendes lo jóvenes que eran y lo inquietos que estaban sus corazones”.

“Nunca he sido buena gestionando la fragilidad de mis padres: hacia ellos nunca he dejado de sentirme hija y de querer ser la cuidada”.

“A medida que envejeces, pierdes muchas cosas. Especialmente cosas que no sabíamos que teníamos”. “No tenía prisa. Ya no tendría ninguna urgencia, pensó, más que disfrutar del tiempo que le dedicarían las personas que le importaban. Se dijo en ese momento (…) que las cosas se pueden sólo se puede corregir si se admiten los errores si uno acepta haberlo hecho.”

“Le grité que no, que no era nada obvio, que cuando amas a alguien hay que hacerlo.

hazle saber, que hay que decirlo, amor. Dilo. Y muéstralo. – ¿Entendiste?”.

“Nos unía una nueva complicidad, que no quitaba nada a los malentendidos del pasado, que los hacía manejables. No se trataba de borrar ni de olvidar: sino de perdonar. Era un tiempo nuevo. Había que disfrutarlo. “

Fabio Geda, Un domingo, Einaudi

PREV «Mi renacimiento tras el coma»
NEXT Ottolino gana en Nardò. Tercer establo en Venecia