Ayrton Senna treinta años después | Feria de la vanidad Italia

Ayrton Senna treinta años después | Feria de la vanidad Italia
Ayrton Senna treinta años después | Feria de la vanidad Italia

Después de él han habido otros de pilotos formidables. Treinta años es mucho tiempo, las generaciones se aceleran incluso en la F1. Michael Schumacher, Sebastian Vettel, Lewis Hamilton, Max Verstappen. Han ganado más, o están a punto de hacerlo. Pero nunca nadie como él. Ayrton Senna fue único, especial, irrepetible.

Treinta años es poco tiempo en la memoria del campeón brasileño. Imola, era el 1 de mayo de 1994, Curva Tamburello, la última de su vida. Tenía treinta y cuatro años y tres títulos mundiales en su haber (1988, 1990 y 1991), la corona del rey del Circo. Tenía – sobre todo – un aura que nadie podía replicar.

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Para hablar de Ayrton Senna hay que partir de encanto que practicaba, al volante de un coche de carreras, por supuesto, pero también en el paddock, en la vida cotidiana, lejos de la pista donde cada vez tenía que demostrar que era el mejor.

Era el encanto de un hombre raro, inevitablemente acompañado de tormento, siempre precedido de un cono de sombra donde iba a refugiarse. Para desconectar, para silenciar el rugido de los motores, para alejar un poco más el ruido del mundo. Todo en la vida de Ayrton Senna fue material para una gran biografía. Sus éxitos en la pista, su historia personal, la de un niño criado en la suavidad de una familia rica, una San Pablo.

Su fe, una fe profunda. Su timidez. Su ferocidad, pedestal imprescindible para toda empresa. El amor que lo rodeó, un amor que atravesó todas las generaciones, todos los grupos sociales. La última de las favelas lo amaba, al igual que sus dueños.

Si hay una razón por la cual, treinta años después de su muerte, Ayrton Senna todavía provoca nostalgia en todos los entusiastas; esa razón hay que buscarla en la belleza. Sembró mucho. En cada adelantamiento, en cada pose de estar en el mundo. Una belleza frágil, destinada a desmoronarse. La belleza de las nubes, cuando juegan con el sol en los días indecisos. En todo deporte hay campeones que se consignan a la eternidad, como si fuera inevitable. Y allí, en la eternidad donde todo es memoria, se les sigue celebrando su grandeza. La luz que alguna vez irradiaron no ha dejado de brillar.

Más que el recuento de victorias, la silueta de Ayrton Senna destaca definitivamente por todo el viento que levantó, por los recuerdos que han surgido como castillos de arena construidos por niños tenaces. En su obsesión – desafiar el Velocidadatreverse a oponerse a la Tiempo – Ayrton Senna reiteró que el hombre es hombre porque tiene miedo, pero lo olvida. E imagina volar, afrontando una curva a 300 km. por hora, para ponerte el casco en tus pensamientos y sentirte invencible, hasta que alguien o algo aparece para demostrar que no es cierto. Treinta años después seguimos ahí esperando a otro Ayrton Senna, con la certeza de que ya no habrá otro como él.

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