«Hoy, en los acontecimientos que conciernen a Europa del Este y a Oriente Medio, me doy cuenta de que estoy viviendo una fe más profunda y de lo importante que es esto». Habla Wakako Saito, una japonesa originaria de Nagoya, quien por tradición y cultura de su país es budista. Es profesor de “Lengua y cultura italianas y dignidad humana” en la Universidad Budista de Aichigakuin. Desde hace casi diez años colabora con la Universidad Católica de Milán, donde enseña “lengua y cultura japonesas”.
En su vida tuvo la oportunidad de experimentar “el abrazo interminable del Misterio”, desde el momento en que conoció a un importante teólogo católico italiano.
Con él comenzó una gran historia de amistad: «Era el año 1987 – dice – y yo trabajaba en la organización de congresos y exposiciones mundiales. Un día me pidieron que organizara una “Semana Italiana”, donde tendría que invitar a hablantes de italiano que hablarían sobre algo que no sabíamos ya en Japón, como la tradición culinaria”.
El encuentro con don Giussani
Habla de la dificultad de encontrar a alguien que trajera algo “nuevo”: “Sentí que sería interesante invitar a alguien que hablara sobre el catolicismo, dada la fuerte conexión con Italia”; Un día, una amiga suya italiana le propuso invitar a don Luigi Giussani, fundador de Comunione e Liberazione: «Me hablaba de él como si fuera una persona interesante. Ni siquiera sabía lo que significaba “Don”, pero le envié un fax para invitarlo -en aquellos años no existía el correo electrónico como lo conocemos hoy- convencido de que nunca me contestaría”.
Al día siguiente llega la respuesta de Italia: “Ya voy”.
«Estaba muy feliz, pero a la vez preocupada. Fui instrumento del Misterio, sólo así pude escribir esa carta.”
Llega el gran día: Giussani celebra en Nagoya una conferencia capaz de llegar al fondo del corazón de Wakako: «Las palabras que utiliza Giussani no son sencillas. Los entendí a través de la experiencia.”
En aquella ocasión, que fue el único viaje de Giussani a Japón, el teólogo se encontró con algunos amigos de la familia de Wakako: «Con mi padre lo llevamos al monte Koya, donde viven los monjes budistas. Se estableció una amistad fuerte, no hecha de palabras (Giussani no entendía japonés), sino de miradas”.
Pasados esos días el cura la invita a venir a Italia; ella acepta: «Llegué a Piacenza y participé en unas vacaciones en la montaña. Allí me di cuenta de que Giussani era el “padre” de muchos niños que buscaban su vida. A partir de ese día viví aquí durante muchos años – continúa -, estudié en la Cattolica y fui feliz”.
Nos habla de su “misión”: «Siempre he tratado de crear y promover la amistad entre budistas y cristianos. Giussani no me convirtió – explica -, sigo siendo budista. Pero sin cambiar mi identidad, logré ser su amigo y él siempre fue una guía para mí”.
«Todos tenemos el mismo corazón»
Wakako continúa explicando que todos tienen el mismo corazón y el mismo deseo, independientemente de su religión y de su cultura: «Don Giussani lo tenía, como atestiguó cuando vino a Japón. Los monjes budistas lo tienen: como una mariposa que se posa cuando se abren las flores. Pero siempre es un misterio: no sabemos cuándo vendrá la mariposa y se abrirán las flores. A pesar de esto, caminamos juntos”.
Finalmente, un comentario sobre la paz: «Los japoneses perdimos la Segunda Guerra Mundial y Japón es el único país alcanzado por la bomba atómica. La paz – explica – no significa estar siempre con quien te gusta. Es ante todo atención a uno mismo. Entonces hay que intentar hacer amistad con el otro, con el diferente. La invitación es a llegar al fondo de lo que el Misterio nos presenta: sólo así podremos ser felices, estar en paz con nosotros mismos y hacernos amigos incluso de aquellos que son nuestros “enemigos”. Se abren muchos caminos: en el 87 tenía una licenciatura y sabía inglés, pero nunca hubiera imaginado aprender italiano viviendo y estudiando en Italia.”