Homilía en el funeral de Mons. Tancredi Ciancarella » Diócesis de Tívoli y Palestrina

Homilía en el funeral de Mons. Tancredi Ciancarella » Diócesis de Tívoli y Palestrina
Homilía en el funeral de Mons. Tancredi Ciancarella » Diócesis de Tívoli y Palestrina

Rocca Santo Stefano, Parroquia de Santa Maria Assunta, jueves 16 de mayo de 2024

“Padre, quiero que los que me has dado, donde yo estoy, estén también conmigo, para que contemplen mi gloria que me has dado; porque me amaste antes de la creación del mundo.”

Estas son las últimas palabras extraídas de la oración de Jesús al Padre, la oración sacerdotal de Jesús, la oración que elevó al Padre cuando estaba a punto de cumplir su misión en la tierra, antes de su Pascua y con la que oró por su discípulos y para todos aquellos que creerían en Él a lo largo de los siglos. Y me gusta creer, es más, la fe me convence, que todos estábamos presentes en esa oración y por eso también estuvo presente en el Corazón de Jesús nuestro querido Monseñor Tancredi Ciancarella, que en la madrugada del martes 14 de mayo terminó su camino terrenal.

Una carrera que comenzó aquí, en su Rocca Santo Stefano, el 12 de julio de hace 83 años, cuando nació de su padre Antonio y Giammaria Giulia. El cual continuó en el seminario menor de la Abadía Territorial de Subiaco donde lo introdujo su padre en 1951, con sólo 11 años de edad, y del que abandonó el 29 de junio de 1966 al ser ordenado sacerdote en la Catedral de Santa Escolástica.

Una hermosa vida sacerdotal – la de don Tancredi – que todos los que estamos aquí hemos podido admirar y de la que muchos hemos aprendido.

Vicepárroco y luego párroco aquí en Rocca de 1966 a 1988; de 1986 a 1996 fue Vicerrector y Ecónomo del Seminario Internacional Juan Pablo II en Roma, brindando consejos, apoyo y amistad a muchos estudiantes ahora sacerdotes a quienes amaba. Don Tancredi fue, en efecto, un verdadero sacerdote y un verdadero hombre, un hombre auténtico, sereno y acogedor. ¡Un padre! Un hombre al que le gustaba estar en compañía, al que le gustaba reír, viajar, almorzar y cenar juntos. Pero también le gustaba orar, estar con el Señor, celebrar, confesar, dispensar la gracia de Dios en el que creyó firmemente hasta el final con una fe sólida, diría de otros tiempos, pero injertada en una vida sana. Una humanidad acogedora, madura, que, al no haber sufrido traumas, estaba naturalmente abierta a lo trascendente.

Por estas cualidades humanas y sacerdotales, en la organización de la Abadía Territorial de Subiaco, fue un miembro estimado del Consejo Presbiteral, del Consejo para Asuntos Económicos, del Centro Vocacional Diocesano.

De 1989 a 1997, los fines de semana y en verano, regresaba de Roma para ejercer como párroco en San Lorenzo in Gerano. Por lo tanto, desde 1997 hasta el verano de 2019 fue párroco de Santa Felicita ad Affile y al mismo tiempo, de 2005 a 2017, ecónomo de confianza de la diócesis de Tivoli a la que se anexó parte del territorio de Subiaco en 2002, miembro de del Consejo Presbiteral y del Colegio de Consultores.

En 2016 celebró el 50 aniversario de su ordenación sacerdotal y en esa ocasión, para agradecerle por su vida ofrecida al Señor con autenticidad humana y sacerdotal, quise que recibiera de manos del Papa el honor de Capellán de Honor de Su Santidad con el título de Monseñor. Humilde, y con un gran sentido de la realidad, acogió este gesto de estima pero lo que le gustó inmensamente fue ser sacerdote, ser sacerdote… Incluso cuando por limitaciones de edad acepté su renuncia como párroco de Affile, me pidió permanecer entre su pueblo. Lo cual acepté gustosamente de acuerdo con su sucesor. Permítanme agradecer aquí a su sucesor, Don Enrico Emili, que le dejó el apartamento del párroco hasta que Don Tancredi tuvo que dejar Affile para regresar aquí, a su Rocca Santo Stefano, a la casa de su hermano y su cuñada, la Signora. Felicetta, que junto a sus sobrinas: Giulia, Cristina, Antonio y muchos otros familiares, amigos y conocidos lo cuidaron durante estos años de enfermedad. Una enfermedad que le tenía clavado en la cama. ¡Mi y nuestro más sincero agradecimiento a ellos por lo que hicieron por él!

Don Tancredi, lo sabemos, padecía asma bronquial desde hacía años, de vez en cuando, en los últimos años, parecía que su salud entraba en crisis pero luego se recuperó. Finalmente, incluso los huesos empezaron a no soportarlo más y así, progresivamente, empezó a morir.

Sin embargo, si su cuerpo murió, su fe nunca murió.

El 12 de marzo, durante una de mis visitas, lo encontré como estaba desde hacía algún tiempo: en la cama, con una voz débil. Ya no caminaba. En su habitación no había televisión, sólo un crucifijo en la pared frente a sus ojos y la estatua de Nuestra Señora de Fátima.

Le pregunté: “¿qué haces todo el día”?

Él respondió con ojos alegres: “¡De nada! Día y noche, cuando me despierto porque me cuesta dormir, rezo, discuto, agradezco, ruego, hablo, hablo con Él… – y señaló el crucifijo… –. Y luego añadió: Tengo una infinidad de asuntos que confiar al Señor. Rezo por el Papa, por vosotros, por mis feligreses de Affile, por las vocaciones sacerdotales, por los sacerdotes… – y prosiguió orgulloso –: luego, ya sabéis, varios de ellos también vienen aquí a confesarse y así puedo ¡Todavía confieso…!”.

Don Tancredi. ¡Un buen sacerdote y sobre todo un verdadero creyente! En esa ocasión me movió y al salir me tomó la mano y besó mi anillo. Le dije “venga, vamos, déjalo en paz…” y él respondió: “¡¡¡tú eres mi Obispo”!!!

Cuánta pasión sacerdotal en la vida de Don Tancredi, cuánto amor por sus hermanos, sus feligreses, sus superiores, sus familiares. Me llamó la atención una frase de un joven de Affile que leí en los comentarios de la noticia difundida en Facebook sobre la muerte de Don Tancredi: “¡Te queríamos mucho!”. Y así como me llamó la atención la frase de aquel joven, Don Tancredi, que no era un cura cursi, ni un cabeza inclinada, sino un hombre de verdad, siempre ha sido apreciado por los jóvenes, por las familias… y como nunca se ha ahorrado para dar a conocer al Resucitado. Con motivo de la visita pastoral que hice a su parroquia -fue en enero de hace algunos años- me hizo visitar a todos los ancianos y enfermos de Affile. Los caminos eran montañosos y le costaba respirar. Pero me acompañaba a todas partes y conocía a todos.

Don Tancredi se abrió en su existencia a Jesús, a Cristo que, uno con el Padre, dio a conocer a los suyos y por tanto también a nosotros, en este tiempo en el que está presente pero ausente, su amor, el amor que existe está entre Él y el Padre. Don Tancredi conoció y experimentó el amor dado por el Resucitado que ascendió al Cielo y nos dio el don del Espíritu Santo, la relación de amor en la que Cristo nos injertó, el amor entre Él y el Padre. Un amor perfecto que Don Tancredi no pudo conservar para sí sino difundir generosamente.

Ahora nos gusta pensar dónde está el Resucitado.

Jesús preguntó al Padre: “Quiero que donde yo estoy, los que me has dado, quiero que también estén conmigo, para que contemplen mi gloria que me has dado; porque me amaste antes de la creación del mundo.”

Él lo pidió, confirmándonos así la finalidad de su sacrificio de amor realizado con la Pascua.

En ese “quiero” Jesús expresó su determinación divina de que “aquellos que el Padre le ha dado, también estén con él donde él esté”. Toda la humanidad, con la complejidad de su historia y con la extrema multiplicidad de sus historias, de sus fes, de sus contrastes dentro de los cuales nos gusta pensar también esta mañana en la humanidad de Don Tancredi, en su historia, en su fe, y también a sus fragilidades, toda la humanidad – decía – en ese “quiero” está convocada al don de la salvación para ser la única familia universal de la que Dios es el Padre y Jesús es su Salvador y Señor!

Que el Resucitado conceda a don Tancredi participar para siempre de la gloria que Cristo nos obtuvo mediante su pasión, muerte y resurrección.

A él, a nuestro querido Don Tancredi, que creyó y anunció al hombre resucitado, que caminó con la mirada puesta en el Cielo y los pies en la tierra para sembrar el bien, amar y hacer ver a todos la imagen de Dios, el Señor lo haga. concédenos participar de su gloria eterna, para entrar en el corazón de la Santísima Trinidad, en esa comunión de amor que es nuestro hogar.

Te lo pedimos por intercesión de su querida Virgen del Giglio, de quien, como don Tancredi cantó muchas veces junto a sus feligreses de Affila, se reconoció como un hijo, un hijo entre los niños que tanto lo aman. Los hijos para siempre, de María y del Señor. Amén.

+ Mauro Parmeggiani
Obispo de Tívoli y Palestrina

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