El último golpe de estrategia populista fue como una cáscara de plátano para el alcalde de Taormina, candidato a las elecciones europeas. El no al Puente del Estrecho, un papel, una ideología y un “entorno” que no le pertenecen, corre el riesgo de salirle caro. No tanto por el “no” en sí sino por el repentino giro político que parece una caída en términos de credibilidad y coherencia. Si la manifestación bajo el pilón Ganzirri, en Capo Peloro, no hubiera estado acompañada de música, probablemente habría tenido una participación menor, probablemente más acorde con las cifras fotografiadas en el Teatro Vittorio Emanuele unas noches antes. Y si Barcellona Pozzo di Gotto ha respondido mejor en algunos aspectos, Messina parece haberse enamorado repentinamente del autoproclamado “emperador de las dos Sicilias”. Los comentarios debajo de las publicaciones son implacables y ampliamente negativos y transmiten amarga decepción. E incluso el periódico municipal, la Gazzetta del Sud, esta mañana no se muestra tierno con el “alcalde de Italia”. Mi colega Lucio D’Amico escribe que “los sentimientos han cambiado y si De Luca solía llenar las plazas, ya no es así”.
Un hecho indiscutible, pese a la frenética negación de los fieles y de la afición más activa. Messina es implacable y esta ley, que ya era válida también para el arte y la música, eligiendo el Teatro de Messina como uno de los escenarios más incómodos y críticos de Italia incluso antes de 1908, sigue siendo válida como regla férrea de cursos y recursos, se aplica también a De Lucas. El riesgo para el candidato De Luca y para el “soldado” Basile es el de hervir lentamente hasta despertar de repente en una olla con agua que ha pasado de tibia a caliente, o más bien hirviendo.
