Gamba y Bolis: de la provincia de Bérgamo al corazón de Monza

Gamba y Bolis: de la provincia de Bérgamo al corazón de Monza
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por Fiorenzo Dosso

Exégesis de un sentimiento que desapareció hace unos diez años por motivos profesionales: el papel que tiene nuestra experiencia en los juicios y opiniones personales es fundamental y ciertamente yo no soy una excepción. Y luego: en esta columna, que para mí es un sueño, no podía fingir ni, peor aún, mentir. Así que reconozco sinceramente que desde hace algún tiempo, por reacción humana o por defensa natural, no puedo ser objetivo u objetivo respecto a Bérgamo. Y, por lógica consecuencia, también de la Diosa. La cual, reina indiscutible de los campeonatos provinciales, representa un modelo absoluto desde muchos puntos de vista: gestión, deporte, profunda identificación con el territorio, continuidad de resultados fabulosos.

Hago un llamamiento al viejo corazón rojiblanco y prefiero celebrar a dos provincianos de Bérgamo.

Dos auténticas leyendas que tanto dieron a Monza. Y dejaron maravillosos recuerdos.

Dos leyendas que -por sus respectivas posiciones en el campo- habrían dado pie a un gran duelo. Cierra los ojos e imagina un lateral izquierdo marcando a un lateral derecho.

O, si se prefiere, una curva cerrada que debe empujar pero también contener las ráfagas de un fluidificante.

Porque cuando los números eran poesía, el 3 tenía que competir con el 7.

3 de Eugenio Gamba, 7 de Marco Bolis.

Ese colega, amigo y -sobre todo- compañero de sueños rojiblancos que es Paolo Corbetta definió a Eugenio Gamba como un “Theo Hernández ante litteram”. Se burló de sí mismo, porque la gente bella siempre es humilde, pero la comparación de Paolo dio en el blanco. En la primera mitad de los años 70, estaba emergiendo la figura del lateral izquierdo, proclive a liberaciones ofensivas que hasta entonces habían estado excluidas de los laterales destinados exclusivamente a marcar. Facchetti y Breitner (sin olvidar a Krol del Mundial del 74) como máximos exponentes de una revolución cultural incluso antes que la técnica o la táctica. Quien trajo la innovación al área de Sada fue un chico albino procedente de Como, donde había acumulado un buen número de apariciones en dos temporadas de la Serie B. Elegido por David, intentó en vano salvar el banquillo del técnico que. Lo había buscado con un misil tierra-aire en Padua.

Fue Alfredo Magni quien literalmente lo hizo despegar. Pelo al viento, cabeza siempre en alto, gran habilidad técnica, zancada vigorosa con tendencia al centro para soltar golpes llenos de potencia y efecto. Precisamente de esta manera inauguró, hundiendo al Trento en Sada, el campeonato de ascenso a la Serie B en el 75-76. El de los discos, el del canto que nunca más saldrá de nuestras mentes y corazones: Terraneo, Vincenzi, Gamba, Casagrande, Michelazzi, Fontana, Tosetto, Buriani, Braida, Ardemagni, Sanseverino. Con De Vecchi y Fasoli ciertamente no hay reservas. Eugenio será un espléndido protagonista con sus incursiones, sus cambios de campo, su continuidad de rendimiento, su fiabilidad probada también el año siguiente en la Serie B en quizás el mejor Borussia di Brianza de todos los tiempos: una fantástica mezcla de entretenimiento, emociones, escalofríos, sueños. .

Tome los cuatro términos que acabamos de utilizar, permanezca en su lugar en Sada y avance algunos años: el resultado es Marco Bolis. Un amigo mío que se volvió loco por la derecha de Mozzo lo resumió rápidamente así: “Un cruce entre Littbarski y Bruno Conti”. 288 veces (9 campeonatos) rojiblanco, Bolis estuvo literalmente demoledor -por frescura, efervescencia, imaginación- en la temporada de su regreso a la Serie B (1981-82) de la mano de Jimmy Fontana. El chico estaba cedido por el Milán: Adriano Galliani, que entonces ya veía el futuro, lo compró dando a Monza uno de los puntos de referencia (con Saini y Fontanini) de todos los años 80. Personalmente me encantó toda la parábola de Bolis: la vivaz con un amplísimo repertorio de tiros, regates y besos cruzados en la primera parte y la táctica con (también) mucho sacrificio en cuanto a coberturas y devoluciones en la segunda. Cuando, tras el descenso de 1986 y la decepcionante gestión de Pasinato, Marco encontró nueva vida técnica, táctica y – sobre todo – humana en la relación con Piero Frosio y fue un pilar esencial del ascenso y de la Copa de Italia 1987-88.

La de otro equipo que la memoria ha grabado para siempre en el corazón: Antonioli, Fontanini, Mancuso, Brioschi, Verdelli, Pellegrini, Bolis, Saini, Casiraghi, Stroppa, Auteri. Con Pinato, Giaretta, Monguzzi, Robbiati, Salvadè y Lo Garzo completando y cimentando un gran grupo. Sólo pudo ser Marco quien firmara el último golazo de la historia de Sada. Sábado 11 de junio de 1988 Monza-Palermo, partido de vuelta de la final de la Copa de Italia de la Serie C (ida 0-0). Minuto 36: recibe el balón por la derecha de Casiraghi, Bolis toma protagonismo, dribla a un rival y desde más de veinte metros lanza un disparo mortal a media altura que deja sin escapatoria al inocente portero siciliano. Por supuesto, seguirán el empate temporal de Casale y el inolvidable cabezazo ganador de Melo Mancuso, pero es conmovedor y romántico recordar que el telón de un escenario mítico fue bajado por la obra maestra de un jugador que ese estadio había iluminado muchas veces con su imaginación. y su generosidad.

Los 3 de Eugenio Gamba, los 7 de Marco Bolis: de la provincia de Bérgamo al corazón de Monza.

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