Si en la izquierda, los derechos y el respeto (para quienes trabajan) son sólo palabras



La cita con Elly es en el número 5 vía Vittor Pisani. A las 15.00 horas hablará (está decidido) con los periodistas acreditados para cubrir el Orgullo de Milán. No hablará antes, no hablará después desde el escenario montado en el Arco. Sólo allí le espera la carroza que ondea las banderas del PD. Y es evidentemente allí donde -a las 15 en punto- aparece la flota de periodistas, operadores, radios, agencias, cámaras, postes, micrófonos, dispuestos a suplicarle un comentario a la número uno del partido (“¿no quieres preguntarle sobre ¿Fanpage?”), algunas bromas y tal vez incluso la verdadera pregunta que ronda: “¿Pero apoyará a Suiza o a Italia?”.

De hecho, sea o no de los azzurri, el tiempo se acaba, pero ni una sombra de Schlein. Y la sombra, al menos, aunque no sea la de Elly, sería útil aquí en el capó milanés sin sol ni lluvia. Porque los periodistas, aplastados como sardinas indecorosas entre el furgón del PD y la acera, tienen que permanecer así, amontonados y muy pegajosos de sudor, alrededor de un hipotético punto donde, poco después, en perpetua prolongación, Madame Schlein debería revelarse. Diez, veinte, cuarenta minutos. Como.

Tanto es así que desde el carro del Partido Demócrata, allá arriba donde hasta la caricatura de Fontana parece mirar con lástima apenas disimulada, se apiadan al ver a una prensa jadeante y comienzan a lanzar botellas de agua, agitando la caricatura «Más amor, menos Vannacci. No hay espacio para el odio.” Pero aquí es precisamente el espacio lo que falta. El de los derechos. La de quienes trabajan. Esos que luego elogia Schlein con la camisa verde floreada. Pero parecen sólo en palabras.

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