Masacre. Sábanas blancas | El Diario de Sondrio

Masacre. Sábanas blancas | El Diario de Sondrio
Masacre. Sábanas blancas | El Diario de Sondrio

Sábanas blancas, cándidas como las intenciones, se extendían como una serie de inmodestas bienvenidas. La bochornosa representación de una humanidad pateada en la boca, el espejo infiel de una política bipolar no por enfermedad sino por autoridad derrocada. Sábanas blancas para recordar a los hipócritas del momento que la vida no es moneda de cambio ni sangre que derramar para pedir justicia o un trato justo. El mar entrega su destrucción, anunciada, registrada, registrada en múltiples filmografías. El mar en su tempestad no ha encontrado ningún entendimiento humano, compasión, piedad, para interponerse, a través de sus olas, sólo palabras sumarias de circunstancia, de entrega incondicional circunscrita por la bendición regente del momento. Sábanas blancas como la inocencia apresuradamente cubiertas, peor aún, ocultas a los ojos de los incrédulos, en la agonía de la vergüenza que reniega de más inútiles trueques con la propia conciencia. Decenas de sábanas blancas, cuerpos de hombres y mujeres amontonados aquí y allá. Sábanas blancas que traspasan más que una espada, incluso más que un miserable reclamo. Niños y niñas con las órbitas al revés, niños privados de toda protección y sobre todo de justicia. Las sábanas blancas hablan, gritan, gritan, desgarran en su soledad impuesta, discursos hipócritas, defensas descabelladas, proclamas estruendosas, consignas, vallas publicitarias, mayorías y minorías, cada una enseñando moral, mientras que la moral y la compasión son ya carne de cañón. Ahora es el momento de banderas izadas a la fuerza sobre el mar sumergido condenadas falsamente por asesinato. Banderas al viento que no pueden doblarse ni mucho menos esconder la verdad de ese mar. Contrabandistas culpables, sin duda, puertos sin vigilancia, no los dejemos partir, países y naciones de rodillas ante tantas estafas y demasiadas corrupciones, territorios a los que ayudar con más lluvia de dinero que quedará en los bolsillos de tal y cual. En esta carnicería interminable, sin culpables, si no algunos contrabandistas sin escrúpulos, ante esta enésima tragedia habría que honrar la ley del mar y no la de cualquier ejecutor-instrumento de celebración del poder establecido. Porque esas sábanas blancas que nunca se borran bajo las botas claveteadas de la hipocresía quedan para despertar nuestras conciencias. Quedan sábanas blancas que obligan a la indignación. Recordando bien que la indignación no es un arte, sino una raíz profunda que enseña el respeto por uno mismo y por ende por los demás, por esos hombres y mujeres ahora bien amontonados. De esos niños inocentes y sus lágrimas que nunca dejan de agarrarnos por el cuello.

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