“Si estás allí, inténtalo”. En las películas italianas de los años 60 era frecuente encontrar sesiones cinematográficas en las que el médium pedía al espíritu invocado que diera una señal de su presencia. Ahora: Raffaele Paladino es todo menos un fantasma. Más bien un deportista concreto, que en repetidas ocasiones ha hecho oír su voz con fuerza en todo el ambiente morado. Sin embargo, hoy en día gran parte de sus fans le piden que haga como en aquellas películas improbables que, sin embargo, fascinaron a muchos. Es decir, le pide que lance un tiro, que haga sentir su presencia espiritual en el vestuario y, al mismo tiempo, que haga visible para todos su patada agresiva y vertical que fue seña de su Monza ganador. Porque si él no ha sido el fantasma hasta ahora, sí lo ha sido su Fiorentina, un equipo a menudo impalpable, imperceptible, casi metafísico, capaz de no lograr ni un solo disparo a portería el pasado domingo contra el Empoli.
Un equipo sin sustancia práctica, casi una contradicción filosófica para el técnico de Mugnano di Napoli. Porque Palladino pertenece por formación a esa escuela de fútbol y concreción que tiene su profeta en Giampiero Gasperini, su entrenador en la época del Génova. Una escuela que teoriza sobre la inutilidad de la posesión del balón para casarla con la concreción de ese fútbol de pan y salami hecho de marcaciones en todos los sentidos y contraataques perpendiculares, que tantos adeptos ha ganado en Italia. Como Tudor, que en la época de Verona creó una pequeña Atalanta a menor escala. O como Juric, el primer seguidor del gasperinismo. Toda gente que a Pradé le gusta a muerte, hasta el punto de que en el verano de 2020 ya había convencido al serbio hoy en Roma para que fichara por la Fiorentina antes de que Commisso cambiara de opinión y confirmara a Iachini. Pero esa es otra historia.
Hoy el problema reside en esa esperanza fallida. La esperanza de que con la llegada de Palladino al banquillo la Fiorentina dejara de lado esa altísima defensa sinónimo de falta de escrúpulos y esa idea de fútbol envolvente, horizontal pero lento, para convertirse en un equipo menos vistoso pero más sólido y más vertical. Hasta ahora esto sólo se ha visto en raras ocasiones: una vez con el Atalanta, otra con la Lazio, algunos destellos con Parma y Venecia. Demasiado poco para estar satisfecho. Por eso, mañana por la tarde en la Copa y, sobre todo, el próximo domingo contra el Milán, muchos esperan un tiro por encima de la tabla. Algo que manifieste visiblemente el nuevo rumbo, que ofrezca una perspectiva, que solidifique una esperanza. Porque en el fútbol, como en la vida, es cierto que la paciencia es compañera de la sabiduría pero también es cierto que ningún tiempo puede ser infinito.
Así que da un golpe, Palladino, y seguramente nadie se asustará sino, al contrario, aplaudirá ante la prueba de que la hipótesis futbolística que le ha llevado hasta aquí no era una utopía. Y ni siquiera una improbable historia de fantasmas que, hoy en día, a nadie le gustaría.