Era el 1 de octubre de 2009 cuando el cielo se oscureció y la lluvia, acompañada de un fuerte viento, empezó a caer incesantemente sobre la provincia de Messina. El barro, que descendía de las montañas con fuerza imparable, se tragó las comunidades de Giampilieri, Santo Stefano Briga y Scaletta Zanclea.
Ese día, la furia de la naturaleza borró vidas, destruyó hogares, rompió vínculos y sueños, transformando para siempre un territorio ya frágil.
Treinta y siete almas perdieron la vida en aquella trágica inundación, treinta y siete vidas destrozadas por un desastre que, además del dolor inmediato, dejó una cicatriz profunda e imborrable. Una de las víctimas permaneció sin nombre, pero su presencia se une silenciosamente a la de los demás, en la memoria de quienes, aún hoy, lloran esa enorme pérdida.
Entre ellos también estaba Simone Neri, un joven que, en un acto de extrema valentía, salvó a niños y perdió la vida intentando rescatar a otras personas. El barro, imparable y cruel, no sólo destruyó hogares y vidas, sino que cambió para siempre la conciencia de toda una comunidad, que se vio vulnerable ante la fuerza impredecible de los acontecimientos naturales.
Y también estaba el Brolese Carmelo Ricciardello. Estaba allí por negocios. Se perdió en el barro.
Aquel 1 de octubre de hace 15 años, la lluvia no parecía querer parar. Después de un violento Scirocco, la inundación azotó la zona con una violencia sin precedentes. Al principio hubo inconvenientes y pequeños deslizamientos de tierra, pero luego la situación degeneró rápidamente en una tragedia de enormes proporciones. Las noticias se sucedían frenéticamente, y los informativos abrían sus ediciones con imágenes de devastación. Los cuerpos sin vida fueron encontrados uno tras otro, en una secuencia de hechos que dejaron una profunda herida en el corazón de quienes lo habían perdido todo.
Recordar esos momentos sigue siendo doloroso, especialmente para los familiares de las víctimas, que siguen viviendo rodeados de un mar de preguntas sin respuesta. Después de 15 años, el dolor no ha disminuido y el recuerdo de ese día sigue vivo, con un sentimiento de injusticia que acompaña el duelo de toda una comunidad.
La tragedia de Giampilieri no fue un caso aislado.
Exactamente dos años después, en noviembre de 2011, la provincia de Messina se vio nuevamente afectada por una inundación en Saponara, que causó tres víctimas más. Estos desastres dejaron en evidencia la fragilidad de un territorio expuesto a fenómenos atmosféricos cada vez más extremos, y nos recuerdan lo importante que es mantener viva la memoria de esos acontecimientos.
Como cada año, también hoy Giampilieri se detiene para recordar a las víctimas de la inundación. La comunidad se reúne para una misa conmemorativa, con el repique de campanas para marcar la lectura de los nombres de las 37 vidas perdidas. Las iniciativas organizadas por los comités parroquiales y locales, Giampilieri 2.0 y Salviamo Giampilieri, demuestran un compromiso constante para no olvidar.
Los nombres de las víctimas son recordados uno por uno, con una oración en el corazón: Monica Balascuta, Carmela Maria Barbera, Santi Bellomo, Carmela Cacciola, Giuseppa Calogero, Concetta Cannistraci, Roberto Carullo, Luigi Costa, Ketty De Francesco, Elena De Luca , Francesco De Luca, Ilaria De Luca, Agnese Falgetano, Letterio Laganà, Maria Li Causi, Francesco Lonia, Lorenzo Lonia, Teresa Macina, Leo Maugeri, Christian Maugeri, Letterio Maugeri, Francesca Micali, Simone Neri, Carmela Olivieri, Katia Panarello, Santina Porcino, María Restuccia, Carmelo Ricciardello, Martino Scibilia, Bartolo Sciliberto, María Letizia Scionti, Salvatore Scionti, Alessandro Sturiale, Onofrio Sturiale, Giuseppe Tonante, Salvatore Zagami.
Y a ellos se suma una víctima anónima, cuyo recuerdo perdura a través del dolor compartido de la comunidad.
La conmemoración continuará luego con actos artísticos en las plazas de los pueblos, como símbolo de un renacimiento lento pero necesario, una forma de garantizar que ese trágico acontecimiento no caiga en el olvido y de encontrar nuevas esperanzas en el futuro.
Recordar no es sólo un deber, sino un acto de amor y respeto hacia quienes ya no están.
Y, sobre todo, es una advertencia para que nunca más se subestime la fragilidad de un territorio que debe ser protegido, para que nunca más se repitan tragedias similares.
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