“Todavía no vemos cómo Europa puede reiniciarse con la energía necesaria”. Estas fueron las palabras del presidente de Confindustria, Emanuele Orsini, en su primer discurso ante la asamblea. Un discurso que quedará en la memoria de la asociación de empresarios privados por su audaz realismo: “Hoy más que nunca, es esencial una política industrial europea sólida… Una reindustrialización basada en tecnologías avanzadas, la producción de materias primas y el uso de la inteligencia artificial, combinado con una revisión adecuada de las políticas comerciales y de competencia. Todo esto requiere inversiones masivas, tanto públicas como privadas, y estrategias compartidas que actualmente faltan debido a los conflictos de visiones e intereses dentro de la UE. Una política económica unificada es crucial para proteger y mantener el mercado único, al igual que un Pacto de Estabilidad adaptado a los desafíos que enfrentamos”.
De hecho, el Presidente Orsini tiene razón: “Los desafíos son enormes”. Lo que debería impresionar aún más a los observadores, y especialmente a los responsables de las decisiones públicas, con el Gobierno italiano a la cabeza, es la alarma dada por el presidente. Es la primera vez, en una larga historia de relaciones a menudo críticas con las opciones de la UE, que la asociación de las grandes empresas italianas (o lo que queda de ella, sobre todo gracias a la presencia de empresas estatales) ha lanzado tales un ataque directo a las políticas de transición energética impulsadas por la burocracia bruselense.
Europa está siendo testigo de una desindustrialización: Volkswagen está recortando puestos de trabajo, BASF está reduciendo su producción de forma lenta pero segura. Cito estos ejemplos alemanes porque son representativos, dado que el corazón de la economía europea late en Alemania y, si la industria sobrevive, seguirá haciéndolo.
Pienso en lo que afirmó hace un año el entonces director general de BASF, Martin Brudermüller, en una entrevista con el Frankfurter Allgemeine Zeitung: “La competitividad de Europa se ve cada vez más amenazada por una regulación excesiva, unos procedimientos de autorización lentos y burocráticos y, sobre todo, los elevados costes de la mayoría de los factores de producción.” Ya el año pasado la empresa tuvo que prescindir del gas ruso, que explotaba desde hacía décadas. Y en abril de 2022 temió que la interrupción del suministro de gas procedente de Rusia pudiera “destruir toda nuestra economía… Es un hecho – subrayó – que el suministro de gas ruso ha sido hasta ahora esencial para la competitividad de nuestra industria”. Palabras grabadas en la historia industrial de Europa.
El grito de Orsini está lleno de angustia y parte, con razón, de la crítica a los costes energéticos, ahora insostenibles, que ponen en riesgo la continuidad productiva de la industria. Pensemos en lo que le ocurrió al grupo Arvedi, que tuvo que reducir drásticamente la producción en sus fábricas de Terni, sin que esto haya sacudido el debate público en Italia. Y es dramática la situación en la que se encuentra Davide Tabarelli, el actual comisario hábil y competente de la antigua Ilva de Taranto.
Hace años, el grupo indio que adquirió la antigua Ilva en condiciones bien conocidas lo hizo, ahora está claro, para favorecer su cierre, con el fin de eliminar a un competidor y luego reconstruir Mesopotamia y el Líbano en el futuro. Una vez que Siria esté resuelta -que sigue bajo el control de Assad después de la terrible guerra- y se resuelvan sus relaciones con Turquía y Rusia, el problema de la producción de acero en el frente sur de la OTAN volverá a surgir.
La guerra de agresión rusa en Ucrania no ha hecho más que posponer este objetivo, que sin embargo seguramente resurgirá una vez que termine el conflicto ruso-ucraniano. No es casualidad que entre los aspirantes al ex Ilva haya ahora un grupo ucraniano que haya presentado una oferta cuyo resultado será interesante seguir. Cuando comience la reconstrucción del Líbano, cuando el conflicto entre Israel e Irán dé paso a una nueva división del Gran Oriente Medio, Europa se verá golpeada por una desindustrialización devastadora, si la imposición de las normas pertinentes de la UE continúa sobre las políticas energéticas y económicas en general. Esto es lo que no está incluido en el informe Draghi. Las decenas de personas que han contribuido a su redacción proponen, para solucionar los problemas de escasez energética, recurrir de nuevo a fuentes no fósiles, sin darse cuenta de que de esta manera se asegura el declive industrial, que conducirá a la desertificación de todo el continente europeo, la cuna de la industria mundial antes de que Estados Unidos se convirtiera en la potencia que conocemos.
La ilusión de que las actividades inducidas por el turismo desenfrenado puedan reemplazar a la manufactura es una perspectiva que llevará a Europa hacia una especie de suicidio colectivo.
Las transiciones impuestas desde arriba por la UE están erosionando la propia estabilidad social y moral de ciudades europeas enteras, con protestas de los habitantes que ya no toleran el nivel de descivilización que inevitablemente provoca el sobreturismo, con un aumento de la ya elevada inseguridad generalizada en todas partes. Las naciones europeas se ven afectadas sobre todo por flujos migratorios insostenibles porque no se integran con la creación de empleo, sino sólo con nuevos focos de marginación.
“El Pacto Verde está lleno de demasiados errores que han puesto y siguen poniendo en riesgo a la industria”, declaró además Orsini. “Creemos que este no es el objetivo de nadie. La descarbonización, incluso a costa de la desindustrialización, es un fracaso”, añadió. “La industria, tanto italiana como europea, defenderá con determinación la neutralidad tecnológica, pidiendo una aplicación más realista y gradual del Pacto Verde”.
Debería ser el objetivo de todos.
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