Reduzca las listas de espera, no el rendimiento

por Vincenzo D’Anna

09 MAYOQuerido director,
Me dispongo a escribir tomando prestado un célebre verso tomado del “5 de mayo” de Alessandro Manzoni: “Virgen de la alabanza servidora y de la indignación cobarde”, en referencia a un buen Ministro de Sanidad como el Prof. Orazio Schillaci. Y, sin embargo, hay que hacerlo con la franqueza y la claridad que requiere el tema: el de las imperecederas listas de espera a las que están sometidos los ciudadanos italianos. Un área, esta última, reformada allá por 1982 por un ministro liberal como Francesco De Lorenzo. Eran los años de la madre de todas las reformas sanitarias: la ley 833 de 1978. Un acto con el que la República Italiana anuló la ley Mariotti de la década anterior.

Mientras que esta última, de hecho, sólo reconocía la atención médica a los enfermos e indigentes, la nueva ley introdujo y amplió nuevos y más amplios derechos en materia de salud, extendiéndolos también a los “no” pacientes. De esta manera, el Estado pretendía proteger el mantenimiento de un estado de bienestar psicofísico para cada ciudadano. Nadie excluido. Una revolución copernicana, que amplió los horizontes y consecuentemente también la bolsa de la compra, cargándola de nuevos servicios. No es casualidad que todavía hoy la partida de gasto en sanidad aparezca en el presupuesto estatal entre las tres primeras, después de las pensiones y los salarios de los empleados públicos. Un término de comparación, por aproximado que sea, da una buena idea.

En la época de la ley Mariotti, con sus ámbitos de aplicación limitados, el gasto ascendía a unos 35 mil millones de liras antiguas al año. Hoy hemos alcanzado la considerable cifra de 135 mil millones de euros para el mismo período de tiempo. A esta montaña de dinero hay que sumar las asignaciones y financiación para la construcción de nuevos hospitales e instalaciones o su conversión y modernización. Ahora bien, puede ser cierto que los demás países de la Unión Europea dedican un mayor porcentaje de su producto interior bruto a la asistencia sanitaria, pero en comparación con estas cifras, ¡nadie puede afirmar que la asignación estatal del Bel Paese tenga poca importancia! ¡¡Lejos de ahi!! El nudo gordiano que hay que desatar, en todo caso, no radica tanto en tener que invertir más sino en evaluar cuánto de ese dinero ya invertido se ha desperdiciado.

En palabras simples: debemos preguntarnos quién despilfarra dinero resultando en una insuficiencia más marcada de la asignación esperada; ¿Cuáles son los beneficios electorales que giran en torno a la asistencia sanitaria regionalizada? qué peso tienen las demandas de “camarilla” de los distintos sindicatos; por qué se adoptaron ciertas plantas orgánicas elefantinas; cuántas estructuras ineficaces todavía soportamos hoy y, finalmente, con qué finalidad seguimos solicitando y proporcionando servicios sanitarios inadecuados y, por tanto, inútiles. En pocas palabras: arrojemos toda la luz, de una vez por todas, sobre las distintas cabezas que hay que cortar de esa Hidra multifacética llamada “deuda médica”.

Preguntémonos qué reglas es necesario cambiar para que el sistema recupere su plena eficacia. El primer gran problema está representado por la politización de los sistemas socio-sanitarios que, con la amplia delegación otorgada por el Estado a las Regiones, representan un motor de ganancias electorales y de gestión del dinero. No hay quien no vea la resistencia de la clase política a introducir cambios que limiten el poder de nombramiento y de cargos de la clase dominante acechando en las distintas empresas sanitarias y estructuras hospitalarias repartidas por los territorios. El segundo obstáculo proviene de la falta de controles por parte de terceros en la relación costo-beneficio y en el uso más óptimo de los recursos humanos disponibles. Pero también por la falta de reorganización de la red hospitalaria y por los intentos inútiles de fusionar y racionalizar los hospitales suburbanos que, en lugar de producir salud, sólo producen bolsas de comodidad y deuda.

Tener un hospital cerca de casa, en el Sur, sigue representando un elemento distintivo para el decisor político de turno. El hecho de que se trate “sólo” de una empresa asalariada no importa, aunque sea bien conocido: basta con mirar los estudios de casos y las estadísticas de hospitalizaciones para darse cuenta de ello, ¡si no se manipulan hábilmente como SDO!

Pero hay más. De hecho, mientras en el sector privado acreditado y en hospitales de importancia nacional se paga mediante tarifa, en todos los demás ámbitos se paga al final de la lista. ¿Y qué pasa con los diagnósticos cuyo uso se solicita continuamente en nombre de la prevención, pero que luego termina sucumbiendo, puntualmente, a la lógica de los monopolios y de los privilegios que la gestión estatal se reserva? ¡Pues de este auténtico hospital territorial “bubo” proviene el 70% de la deuda acumulada!

Ahora bien, ante esta situación, ¿qué hace el Ministro Schillaci? Para acortar las listas de espera, no se dirige a las personas acreditadas (a quienes también se les paga una tarifa y no tienen listas de espera), sino que impone limitaciones al número de recetas suministradas a los médicos para los servicios de prescripción. Más simplemente, en lugar de reducir las listas de espera, reduzca… ¡¡el rendimiento!! Absurdo, ¿no crees? ¡Una maldad que indiscriminadamente impone esos mismos cortes al paciente y que, en lugar de reducir la espera, cancela el acceso! ¿Qué decir? El estatismo descarga sobre los pobres los defectos de un sistema sanitario que, para ser público, requiere una gestión estatal pésima, sin competencia. Sí, esa sana competencia que beneficia al paciente. Un error que es absolutamente necesario subsanar no reduciendo las solicitudes sino mejorando la oferta.

Vincenzo D’Anna
presidente de la Federación Nacional de Órdenes Regionales de Biólogos (FNOB)

09 mayo 2024
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