Ornella Vanoni en el Arcimboldi de Milán, la reseña

Hace años su foniatra le dijo: “Tienes unas cuerdas vocales tan fuertes que puedes cantar hasta los noventa años”. Ella respondió molesta que “no, hasta los noventa no”. Y, sin embargo, aquí estamos, ella en el escenario a pocos meses de cumplir noventa años y nosotros abajo, poniéndonos de pie, aplaudiendo, gritando y haciendo todo lo posible para hacerle entender cuánto la amamos. Y en definitiva, el foniatra tenía razón.

Es una ocasión especial, el primero de dos conciertos de Ornella Vanoni en el Arcimboldi tan llenos de invitados que parecen homenajes intergeneracionales a una de las voces más bellas de nuestra canción. Una celebración, en definitiva, celebrada en su casa, en Milán. Para algunos, también es una manera de reencontrarla en la música después de que se haya consolidado (de nuevo) como una personalidad televisiva, libre de decir cualquier cosa, sin restricciones, una chica desvergonzada y con gracia, una modelo.

La vida agota a todos y ella no es una excepción. La elegancia aterciopelada y el erotismo del pasado han dado paso a la ironía y una ligereza a imitar. Se ríe de sí mismo y te hace reír, que quizás sea la única manera de soportar el peso de tu vida. Aparece con el telón cerrado tras él y recibe los primeros aplausos, abre los brazos, como si quisiera tomarlo físicamente también. D’Armani vestida, alegre y deliciosamente desquiciada, burguesa, una mujer de la clase milanesa de otra época y de otro temperamento. Se ha vuelto frágil, pero ya no es tan medida como antes, porque esa medida también vino de la timidez de la que se liberó. Entonar primero Aire, se abre el telón dejando ver detrás de ella al sexteto y a Paolo Fresu que subirán y bajarán del escenario. Un formidable trompetista, ahora es una presencia familiar para Vanoni quien le dice “qué lindos zapatos tienes”, recuerda que la primera vez que lo conoció parecía un chamán pero cuando tocaba la trompeta era un dios, dice. que «no podría tener a Chet Baker, pero lo tengo a él».

Las primeras canciones marcan el tono del concierto: hablan de la vida, la muerte y la eternidad, son reflexiones sobre el pasado, hablan de cosas que tienen fin o que no tienen fin, y obviamente tratan del amor. La voz está ahí. Obviamente es la voz de una persona de ochenta y nueve años, no es que podamos esperar el timbre elástico del pasado. Para eso están los registros. No estamos aquí para escuchar un disco, sino para un poco de verdad y ella nos satisface. La voz es senil, por momentos se quiebra, pero es una voz en la que se inscribe una historia increíble y por tanto conmovedora porque casi siempre está centrada, está dentro de las canciones. La impresión es que cuando la música está alta se pierde un poco. Y a mitad del concierto la voz se vuelve más fina y ronca. Por momentos parece una figura gigantesca, por momentos una niña aplastada por la música. Escuchar y ver su batalla es emocionante. Canta descalza, «para que no me caiga», transmite buen humor y ligereza. Le tomó algo de tiempo, pero aprendió a ser feliz en el escenario. Es un verdadero mito en un mundo de fanfarrones, de muertes de fama, de gente desesperada.

A ella se unen invitados de todo tipo y generación: Patty Pravo con quien canta “una canción que siempre te he envidiado”, la escrita por Vasco, Y dime que no quieres morir; Giuliano Sangiorgi por Arcoíris (“Ahora aquí viene uno famoso”); Mahmud para La citapresentado por Vanoni tarareando traje dorado; Gabbani haciendo dueto en Una sonrisa dentro de las lágrimas; Madame cantando sola en una pista de acompañamiento Lo bueno en lo malo con Vanoni y la banda mirándola actuar. Es una rareza, parece un fragmento de otro espectáculo arrojado a este, pero está bien y no tanto porque Francesca sea buena, sino porque su canción permite a la estrella de la velada recuperar el aliento y continuar aún más fuerte. También están Colapesce y Dimartino quienes le pusieron los guantes del video Chico de jugete. La interpretación es regular, pero la canción es perfecta para decir que la ironía, o más bien la autoironía, queda del erotismo del pasado.

Alguien se quejó de haber comprado una entrada para la segunda noche sin saber que esta noche se añadiría una primera noche con muchos más invitados. Me gustaría tranquilizarles: Vanoni da lo mejor de sí cuando canta sola, cuando está dentro de su mundo, cuando aborda temas jazzísticos e intensos, como Sin fin en el arreglo de Lucio Dalla, «una canción que llevo conmigo desde que empecé». O cuando en Mañana es otro día canta sobre la melancolía que nunca te abandona, otro tema fuerte de su biografía, y sobre el equilibrio de una vida “que nunca he cuadrado”.

El espectáculo se prolonga durante una hora y tres cuartos sin parar, sin bis, con ella puntualizándose a todos y presentando la siguiente canción cuando el público todavía aplaude la anterior. En el escenario están Fabio Valdemarin (piano y dirección musical con Lavezzi), Marco Zanoni (teclados), Giovanna Famulari (violonchelo), Federico Malaman (bajo), Riccardo Bertuzzi (guitarra) y Stefano Pisetta (batería), también es un talento elegirse buenos músicos. En el bandoneón se unen frecuentemente Fresu y Daniele Di Bonaventura, a quien por alguna razón ella sigue llamando Andrea, bromeando al respecto. Se repetirá mañana con otros invitados (Elisa, Calcuta, Ditonellapiaga, Gigi D’Alessio y nuevamente Fresu, Di Bonaventura, Lavezzi) y el 6 de junio en las Termas de Caracalla. Entonces quién sabe.

Vanoni nos hizo comprender de una vez por todas no sólo que envejecer no es un defecto, sino que tampoco lo es envejecer en el escenario, en la televisión, en los discos. Envejecer también puede ser una película cómica, como lo son muchas cosas dramáticas de la vida. “Tal vez me muera”, dijo hace una semana a Fabio Fazio, quien le preguntó con qué gesto cerraría el concierto en Arcimboldi. Ella no murió, pero hizo un doble final cantando alegremente lo que parecía una especie de tema musical y resumen de todo, musica musicay luego sabor a sal, haciéndonos saborear ese “sabor ligeramente amargo de las cosas perdidas” que es otro de los significados de este concierto. Es decir, vayamos a verlos mientras estén ahí, aplaudamos mientras tengan fuerzas para actuar, y entonces esa era se acabará.

Un poco antes de la mitad del concierto, actúa Vanoni. La magia de un abrazo, el poema en el que Neruda dice que “la mayoría de las veces un abrazo significa desprenderse de un pedacito de uno mismo para dárselo al otro para que pueda continuar su camino menos solo”. Quizás estos conciertos sean también el pedido de un fuerte abrazo. El público se lo entregó, aplaudiendo alegremente al final del espectáculo. En la autobiografía escrita con Giancarlo Dotto Una chica hermosa Vanoni relata lo que le dijo hace una vida Fabrizio De André, otro hombre que tenía miedo de actuar. Le dijo que «es un trabajo de idiotas ponerse en escena, mostrarse como un animal de espectáculo, ser visto por todos, ser comprendido por todos». Pero él también lo sabía y ella también lo sabe, que es un trabajo increíble.

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