Si el Mal es el espejo deformado de nuestras debilidades, no hay italiano, empezando por mí, que no se sienta interpelado por uno de los pizzini de Messina Denaro hallado en casa de su hermana. Aquel en el que el capo califica de perseguida a la mafia, con el único defecto de querer defender su tierra de la opresión de un invasor, el Estado, «primero del Piamonte y luego de Roma». Seamos claros, ciertamente no estoy diciendo que haya un mafioso o un independentista en cada italiano. Pero una supuesta víctima del Estado, sí, efectivamente.
En todas partes el Estado significa Nosotros; sólo en Italia significa ellos. Un empresario del norte, una persona respetable o promedio, me dijo una vez: «Para mí, el estado es un señor feudal que me quita cada año más de la mitad de los frutos de mi trabajo. Engañarle no es una falta, es una necesidad”. La razón por la que somos el país de las camarillas, las castas y los evasores de impuestos está toda aquí. Para nosotros el Estado no es quien nos ayuda, sino quien nos acosa; no es quien nos defiende, sino quien nos ofende. Naturalmente, el Estado hace su parte, con la justicia más lenta, las leyes más engorrosas y la burocracia más inamovible y oscura, por no hablar de los políticos que no cuentan para nada pero se creen todo. Y soy muy consciente de que catorce siglos de historia destrozada, desde la invasión de los bárbaros hasta Garibaldi, no se pueden recuperar en ciento sesenta años. Pero, esperando que aquí también se afirme el sentido del Estado, me alegraría que el Estado dejara de hacernos tan sensatos.
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