Puerto deportivo de Ragusa. Una rotonda junto al mar… verano de 1970 cuando bailábamos alrededor de la “rocola”

Ftal vez solo los nacidos en el nuevo siglo no lo recuerden la legendaria comedia de situación “Happy Days”que se hizo popular entre los años 70 y 80, y que contaba las aventuras cotidianas de la familia Cunningham, y del personaje que encarnó más que otros los años de la “edad de oro” de los Estados Unidos de la posguerra: Fonzie.

Pero hubo otro coprotagonista inolvidable de aquellas historias, la “rocola”, siempre presente en los escenarios del club Arnold, donde se reunían Fonzie y sus amigos.
¿Cómo podríamos olvidar a Fonzie cuando mostró su encanto de Elvis Presley usando esa música Jukebox para hacer latir los corazones de sus amantes? ¿Cómo olvidar el gesto con el que, cuando era necesario, golpeaba la máquina de discos con un toque complacido y guiñando un ojo y empezaba una canción?

Bajamos al mar en el autobús llenos de ilusión pensando en el largo día dedicado a la playa, jugando y escuchando el Jukebox con nuestras canciones favoritas… nos sentimos parte de la empresa Happy Days…esos 25 kilómetros de carretera que separaban la capital de la costa fueron fuente de ensoñaciones y predicciones que el 80 por ciento de las veces nunca se cumplieron…

Por supuesto que son recuerdos de un mundo diferente, y me doy cuenta de lo difícil, si no imposible, que es para que los niños de hoy imaginen siquiera lo que representaba esa “maquinaria sonora”, símbolo de agregación y diversión, alrededor del cual nacieron amistades y amores.

Había un poco de magia en esa irresistible “máquina musical”, nacida en los EE.UU. ya en 1927, pero que llegó a Italia sólo después de la guerra, en aquellos mágicos años 60 que vieron el reinicio, el “milagro económico”, de nuestra país.
Una magia que sólo los menos jóvenes, consolémonos así, pueden recordar.

Porque no se trataba sólo de canciones, sino también del ruido de la moneda al caer en la ranura, del clac clac del mecanismo que se mueve para seleccionar el disco, del susurro de los discos de vinilo de 45 revoluciones reproducidos decenas y decenas de veces. en un día . Todo ello acompañado de luces de colores, de la consola donde se exhibían las “tarjetas” que identificaban las piezas musicales a partir de una letra y un número. ¡Como en la batalla naval!

Esa fue la fascinación que sentí cuando, a los 16 años con mis amigos del oratorio salesiano, nos devolvía a esos ambientes… en cuanto te parabas frente a la máquina de discos y mirabas esas “cartas”, el de buscar “tu” canción, quizás aquella que no estaba en lo más alto de las listas en ese momentopero que evocaba recuerdos de algo o alguien.

En la máquina de discos se escuchaba música, pero también se la veía, con un encanto irresistible en comparación con los sistemas de reproducción actuales.

En definitiva, la música es barata, porque con una moneda de 50 liras (faltaban 30/40 años para la llegada del euro) se podía escuchar una canción a todo volumen, pero con 100 liras las canciones se convertían en tresun tiempo un poco más largo para intentar atraer la atención de una chica…

Y recuerdo escenas indescriptibles frente a la máquina de discos, sobre todo cuando una persona menos joven (entonces definida con el horrible término Matusa) seleccionó un disco de un cantante melódicogenerando críticas, abucheos y protestas de los adolescentes presentes.

Hoy, al recordar aquel período de genuina despreocupación y aquellas atmósferas, sólo tengo una decepción sobre el pasado… habiendo definido a Matusa como aquel entonces joven de cuarenta años que tocaba música más melódica… sólo porque habiendo pasado esa edad fatídica todavía no me siento un Mathusa…

De Salvatore Battaglia 17 de junio de 2024 | 08:53
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