una foto de Navidad que merece más Il Tirreno

Livorno Tenía que ser el mejor salón (mejor una terraza dada la ubicación) de la ciudad. La extensión ideal que iba desde el mar hacia el centro de la ciudad pasando por la obra que recientemente había cambiado de propietarios y de perspectivas, de esa atmósfera glamorosa que partía de Ardenza, con la Baracchina Rossa y el Casini. Tocó la Academia Naval, para llegar a San Jacopo y la Baracchina Bianca. Y finalmente florecer en los alrededores del Acuario con la ilusión (y un poco de presunción) de ser catapultado entre Miami y la Costa Azul: palmeras, tamariscos, madera, vidrio y acero recortados contra el claro granito. Un soplo de Scirocco en un día frío, como el de finales de los años noventa en Livorno a nivel arquitectónico. Un nuevo cuadro de Navidad que nunca habría pintado.

Por el contrario, veinte años después de la inauguración, los seis puestos siameses diseñados por el arquitecto Toraldo di Francia son la representación plástica de un fracaso estructural, de gestión, administrativo e incluso social que esperamos termine pronto. Estructurales porque respecto a los quioscos que habían existido hasta entonces en esa zona del paseo marítimo, tenían que suponer una clara mejora, un comercio minorista 2.0. En cambio, desde el principio quedó claro que los pisos superiores no serían utilizables (fueron cerrados poco después de cortarse la cinta) y que el agua salada se comería las estructuras, creando infiltraciones y moho que luego provocarían nuevos problemas. Por si fuera poco -debido también a los problemas mencionados anteriormente- surgieron batallas legales entre el concesionario (las distintas administraciones ed) y los directivos. El resultado está a la vista de todos: veinte años después, de los nueve negocios que abrieron sus puertas entre 2003 y 2004, sólo quedan dos. Ninguno de estos son bares, lo cual era una actividad popular. Pero había temporadas en las que tomar un aperitivo con vistas al peñón de la Reina y al muelle Nazario Sauro era en cuotas. El lugar más popular se llamaba “El tiburón”, llamado así en honor a un tiburón. Pero después de un tiempo pasó a llamarse “Il Figuron”, porque en Livorno nos gusta poner apodos a todo. La actual administración ya ha demolido una estructura, quedan cinco. El camino está señalizado. Esperamos que el futuro sea mejor que el que hemos visto derrumbarse gradualmente durante los últimos veinte años. Hasta el desierto de hoy.

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