TIVOLI – Diócesis de luto, falleció monseñor Tancredi Ciancarella

Entró al seminario a los 11 años y salió a los 18 como sacerdote. Desde entonces ha sido vicepárroco, párroco, ecónomo de la diócesis hasta que le concedieron el título de Capellán de Honor de Su Santidad.

Monseñor Tancredi Ciancarella, vicepárroco y párroco de Rocca Santo Stefano, su ciudad de origen, en Gerano y Affile, falleció el martes 14 de mayo a la edad de 83 años, además de vicerrector y ecónomo de la Casa Juan Pablo II. Seminario Internacional en Roma, Ecónomo de la Diócesis de Tivoli, Miembro del Consejo Presbiteral y del Colegio de Consultores.

En 2016 Don Tancredi celebró en Affile el 50º aniversario de su ordenación sacerdotal y tras su dimisión regresó a su Rocca Santo Stefano, a casa de su hermano y su cuñada Felicetta, quienes junto a sus sobrinas Giulia, Cristina , Antonio y muchos otros familiares, amigos y conocidos cuidaron de él durante estos años de enfermedad.

Una enfermedad que le había tenido clavado en la cama hasta su último aliento.

Hoy, jueves 16 de mayo, en la parroquia de Santa Maria Assunta en Rocca Santo Stefano, el obispo de Tivoli Mauro Parmeggiani celebró el funeral de monseñor Ciancarella con una emotiva homilía en la que recordó la extraordinaria vida del sacerdote.

Nacido en Rocca Santo Stefano el 12 de julio de hace 83 años, hijo de Antonio y Giammaria Giulia, fue su padre quien lo introdujo en 1951 en el seminario menor de la Abadía Territorial de Subiaco, con sólo 11 años, y del que salió Partió el 29 de junio de 1966 cuando fue ordenado sacerdote en la Catedral de Santa Escolástica.

“Una vida sacerdotal – afirmó monseñor Parmeggiani durante la homilía – hermosa, que todos los que estamos aquí hemos podido admirar y de la que muchos hemos aprendido.

Don Tancredi fue, en efecto, un verdadero sacerdote y un verdadero hombre, un hombre auténtico, sereno y acogedor. ¡Un padre! Un hombre al que le gustaba estar en compañía, al que le gustaba reír, viajar, almorzar y cenar juntos.

Pero también le gustaba orar, estar con el Señor, celebrar, confesar, dispensar la gracia de Dios.

De ese Dios en el que creyó firmemente hasta el final con una fe sólida, diría de otros tiempos, pero injertada en una humanidad sana, acogedora, madura, que al no haber sufrido traumas estaba naturalmente abierta a lo trascendente.

Por estas cualidades humanas y sacerdotales, en la organización de la Abadía Territorial de Subiaco, fue un miembro estimado del Consejo Presbiteral, del Consejo para Asuntos Económicos, del Centro Vocacional Diocesano”..

“En 2016 – continuó el obispo de Tívoli – había celebrado el 50° aniversario de su ordenación sacerdotal y en esa ocasión, para agradecerle por su vida ofrecida al Señor con autenticidad humana y sacerdotal, quería que recibiera del Papa el honor de Capellán de Honor de Su Santidad con la título de Monseñor. Humilde, y con un gran sentido de la realidad, acogió este gesto de estima pero lo que le gustó inmensamente fue ser sacerdote, ser sacerdote…

Incluso cuando por limitaciones de edad acepté su renuncia como párroco de Affile, él me pidió permanecer entre su pueblo. Lo cual acepté gustosamente de acuerdo con su sucesor.

Permítanme agradecer a su sucesor, Don Enrico Emili, que le dejó el apartamento del párroco hasta que Don Tancredi tuvo que dejar Affile para regresar aquí, a su Rocca Santo Stefano”..

“Don Tancredi, lo sabemos, padecía asma bronquial desde hacía años, de vez en cuando, en los últimos años, parecía que su salud entraba en crisis pero luego se recuperó. Finalmente, incluso los huesos empezaron a no soportarlo más y así, progresivamente, empezó a morir. – estas son nuevamente las palabras de Mons. Mauro Parmeggiani – Sin embargo, si su cuerpo murió, su fe nunca murió.

El 12 de marzo, durante una de mis visitas, lo encontré como estaba desde hacía algún tiempo: en la cama, con una voz débil. Ya no caminaba. En su habitación no había televisión, sólo un crucifijo en la pared frente a sus ojos y la estatua de Nuestra Señora de Fátima.

Le pregunté: “¿qué haces todo el día”?

Él respondió con ojos alegres: “¡De nada! Día y noche, cuando me despierto porque me cuesta dormir, rezo, discuto, agradezco, ruego, hablo, hablo con Él… – y señaló el crucifijo… –. Y luego añadió: Tengo una infinidad de asuntos que confiar al Señor. Rezo por el Papa, por vosotros, por mis feligreses de Affile, por las vocaciones sacerdotales, por los sacerdotes… – y prosiguió orgulloso –: luego, ya sabéis, varios de ellos también vienen aquí a confesarse y así puedo ¡Todavía confieso…!”.

Don Tancredi.

¡Un buen sacerdote y sobre todo un verdadero creyente! En esa ocasión me movió y al salir me tomó la mano y besó mi anillo.

Le dije “venga, vamos, déjalo en paz…” y él respondió: “¡¡¡tú eres mi Obispo”!!!

Cuánta pasión sacerdotal en la vida de Don Tancredi, cuánto amor por sus hermanos, sus feligreses, sus superiores, sus familiares.

Me llamó la atención una frase de un joven de Affile que leí en los comentarios de la noticia difundida en Facebook sobre la muerte de Don Tancredi: “¡Te queríamos mucho!”.

Y así como me llamó la atención la frase de aquel joven, Don Tancredi, que no era un cura cursi, ni un cabeza inclinada, sino un hombre de verdad, siempre ha sido apreciado por los jóvenes, por las familias… y como nunca se ha ahorrado para dar a conocer al Resucitado. Con motivo de la visita pastoral que hice a su parroquia -fue en enero de hace algunos años- me hizo visitar a todos los ancianos y enfermos de Affile.

Los caminos eran montañosos y le costaba respirar. Pero él me acompañaba a todas partes y conocía a todos”..

“Don Tancredi – concluyó monseñor Parmeggiani – se abrió en su existencia a Jesús, a Cristo que, uno con el Padre, dio a conocer a sus seguidores y por tanto también a nosotros, en este tiempo en el que está presente pero ausente, su amor, el amor que existe entre Él y los Padre. Don Tancredi conoció y experimentó el amor dado por el Resucitado que ascendió al Cielo y nos dio el don del Espíritu Santo, la relación de amor en la que Cristo nos injertó, el amor entre Él y el Padre. Un amor perfecto que Don Tancredi no pudo conservar para sí sino difundir generosamente.

Ahora nos gusta pensar dónde está el Resucitado.

Jesús preguntó al Padre: “Quiero que donde yo estoy, los que me has dado, quiero que también estén conmigo, para que contemplen mi gloria que me has dado; porque me amaste antes de la creación del mundo.”

Él lo pidió, confirmándonos así la finalidad de su sacrificio de amor realizado con la Pascua.

En ese “quiero” Jesús expresó su determinación divina de que “aquellos que el Padre le ha dado, también estén con él donde él esté”. Toda la humanidad, con la complejidad de su historia y con la extrema multiplicidad de sus historias, de sus fes, de sus contrastes dentro de los cuales nos gusta pensar también esta mañana en la humanidad de Don Tancredi, en su historia, en su fe, y también a sus fragilidades, toda la humanidad – decía – en ese “quiero” está convocada al don de la salvación para ser la única familia universal de la que Dios es el Padre y Jesús es su Salvador y Señor!

Que el Resucitado conceda a don Tancredi participar para siempre de la gloria que Cristo nos obtuvo mediante su pasión, muerte y resurrección.

A él, a nuestro querido Don Tancredi, que creyó y anunció al hombre resucitado, que caminó con la mirada puesta en el Cielo y los pies en la tierra para sembrar el bien, amar y hacer ver a todos la imagen de Dios, el Señor lo haga. concédenos participar de su gloria eterna, para entrar en el corazón de la Santísima Trinidad, en esa comunión de amor que es nuestro hogar.

Te lo pedimos por intercesión de su querida Virgen del Giglio, de quien, como don Tancredi cantó muchas veces junto a sus feligreses de Affila, se reconoció como un hijo, un hijo entre los niños que tanto lo aman. Los hijos para siempre, de María y del Señor.

Amén”.

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