CICLISMO – El día siguiente siempre sabe a “Día después”. Precisamente. Al día siguiente sabes que has tenido un gran día de deporte. Pero no sólo porque el Giro de Italia es mucho más. Y el ciclismo, basta ver las imágenes de los dos últimos kilómetros y de Lucca desde arriba, es una zarabanda de emociones, una sorprendente implicación de corazones y sensaciones que todavía hoy lo convierten en un deporte querido y popular.
Con el corazón en la boca, el cuaderno en la mano y el micrófono actuando casi como una prótesis para la persona que te habla, testimoniando una pasión eterna. Persiguiendo a los protagonistas hasta atrapar a uno porque hay que esperar a la zona mixta. Y luego la gente, pero cuánta gente, a lo largo de las barreras se ve al señor encanecido por la edad que recuerda a Moser y Hinault pero también al joven y a los niños que están allí y que sabe decir un día, tal vez en 2060: “¿Tienes Sé que ese día en Lucca estuve allí”. Y poner los ojos en blanco y aplaudir a Pogacar, un señor de rosa que visto de cerca parece un niño, pero que tiene toda la clase y la intención de llevarse esta camiseta hasta Roma. Y el francés Thomas (en la foto) que vive su día de gloria, que se resiste al regreso de esa flecha roja, perdón rosa, que es el grupo que se lanza así a sesenta millas por hora bajo la “llama roja” del último kilómetro. Una sensación cautivadora y espectacular. Embriagador que te deja casi agotado y sin fuerzas pero que desearías que fuera mañana sin esperar otros 39 años. Quizás demasiados.