Homilía en el funeral de Don Ubaldo Quondamcarlo » Diócesis de Tívoli y Palestrina

Homilía en el funeral de Don Ubaldo Quondamcarlo » Diócesis de Tívoli y Palestrina
Homilía en el funeral de Don Ubaldo Quondamcarlo » Diócesis de Tívoli y Palestrina

Zagarolo, Parroquia de San Pietro Apostolo, sábado 27 de abril de 2024

Excelentísima señora alcaldesa, ilustres autoridades, queridos sacerdotes, monjas, familiares, parientes, amigos y conocidos de don Ubaldo, ¡queridos feligreses!

Todos quedamos incrédulos cuando, en la tarde del 25 de abril, para nosotros fiesta de Nuestra Señora del Buen Consejo, copatrona de la diócesis, poco antes del inicio del Pontificio en el Santuario de Genazzano, llegó de repente la noticia del empeoramiento de la situación. de don Ubaldo que la víspera había ingresado en el hospital con síntomas que ciertamente no hacían pensar en una muerte tan repentina. Oramos por él en el Santuario del Buen Consejo, lo encomendamos a María, pero el Señor tenía otros planes para don Ubaldo y para nosotros. En definitiva, en la madrugada de ayer llegó a su fin su camino como hombre amable y amado y como sacerdote.

Un viaje que comenzó aquí, en su Zagarolo natal, el 10 de enero de 1947. Aquí recibió su bautismo, en esta misma iglesia que hoy acoge su funeral, celebrado en la pila sagrada por sus queridos padres: Ugo y Adela. Un viaje que, después de años de preparación al sacerdocio, lo llevó nuevamente aquí para su ordenación sacerdotal el 11 de septiembre de 1971, para la imposición de manos y la oración consagratoria del difunto, y a menudo recordado por él, monseñor Pietro Severi.

Un camino de vida sacerdotal que comenzó aquí también a nivel ministerial, permaneciendo allí como Vicepárroco de 1971 a 1982. Lo que luego le llevó en apenas cuatro años a ser Párroco en Pisoniano y Vicepárroco en San Cesareo. Para luego volver a su Zagarolo desde 1986 hasta ayer, salvo otro paréntesis de un año en Cave. Fue el querido párroco de San Pietro y luego, desde 2009, de San Lorenzo.

Mirando su currículum vitae diríamos que no fue un gran misionero… Después de todo, vivió 48 años de ministerio de 53 todos aquí en Zagarolo… Pero mirando su fe y su testimonio de vida, algo completamente aparece diferente. Estaba como si estuviera mezclado con esta comunidad. Con sus fieles pero también con todos los que encontró en el camino. Fue un buen pastor, un pastor entre su rebaño y que guió al pueblo que Dios le había confiado, en el seguimiento del Señor, con gran humildad y mansedumbre. Humildad y mansedumbre que permitió a quienes lo encontraron ver el hermoso rostro del único y verdadero Pastor: ¡Cristo!

Hoy, con razón, lo lloramos. Lamentamos la separación de un sacerdote que se convirtió en amigo, hermano, padre para muchos. Que puso su inteligencia y cultura -don Ubaldo era sencillo pero profundamente culto- al servicio de Dios y de su pueblo. Pero no basta, de su vida y de su testimonio también nosotros debemos aprender a transitar con humildad y bondad entre nuestros hermanos en la humanidad y, tendiendo puentes de amistad, caridad, paz, llevar a todos la esperanza en la que creyó don Ubaldo. : ¡esperanza en el Resucitado!

Desde que conocí a don Ubaldo por primera vez me llamó la atención su humildad de corazón y mansedumbre. En broma, a veces le decía – Nuestra Señora perdóname… – “después de la Inmaculada Concepción vienes…” me parecía tan bueno, indefenso, gentil, sin malicia, casi un poco ingenuo…

Curioso porque hombre inteligente, siempre en busca de la verdad especialmente a través del estudio de la Palabra de Dios, alérgico al lenguaje eclesiástico y al derecho canónico… Don Ubaldo era así porque se conocía a sí mismo y tenía muy presente que sin la ayuda de Dios no no ha sido nada.

Esta conciencia era tan grande en él que a veces parecía pesimista, como cansado de evangelizar a un pueblo que no siempre correspondía a las expectativas del Señor. Pero, como nos recuerda el Evangelio, Dios se revela a quien se siente sinceramente pequeño.

Si Don Ubi – como lo llamaban los jóvenes de Zagarolo – fue uno de esos sacerdotes recordados por haber anunciado el Evangelio con hechos más que con palabras, es porque gracias a su humildad y mansedumbre permitió al Dios que es padre y ¡Cuida de sus hijos entregándolos todo, para revelarse como amor, como vida eterna! Una revelación que no puede ser bien recibida por aquellos que se sienten demasiado fuertes, hábiles, autosuficientes y, por tanto, incapaces de confiar en alguien más grande que ellos mismos.

Don Ubaldo comprendió a través del estudio profundo de la Palabra, en la oración y a través de las experiencias de la vida, que para entrar al reino de los cielos debemos ser como niños, o más bien redescubrir al niño que hay en cada uno de nosotros: redescubrir la necesidad de protección. , acogedores y solidarios que somos.

Seamos claros: Don Ubaldo, como mencioné, no negó la inteligencia y la autonomía. Recuerdo que nada más llegar como obispo a Palestrina, un sábado por la mañana, me llamó por teléfono y me retuvo durante casi media hora para interpretar una frase del Evangelio que estaba leyendo en griego. No sé si quería ponerme a prueba para ver qué clase de obispo le había pasado, pero entendí que tenía una inteligencia penetrante, que quería entender… sin embargo, era consciente, precisamente porque era inteligente. – que la insuficiencia que tenemos ante el misterio de la vida y de la muerte, saque a relucir lo poco que hay dentro de cada uno de nosotros, para abrirnos a la revelación de que desde el principio hasta el final de nuestra vida ella No es la nada y el vacío, sino el abrazo y la sonrisa de un Abbà, de un Padre.

En definitiva, el cristianismo es esto: es aprender a pronunciar este nombre: “Abbà”, y convertirlo en el centro de gravedad de la propia identidad. Y así vivimos verdaderamente como adultos, vivimos capaces de amar como somos amados.

Mirando a don Ubaldo diría que en él a lo largo de sus 77 años hubo una especie de lucha entre la plenitud de vida y la energía propia de los niños: cuántas iniciativas para evangelizar, para estar cerca de la gente, de los jóvenes, de los adultos, de los niños. … cuántas buenas palabras, cuántos sabios consejos, don Ubaldo dispensó… – y la edad adulta que emergió en él. Ser adulto también significa sentirse cansado, sentirse como una hemorragia de vida… nunca sentirse a la altura, nunca adecuado.

Pues Don Ubaldo eligió ser un niño, un pequeño del Padre que nos acoge tal como somos y de esta manera nos libera de la opresión que nos deja sin aliento y nos angustia.

Liberado de merecer amor, amado, él aprendió a amar y por eso siempre se sintió curado del cansancio y descubrió y experimentó esa fuente de vida que es el amor que nos da gracias al Resucitado por nosotros. Y así sembró entre nosotros la santidad, que no es una virtud que se debe alcanzar con las propias fuerzas, con dureza y dureza, sino un estilo de vida, un estilo que hay que acoger y hacer florecer, en dulzura y ligereza.

Con este estilo Canónigo Ubaldo – título que le había regalado con motivo de su cincuentenario y del que se jactaba porque decía que los tiempos habían cambiado… que en el pasado nunca se habría hecho uno de Zagarolo. Canónigo de Palestrina… – con este estilo, decía, vivió don Ubaldo: buscando las cosas de arriba, tratando de penetrar cada vez más profundamente con la oración y la lectura de la Palabra, en el misterio que fundamenta nuestra fe: la resurrección. de Jesús de entre los muertos, depósito de nuestra resurrección en alma y cuerpo, y que mereció para nosotros el perdón de los pecados. Y al mismo tiempo, como el apóstol Pedro, dio testimonio del Resucitado a todos – cercanos y aparentemente lejanos -, dio testimonio de Aquel de quien se alimentó en la Eucaristía y que dio como alimento de vida eterna a todos. de ti.

Por todo lo que fue Don Ubaldo y por todo lo que hizo, esta mañana damos gracias al Señor y lo encomendamos a la Misericordia divina, seguros de que el Dios que ama y consuela a los cansados ​​y oprimidos lo habrá tomado en sus brazos amorosos.

Expresamos nuestra cercanía a sus seres queridos: su hermano Alberto, su hermana María Beatriz y sus queridos nietos: Mara, Marco, Ugo y Chiara y a todos aquellos que de diversas formas colaboraron con él en el anuncio del Evangelio.

Me gustaría decirles a todos: si lo amamos, continuemos el trabajo que él inició y nos enseñó. Si alguno entre vosotros, queridos jóvenes, siente la llamada al sacerdocio ministerial, continúa la obra de don Ubaldo diciendo sí al Señor que llama. Prosigamos todos esta obra de evangelización, pero no en formas externas, no con ese “siempre se ha hecho así” que don Ubaldo entendió perjudicial para el anuncio del Evangelio. Pero continuemos estando siempre abiertos a la escucha de la Palabra, a vivir en comunión, a partir juntos el pan eucarístico, a anunciar a todos a Cristo que es nuestra esperanza, que es nuestra certeza, que es compañero y meta de nuestro camino. de vida que se desarrolla en la historia.

Y finalmente nos gusta pensar en Don Ubaldo con sus seres queridos que ya llegaron al Cielo y en particular con su querida madre. Al morir su madre, don Ubaldo quiso que se escribiera este primer verso del poema La madre de Giuseppe Ungaretti: “Y el corazón, cuando con un último latido haya dejado caer el muro de sombra para conducirme, Madre, al Señor, como una vez me diste tu mano”.

Que su madre le dé ahora la mano a don Ubaldo y le presente al Dios de la vida. Y con su Madre, otra Madre mucho más poderosa, María Santísima, haga lo mismo. Oramos por esto, lo esperamos y lo creemos confiadamente. Amén.

+ Mauro Parmeggiani
Obispo de Tívoli y Palestrina

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