Primeras visiones, cinematografías y piojos.

¿Quién recuerda cuando el trolebús cruzó Corso Cavour y se detuvo también en la plaza del mercado? Recuerdos débiles incluso para mí, ya que no podía decir si la carretera era de un solo sentido o si el tráfico circulaba en ambas direcciones. Sin embargo, no hace mucho que la zona fue peatonalizada casi en su totalidad, una medida que cuando se adoptó suscitó muchas críticas a pesar de seguir el ejemplo de muchas ciudades europeas. Cuando les cuento a mis nietos que son hijos del celular y las redes sociales, veo la misma expresión de incredulidad que cuando les digo que mi entretenimiento favorito era leer un libro.

Sin embargo, lo recuerdo muy bien, me bajé del trolebús en la plaza del mercado en la parada cerca de Via del Mille y antes de regresar a casa di un paseo por las dos aceras de la plaza del mercado no para ver los puestos de frutas y verduras sino simplemente disfrutar de las vallas publicitarias con los carteles de las tomas más sensacionales de las películas que se proyectan en los cines de la ciudad. Astra, Civico, Cozzani, Diana, Odeon, Monteverdi, Marconi, Arsenale y si me perdí alguno, culpe al registro civil. Cine, sala de proyección. Hoy ese tipo de recinto ya no existe, ha sido borrado por la tecnología. Los antiguos cines se han convertido en tiendas, salas de juegos y sólo el Civic sobrevive porque funciona como teatro, pero en la oscuridad de su galería que en verano abrió su techo a las estrellas, ¡cuántas promesas de amor se intercambiaron!

Para los más jóvenes diré que aquellos cines eran para todos los bolsillos. Fueron las primeras proyecciones en las que se veían películas recién estrenadas en el mercado pero cuyo precio de entrada era exigente; estaban los cines familiares donde toda la familia pasaba las tardes de los domingos a bajo coste y luego estaban los piojosasí los llamábamos, donde por unas liras asististe a la proyección de dos películas: entrabas después del almuerzo y salías a cenar, tal vez contándole a tu madre, que siempre te preguntaba, que habías estado estudiando con tu compañero de clase. que estaba usando la computadora al mismo tiempo tu nombre como coartada.

Pero los piojos siempre estaban abarrotados por varios motivos: el bajo coste de la entrada, que si conseguías convencer a una para que viniera no podías pedirle que pagara la entrada, la posibilidad de hacer algo en un día sombrío, la oportunidad ver películas antiguas pero famosas: en aquella época la programación de la única televisión no incluía la proyección de películas. En definitiva, es fácil entender que ver carteles de cine fuera más que una necesidad.

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