“Ovejas sin redil” – Velletri Life

IV Domingo PT

Texto

Soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El mercenario -que no es pastor y a quien las ovejas no pertenecen- ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo las rapta y las dispersa; porque es un mercenario y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas. Y tengo otras ovejas que no salen de este redil: tengo que guiarlas también. Escucharán mi voz y serán un solo rebaño, un solo pastor. Por eso el Padre me ama: porque doy mi vida para luego recuperarla. Nadie me lo quita: yo lo doy de mí mismo. Tengo el poder de darlo y el poder de recuperarlo. Este es el mandato que recibí de mi Padre (Juan 10:11-18).

Comentario

El pasaje del Evangelio que nos ofrece la liturgia de este domingo es tan inmediato y tan escandalosamente sencillo que crea dificultades a quien quiere arriesgarse a explicaciones o a quien, considerándose más inteligente que el evangelista, quiere ofrecer reflexiones sobre la Palabra de Dios, todo parecería obvio, todo tendría un atisbo de cosas ya dichas.

Sin embargo, al leer la Palabra que el Espíritu sazona con los sabores de diferentes estaciones, nunca debería suceder que podamos sacar pasivamente a la luz sensaciones aburridas y viejas, las mismas que durante siglos han llenado el vacío empalagoso de tantos sermones. Y, si esto sucede, significa, desgraciadamente, que es la imaginación adormecida y cansada del predicador la que es incapaz de captar los diferentes sabores que los tiempos, marcados por el Espíritu, ofrecen a cada paso. Hoy, por ejemplo, la frase “El buen pastor ofrece su vida por sus ovejas” no puede dejarme indiferente como un monumento mirado del mismo modo mil veces puede dejarme indiferente, porque, en el último año, demasiadas cosas han sucedido en mi vida y en la historia de la comunidad que frecuentaba. Por eso no puedo permitirme el lujo de mantener inalterada la imagen del Buen Pastor, que lleva dos mil años ofreciendo su vida por sus ovejas. De hecho, hoy, en comparación con otras épocas, encuentro esta imagen catapultada de forma diferente a la realidad en la que vivo. Es como si mi aburrimiento fuera el suyo, ante la inmovilidad de un rebaño que bala sin entusiasmo; es como si mi certeza sobre la inutilidad de aquellas oraciones que piden vocaciones fuera también vuestra certeza; es como si mi vergüenza fuera la vuestra al tener que responder que los tiempos de las vacas gordas ya no son los mismos, ya que la sociedad, que no es estúpida, ya no ve la virtud en la castración voluntaria, sino en la dedicación generosa del ‘apóstol’. , que no desdeña verse envuelto y a veces condicionado por el comportamiento normal de una existencia normal. Y no me digáis que es mi falta de fe la que me lleva por estos caminos extraños, porque, si así fuera, tendría que explicármelo a mí, y precisamente por alguien que cree creer más que yo, ¿Por qué diablos, a pesar de sus tantas oraciones, el número y la calidad de los sacerdotes sigue disminuyendo inexorablemente?

Y tengo otras ovejas que no son de este redil; estos también debo liderar.

Recomendé a un joven párroco que dedicara más tiempo al cuidado de los “lejanos”. . . Él respondió un poco torpemente: “No puedo, porque hay demasiados compromisos… el grupo juvenil, los scouts, el coro, las damas de Cáritas”. Dejé el tema y, sin excesivo interés, me encontré observando los matices de su voz que pasaba desde lo místico con soltura hasta la simple calibración de una conversación normal. No es fácil para aquellos que han dominado el absurdo arte de duplicarse durante sus años de formación, arrepentirse y finalmente descubrir, quizás a sus propias expensas, que fuera del redil de los privilegiados, hay otras ovejas, menos dispuestas a mascullar oraciones, pero más auténticos en sus intenciones.

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