A pesar del lamentable estado de la confrontación política y cultural italiana, están allí de vez en cuando. noticias editoriales que ayudan a comprender mejor nuestro presente desarmante a la luz de una conciencia más profunda -y documentada- del pasado. Último 17 de enero ha salido un libro que vale la pena comprar, leer y releer. se titula La masacre de Bolonia. Bellini, los Nars, los instigadores y un perdón traicionado (Feltrinelli). el lo escribio Pablo Morando, Periodista trentino que actualmente trabaja para el T diario y colabora con otros periódicos.
El libro es dividido en dos partes. La primera traza el intrincado y atormentado juicio que ha reconstruido la más grave de las masacres fascistas que ensangrentaron a Italia durante la Guerra Fría, contemplando también los dos últimos juicios que en los últimos años alcanzaron sentencia de primera instancia, en los que el “cuarto Nar” fue condenado por masacre gilberto cavallini y el piloto de emilia Pablo Bellini, asesino de la Vanguardia Nacional, de la ‘Ndrangheta y, al parecer, de la logia P2.
El juicio de primera instancia que condenó alsentencia de por vida Bellini pasó a la actualidad –y, si la reconstrucción de los hechos y responsabilidades sustentada por la Fiscalía General de Bolonia resiste el escrutinio de las próximas instancias judiciales, también pasará a la historia– como un “juicio a los principales”. Cuatro en particular los sujetos, todos fallecidos hace algún tiempo, que la investigación consideró responsable tener organizada y/o financiada la masacre y el desvío relacionado de las investigaciones y la opinión pública: Licio Gelli (ya condenado a cadena perpetua por calumnias agravadas –el delito de desvío se introdujo recién en 2016– junto con los masones Francesco Pazienza, Pietro Musumeci y Giuseppe Belmonte), Umberto Ortolani ( uno de los “banqueros de Dios”, la mano derecha de Gelli en el P2), Federico Umberto D’Amato (jefe durante mucho tiempo de la Oficina de Asuntos Reservados del Ministerio del Interior) y Mario Tedeschi (director de la revista Il Borghese y senador del MSI).
La segunda parte cuenta la “pequeña historia innoble” que vio a Francesca Mambro, Valerio Fioravanti y sus abogados explotar cínicamente la disponibilidad de la hermana de una víctima y su pareja para enfrentarse a los dos condenados a cadena perpetua (libres durante años, a pesar de la “certeza del castigo” tan cercana al corazón de los patriotas melones). Comparación que derivó en un generoso indulto -no compartido por las familias de las otras víctimas- por un crimen que ambos nunca confesaron. Esta es la historia vinculada a Mauro Di Vittorio, la última víctima identificada entre los 85 personas muertas aquel día en Bolonia por la furia asesina de quienes querían impedir la consolidación de la democracia republicana.
Al final de la lectura es imposible no preguntarse por cuáles razones y en base a las cuales convicciones inquebrantables, desde varios sectores (derecha, centro e izquierda), hemos tratado constantemente de descartar como “teoría judicial” la culpabilidad reconocida de los Nar como ejecutores materiales de la masacre. “Todo el mundo sabe que no fueron ellos” se ha convertido con el tiempo en una especie de slogan, que incluso comentaristas de gran profundidad y honestidad intelectual como Furio Colón han sostenido durante los últimos 30 años.
Se espera que este libro y los desarrollos de los procesos en curso en Bolonia induzcan una reflexion critica en aquellos -al menos los de buena fe- que durante mucho tiempo han contribuido con sus iniciativas y sus intervenciones públicas a “desorientar” no tanto la verdad judicial, sino la histórica. Un ejemplo por encima de todas estas audaces iniciativas fue el comité “¿Y si fueran inocentes?”, promovida en julio de 1994 por la entonces senadora verde, Carla Rocchi junto al radical Mimmo Pinto y el exterrorista rojo Sergio D’Elia. Eso documento fue firmado por una variedad variada de políticos, periodistas e intelectuales italianos: Liliana Cavani, Luigi Manconi, Giovanni Minoli, Ersilia Salvato, Giulio Maceratini, Sandro Curzi y Sandro Provvisionato.
Poco más de un año antes se había dictado la segunda sentencia de apelación que le había condenado a cadena perpetua por Masacre de Mambro, Fioravanti y Sergio Picciafuoco. Sentencia confirmada por la Casación el 23 de noviembre de 1995. Posteriormente absuelto en Florencia, Picciafuoco es uno de los testigos reticentes que intervinieron en el juicio de Bellini: después de haber manifestado temor de un mal final en la sala, en marzo de 2022 parece que fue abatido por un infarto (no se consideró útil hacer una autopsia). El otro testigo que falleció recientemente es Esteban Esparta cayó de la ventana en enero pasado: debería haber tenido que responder por falso testimoniojunto con Luigi Ciavardini y otros, en una rama del proceso Cavallini que acaba de comenzar.
Es de esperar que las tan esperadas motivaciones del sentencia bellini y los próximos niveles de juicio recibirán mayor atención de los medios nacionales e internacionales. A pesar de perseverar antagonismo de la actual mayoría gubernamental y la previsible inercia de una parte de la oposición y de la industria editorial. La posteridad juzgará. La otra pregunta que surge espontáneamente a la luz de las condenas de los otros acusados en el juicio de los principales es: ¿cómo es que, todavía en 2019 (¡sic!), hay personas -como el ex carabinero Piergiorgio Segatel y el administrador del condominio Domenico Catracchia (lea el libro de Morando para obtener más información) – que corren el riesgo de descarrilar la investigación sobre una masacre que tuvo lugar 40 años antes?