Con Challengers Luca Guadagnino muestra sus músculos

Lista a partir de 2023, se estrenó en cines el 24 de abril. Retadores, un drama deportivo psicosexual ambientado en el mundo del tenis. El reparto incluye a Zendaya (también productora, ya que Amy Pascal la eligió para la Hombre araña con Tom Holland) en el papel de una entrenadora dispuesta a todo para conseguir a su marido, un jugador algo aburrido, Mike Faist (West Side Story) y Josh O’Connor (la tierra de dios, La quimera), tenistas enemigos/amigos.

Patrick y Art, que crecieron juntos jugando al tenis, son inseparables. Cuando conocen a Tashi, una atleta animada por el fuego sagrado de la competición, comienza una nueva competición entre ellos, fuera del campo de juego, para conquistarla. Ella lo comprende inmediatamente, sin embargo (antes que ellos), la verdadera pareja son las dos gallinas: “No soy una rompehogares”, dice burlándose de ellos, pero terriblemente seria, como siempre. Patrick y Art, sin embargo, caen rendidos a sus pies, alguien gana el “trofeo” y luego lo deja escapar, con algunos idas y venidas… Luego Tashi se lesiona y su carrera profesional termina. Su naturaleza sádica se impone así, ella, a diferencia de sus pretendientes, es una verdadera tenista, no una jugadora, elige al contendiente más masoquista y, en consecuencia, vive a través de él su sueño deportivo, transformándolo en campeón, o al menos intentándolo, y él, sumiso, intenta hacer todo lo posible para satisfacerla. “Te amo”, le dice Art. “Lo sé”, responde ella sin comprender. Años más tarde los dos (ex) amigos se reencuentran en la cancha de tenis, en juego están sus carreras, su futuro, su amor por Tashi y todo lo que él representa. Historia y guión están firmados por Justin Kuritzkes, dramaturgo y novelista que ya trabaja en la próxima película de Guadagnino, la adaptación a la gran pantalla de Queer por William S. Burroughs. Dato curioso: Kuritzkes es el marido de Celine Song, director y guionista de Vidas pasadas.

Los músculos que muestra el director son los de sus intérpretes: los bíceps y pectorales de marfil de Mike Faist, los abdominales y las pantorrillas peludas de Josh O’Connor, mientras Zendaya muestra sus huesos, rótulas, clavículas, omóplatos. Pero, más allá de la superficie de las imágenes, Retadores es una película musculosa en su naturaleza, en su estilo, con una estructura narrativa construida a través de una densa secuencia de flashbacks y saltos en el tiempo: la historia retrocede, salta hacia adelante, con un denso y sangriento contrapunto musical electrónico firmado por el premiado La pareja de Trent Reznor y Atticus Ross, ex integrantes de Nine Inch Nails y dos veces ganador del Oscar a la mejor banda sonora original (2011 por La red social y 2021 para Alma). Para dar forma a esta narración sudorosa, provocativa y no exenta de ironía, se alternan imágenes de gran rigor y compostura con vertiginosos planos subjetivos, el ritmo sincopado de los saques y reveses se alterna con el inmóvil que reina en las habitaciones y pasillos del hotel, mientras el El viento arrecia, poniendo patas arriba los clubes deportivos, canciones de Patty Pravo, Blood Orange y Lily Allen rebotan.

La historia del cine está llena de triángulos amorosos (románticos y/o lujuriosos), el de Retadores en particular retoma y amplifica el esquema clásico de aquellos que esconden en su interior una lectura queer. La presencia femenina, una mujer fatal fantasmal, es un conducto para el deseo reprimido de los dos protagonistas masculinos, que experimentan su inspiración de los sentidos eróticos y amorosos a través de la proyección del deseo compartido hacia el cuerpo femenino, que actúa como puente. Hay que decirlo, una historia tan antigua como el reloj, pero siempre relevante. Jugando con las mismas reglas que Guadagnino, demos un paso atrás, pasando rápidamente Gremio (de Charles Vidor, con Rita Hayworth), y llegamos a Lubitsch. Estamos en 1932, se estrena en el cine. Juego de cuatro vías, la adaptación de una brillante comedia de Noël Coward. La historia comienza en el tren, con el encuentro entre una pareja de amigos inseparables (Gary Cooper, Fredric March) y una chica efervescente y encantadora (Miriam Hopkins). Mientras los dos duermen, hombro con hombro, con las piernas estiradas sobre los asientos, ella se sienta frente a ellos y comienza a dibujarlos, observándolos mientras Tashi observa con una sonrisa satisfecha y un poco traviesa a Patrick y Art, sentados entre ellos. los contendientes mientras sus lenguas se buscan con sorbos de gran sabor, olvidadas ahora de la presencia de la chica.

El toque de Lubitsch está obviamente en lo no dicho, mientras que el toque de Guadagnino está en la forma en que logra decir, mostrar. Los tres entonces, en ambos casos, se persiguen a lo largo de la película, los dos machos compiten para conquistar a la chica con actitud dominante, ella se enamora de uno, del otro, juntos son muy buenos y luego muy malos. . En el final muy moderno de Lubitsch, ella elige estar con ambos, para gran alegría de todos y desafiando las reglas matrimoniales. En aquellos años el Código Haynes aún no había entrado en vigor, las comedias todavía podían ser animadas, disparatadas y traviesas. La moral de la censura desciende entonces como un cuchillo para suavizar cualquier expresión subversiva, pero no podrá sofocar el deseo, que se expresará con innumerables estratagemas, entre un marco y otro. Los atletas de Guadagnino, exhaustos por un partido jugado sin interrupción dentro y fuera de los espacios geométricamente bien definidos de la cancha de tenis, retoman a partir de aquí la dinámica de su amor (romántico, tóxico, castrador, energizante), y el director va más allá hacia una No es un final diferente, pero sí más ambiguo.

Si Patrick y Art hubieran hecho el amor enseguida nos habríamos ahorrado toda esta historia de tensiones psicosexuales marcadas por raquetas destruidas (en la mejor tradición Borg/Bertè), ropa deportiva de acetato filtrada por una mirada fetichista queer, vestuarios y saunas impregnadas de ‘ asco genital, recriminaciones de romances pospubescentes… Pero lo hubiésemos disfrutado menos. Guadagnino juega ahora un torneo propio, con un cine de técnica exquisita y muy sólida, capaz de no ceder al mero virtuosismo ni a la necedad del esteta.

Para tener una idea de cuánto más arte hay en Retadoresy por tanto de la capacidad casi científica con la que Guadagnino “sintetiza” ahora su cine: El y Ellaun Cukor menor con la mejor pareja jamás vista en la gran pantalla, Katharine Hepburn y Spencer Tracy; Jenny la tenistaun anime basado en el manga de Sumika Yamamoto en el que el tenis se convierte en el motor de un melodrama romántico de pasiones ardientes en el contexto de un entrenamiento agotador; Puntos de partidoel asesinato como juego a jugar hasta el último punto, un Woody Allen en plena forma; La batalla de los sexoscon Emma Stone en el papel de la tenista Billie Jean King que en 1973 desafía el chauvinismo del sistema deportivo; Juego de cuatro víasun clásico anterior al Código Lubitsch que bendice la “tropa” como elemento de armonía; julio y jimel clásico de los clásicos de Truffaut, también en este caso el final podría haberse evitado si los dos protagonistas masculinos se hubieran rodeado; drama de celosEttore Scola con Age & Scarpelli en su mejor momento, Marcello Mastroianni, Monica Vitti y Giancarlo Giannini en la cama son como los tres tenistas de Guadagnino sentados juntos en la habitación del hotel; Toma el mundo y veteanime basado en el manga de Mitsuru Adachi, gemelos, béisbol, amor joven y muerte que vuelve a poner todo en juego; Los soñadoresel 1968 privado de Bertolucci, mientras afuera la revolución hace estragos, dentro palpitan impulsos vitales, morbosos y decadentes; Las canciones de amor, el homenaje de Christophe Honoré al cine musical francés (Jacques Demy) que salva a Louis Garrel del mecanismo mortal del triángulo arrojándolo en brazos de un potrillo con las ideas muy claras. Etcétera etcétera.

Retadores sin embargo, retomando la poética de los deseos reprimidos de Guadagnino, parece jugar en un campo menos sesgado de lo habitual para el director, casi tranquilizador en el clasicismo de sus personajes neuróticos y predecibles: por un lado, los cuerpos masculinos sexualmente reprimidos y por el otro. otro, el fantasma del deseo encarnado por una figura femenina frígida y nerviosa. Si antes el director había disfrutado esforzándose más allá de los límites de lo habitual, para hacerle cosquillas al encanto ambiguo de lo desagradable, tras el gran amor caníbal de Huesos y todo, juega hábilmente “en el lado negativo”, con una película impecable que se centra en la calidad del embalaje, pero que, a pesar de algunas ocurrencias picantes (“Me follaría con una raqueta”), se mantiene (por ahora) alejada de el riesgo de explotación. En definitiva, una vez más Luca Guadagnino demuestra ser el más inteligente de los autores contemporáneos, capaz de coquetear con el pop, guiñándole un ojo, halagador, capaz de dignificar el aburrimiento del deporte y el fastidio del sudor con secuencias de gran cine, donde su dominio técnico (elección, reflexión sobre las lenguas, las ideas: bienes raros hoy en día) excita más que los sentimientos.

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