Imola, sábado 30 de abril de 1994. Roland Ratzenberger tiene 34 años y no es uno de los “jóvenes” de la Fórmula 1.
Llegó tarde a la máxima categoría, sin que la mayoría lo supiera, con esfuerzo y muy poco dinero. Intenta clasificar el Simtec con motor Ford, sin duda uno de los peores monoplazas del Circus esa temporada. El solo hecho de poder estar en la parrilla sería un éxito para quien paga de su propio bolsillo para estar allí, para competir, por ahora a cambio de una remuneración, con los grandes de la Fórmula 1.
Sin embargo, en esa soleada tarde de sábado algo sale mal, dramáticamente en el peor momento y en el peor lugar, después del Tamburello que en Imola hasta el 94 se hizo a todo gas y luego siempre llegaba a todo gas en la inmersión del curva que lleva el nombre del inmortal Gilles Villenueve. El Simtec del piloto austriaco no consigue salir de esa curva, el alerón cede y el monoplaza, ingobernable, choca contra el muro de la pista a más de 300 por hora con un ángulo de impacto imposible.
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