Milán en la época del coronavirus

Entre el 13 y el 16 de febrero viajé libre y felizmente en mi moto entre Suiza, Francia y Alemania para ir al Altes Elefantentreffen. Ahora que me veo obligada a quedarme en casa debido a la pandemia, me parece ciencia ficción. Estaba conduciendo feliz, me estaba divirtiendo. Precisamente ese fin de semana Mattia, de 38 años de Codogno (LO), estaba corriendo una maratón y se sentía muy bien. Cuatro días después, sin embargo, se declaró el primer europeo infectado con el nuevo virus. Desde mediados de enero nadie sabía todavía que esta primacía pertenecía en realidad a Alemania: pero las autoridades teutónicas habían decidido mantener todo oculto. Desde el 20 de febrero todo ha llegado a un punto crítico, como bien sabéis. El anuncio de que Codogno, Casalpusterlengo y otros pueblos vecinos se convertían en zona roja fue impactante. ¿Zona roja? ¿No entras y no sales, como después de un terremoto? Increíble. El 22 de febrero, apenas dos días después del anuncio, ya estábamos paranoicos, pero nos subimos a la moto sin ningún tipo de vacilación psicológica. Fui a una exposición sobre robots en Milán Bicocca (lacittadeirobot.com) preguntándome si no sería peligroso. Había mucha gente, pero al día siguiente ya estaba cerrada, como todas las demás exposiciones. El día 23 se produjo el famoso ataque a los supermercados, decididamente prematuro, que nos hizo pensar en las películas de catástrofes de las que hablaba al principio, y que nos hizo descubrir el odio de los italianos por las plumas suaves y las mariposas. Mientras tanto, el virus se propagaba por toda Lombardía. El 24 de febrero Luigi Corrù, el legendario inventor de las carreras de la serie Sette Guadi, cumplió 60 años y organizó una fiesta en el bar que posee en su pueblo, en Cavenago d’Adda, a sólo 13 km en línea recta de la zona roja. En el chat creado para la ocasión, los invitados se dividieron entre los asustados (“No puedo arriesgarme a contagiar a mi familia para una fiesta”), los atrevidos (“La gripe hace más daño, qué queréis que sea”) y los fatalistas (“El virus está en todas partes ahora, más vale irnos a la fiesta”). El evento fue frenado por la ordenanza que obligaba a los bares a cerrar a las 6 de la tarde. Esta ordenanza fue luego revocada, porque el daño económico era grande y, aún así, parecía normal ir a bares y restaurantes por la noche. Yo también lo hice. En aquellos días empezamos a entender que no se trataba de una simple gripe, sino que hacíamos lo de siempre: ir a trabajar, ir a una pizzería, ir a esquiar, ir a exposiciones y, sobre todo, montar en moto, tanto para placer y hacer Servicios de Motociclismo: pruebas, turismo, presentaciones con periodistas de toda Europa. Luego vino la cancelación de todos los eventos, incluso los de temática motociclista. Algunos se resistieron, como el personal de la Feria de Cicloturismo, que primero nos envió el comunicado de prensa “Las tres razones por las que lo organizaremos de todos modos” y luego, dos días después, lo cancelaron.

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