Espiritualidad en la enfermedad, la cura (también) viene de aquí

Un capellán del hospital en la habitación de un paciente en el Policlínico Gemelli de Roma.

El Papa Francisco entregó recientemente un poderoso mensaje a los participantes en la Conferencia sobre la Declaración de Helsinki celebrada en el Vaticano, un evento organizado con la Pontificia Academia para la Vida. Recordó que el papel central del enfermo en el contexto de la medicina moderna aún no se ha realizado plenamente y subrayó la necesidad de su protección y promoción continuas. El Papa también instó a no reducir la asistencia sanitaria a una mera lógica de mercado y tecnológica, recordando que desde 1964 la Declaración de Helsinki tiene como objetivo orientar el pensamiento de la comunidad internacional hacia el servicio de la humanidad, basado en valores de amistad social y fraternidad. .

Su mensaje nos empujó a reexaminar nuestro trabajo en la práctica, el estudio y la enseñanza de los aspectos espirituales del cuidado. La reciente pandemia de Covid-19, aunque parezca lejana en la memoria, ha ofrecido la oportunidad de reevaluar el valor del trabajo de salud y estimular reflexiones sobre los costos económicos y los valores involucrados en el proceso de cuidar. Esta experiencia ha puesto de relieve la necesidad de una consideración más cuidadosa y un enfoque humanista y sostenible del derecho a la salud, valor fundamental de nuestra sociedad.

El sistema sanitario italiano, durante años, ha sufrido importantes recortes en términos de recursos y personal, lo que ha limitado gradualmente su capacidad para responder eficazmente a una carga sanitaria cada vez mayor y más compleja. La pandemia ha revelado abiertamente las deficiencias del sistema, en el que el personal sanitario a menudo ha llenado los vacíos estructurales con su heroísmo. Esto ha puesto de relieve la necesidad de un cambio en el paradigma de la atención sanitaria, donde la salud no sea sólo un activo que debe gestionarse económicamente sino un derecho fundamental que debe protegerse.

Precisamente durante la pandemia surgió el valor fundamental de las relaciones humanas en el proceso de tratamiento. La falta de contacto directo entre pacientes, familiares y personal sanitario ha puesto de relieve la importancia de la dimensión humana y relacional en el cuidado. Esto nos interroga directamente sobre el modelo actual de asistencia sanitaria, que con demasiada frecuencia se concentra en un enfoque tecnológico, con la consecuencia de dejar de lado la importancia del apoyo emocional, la consideración de los aspectos psicosociales de la enfermedad, el papel de las relaciones humanas y el deseo. buscar un sentido de respeto por lo que está sucediendo en la propia vida.

La pandemia también ha planteado dudas sobre el actual modelo económico de gestión sanitaria. Por ejemplo, el sistema DRG ha favorecido una lógica de ganancias basada en el volumen más que en la calidad de la atención, revelando los riesgos de una medicina industrializada que eclipsa las necesidades individuales de los pacientes, en favor de la eficiencia operativa y la productividad económica. Además, mostró cómo la salud se ve influenciada por factores que van más allá de la disponibilidad de atención médica avanzada. Las condiciones de vida, el bienestar económico y social y la equidad en el acceso a la atención son aspectos que contribuyen significativamente al bienestar general de la población. Esto requiere un enfoque de la salud que considere los aspectos de lo humano que no se sustentan en la mera prestación de servicios de salud.

Precisamente la agotadora temporada de la pandemia nos ha recordado que una atención adecuada a los problemas de salud de nuestra sociedad no puede descuidar a la propia población mayor, que se irá inundando progresivamente y que actualmente ronda los 14 millones de personas. Durante la pandemia, quienes más sufrieron durante este período fueron las personas mayores relegadas a sus casas o en RSA, aunque confinadas e incapaces de tener contactos y relaciones con personas importantes para ellos. Estas obligaciones, válidas para todas las personas, han tenido un resultado mucho más negativo para las personas mayores en términos cognitivos, sociales y relacionales. Son ellos los que no han podido recuperar los daños causados ​​por meses pasados ​​principalmente solos, confirmando así una vez más la centralidad de las relaciones. La reciente ley de protección de las personas mayores indica una nueva atención a esta cuestión que interesa y interesará cada vez más a toda la nación. Entre los otros derechos enumerados está el de poder tener relaciones con personas mayores.

Aquí surge inmediatamente el siguiente tema: cómo calcular el valor de las relaciones. Quizás podamos pensar retrospectivamente, como ocurrió con la pandemia, y comprobar que cancelar las relaciones penaliza al enfermo; esto requiere que estas dinámicas estén suficientemente garantizadas. Inmersos en una lógica económica donde sólo tiene valor lo que se puede verificar y objetivar, nos preguntamos: ¿cuánto vale una buena relación? ¿Cuán capacitados y preparados estamos para vivir relaciones capaces de apoyar a la persona que conocemos? Esta tensión se vuelve cada vez más problemática cuando se vive en un mundo que considera la egolatría capaz de dar sentido y orientar los propios pasos, donde el otro es percibido sólo como un instrumento capaz de satisfacer el propio beneficio y no, positivamente, como una oportunidad de enriquecimiento mutuo. La experiencia y los datos objetivos dicen que no es posible vivir “egocéntrico” si no se quiere perder una dimensión auténticamente humana. Para vivir plenamente como ser humano, cada uno de nosotros necesita dejarse moldear por relaciones buenas y positivas; de lo contrario se producirá un aplastamiento de la dimensión humana, lo que inevitablemente repercutirá también a nivel social.

De cara al futuro, es fundamental iniciar un proceso de renovación del sistema sanitario que tenga en cuenta estas lecciones. Esto implica no sólo la necesidad de invertir en mayor medida en recursos y personal sino también repensar los valores que guían la asistencia sanitaria, promoviendo un modelo de atención centrado en la persona y evaluando la eficacia de las intervenciones no sólo en términos económicos directos sino también para su impacto en la calidad de vida de los pacientes. Poner en el centro al enfermo, al anciano o al discapacitado no es una cuestión estrictamente individual. Más allá de la implicación personal del paciente, y más allá de la familia, está necesariamente implicada una dimensión social y relacional. La persona que enferma, que experimenta la condición de discapacidad y el anciano cuestionan y cuestionan a toda la comunidad, como nos recuerda y recuerda, por otra parte, nuestra Constitución. La dimensión puramente económica, por el contrario, corre el riesgo de dejar de lado estos aspectos, con el resultado de que sólo aquellos con mayores posibilidades económicas y capacidades organizativas se vean favorecidos en la posibilidad de obtener una atención adecuada.

Es urgente renovar el compromiso y el interés en la implementación del derecho a la salud, percibiéndolo como una de las más altas expresiones de la civilización. Un nuevo desafío que se está abriendo es el diálogo entre las estructuras públicas y las estructuras privadas con fines de lucro afiliadas y las estructuras privadas afiliadas sin fines de lucro. La creencia subyacente es que las buenas dinámicas capaces de construir perspectivas válidas y duraderas deben basarse en la confianza mutua y en la capacidad de superar posiciones ideológicas, permaneciendo abiertas a nuevas posibilidades y oportunidades para el bien de toda la comunidad, en particular de las personas más desfavorecidas. Lo que debe quedar claro para todos es que en el centro está la persona con todas sus necesidades y no otros intereses, que muchas veces se pasan por alto.

Otro hecho igualmente significativo es el progresivo alejamiento por parte de las generaciones jóvenes de las formas ya obsoletas de ofrecer y presentar discursos puramente religiosos, mientras la búsqueda de sentido a lo largo del camino de la vida sigue despertando interés. Muchas observaciones recientes ponen de relieve el paso de un modo de vivir la oración entendida como relación con Dios al deseo de cultivar y aprender a alcanzar la paz interior y la serenidad, con técnicas particulares. Parece que estamos asistiendo a un declive de las religiones entendidas en sus formas puramente comunitarias hacia formas más puramente solitarias que implican una menor exposición colectiva. El riesgo –parece bastante evidente– es avanzar hacia una espiritualidad superficial y autoterapéutica, en busca de un bienestar temporal. Esta lógica encuentra una confirmación continua a medida que se nos recuerda y recuerda constantemente a nivel sociocultural, es decir, la satisfacción inmediata de la necesidad. Sin embargo, debemos ser conscientes de que hacerlo promueve el crecimiento de personas incapaces de mantener largas esperas, presas continuamente de necesidades individuales que exigen ser satisfechas de inmediato. La realidad nos ayuda a comprender que los resultados creíbles a menudo aparecen sólo después de mucho tiempo y que lo que deseamos no siempre sucede. Esto significa tomar cada vez más conciencia de la propia dimensión humana.

En este contexto, la atención a la práctica y la enseñanza de la pastoral sanitaria, así como el reconocimiento de las necesidades espirituales de los pacientes, adquiere un papel no secundario. Hoy en día, la práctica espiritual a veces se reduce a un medio para mantener el equilibrio diario en lugar de un camino para buscar la iluminación o la sabiduría superior. Por tanto, es necesario reconsiderar el papel de la religiosidad en una tensión constante entre el bienestar personal y una conexión más amplia con lo trascendente. Esta conexión vital entre el individuo y lo trascendente va acompañada de una atención abierta a toda la comunidad y, por tanto, no cerrada sólo a la individualidad. Esta perspectiva puede conducir a una atención renovada hacia la necesidad de apoyar y reevaluar el derecho a la salud.

Para garantizar un futuro más completo y humanizado en el ámbito sanitario, es necesario introducir una formación universitaria dedicada a quienes realizarán asistencia espiritual en contextos sanitarios, siguiendo el ejemplo de muchos países occidentales. Además, es fundamental incluir la formación en temas espirituales como parte fundamental de la preparación de los profesionales de la salud.

El plan de estudios de formación debe centrarse en enseñar a los profesionales sanitarios cómo escuchar y responder a las necesidades espirituales de los pacientes, viendo la salud de forma integral, una realidad que abarca cuerpo, mente y espíritu. Este enfoque más atento puede contribuir a una atención personalizada y centrada en el ser humano, reconociendo la singularidad de las personas afectadas por enfermedades, que son seres humanos frágiles y vulnerables, que buscan esperanza en un mundo más acogedor.

Como ya se mencionó, es crucial promover una estrecha colaboración entre los diferentes actores del sector de la salud, que incluyen entidades tanto públicas como privadas, con y sin fines de lucro. Este compromiso continuo debe apuntar a garantizar una atención equitativa, accesible y centrada en las necesidades humanas. Esto requiere un compromiso constante con el fomento de la investigación y la innovación en el ámbito sanitario, no sólo para el desarrollo de nuevas tecnologías, sino también para la creación de modelos de atención más eficaces y humanos.

* Capellán de la Fundación Instituto Nacional del Cáncer Irccs – Milán

** Profesor asociado de Psicología Clínica – Departamento de Oncología y Hematooncología – Universidad de Milán

Los autores son editores del sitio web www.curaspirituale.it dedicado a la investigación, el diálogo y la formación sobre la espiritualidad en la asistencia médica. También son autores de «Espiritualidad en el cuidado. Diálogos entre clínica, psicología y pastoral” (San Paolo, 2022)

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