La esposa de Churchill y el paciente arte de mantener a un líder en tierra

“Mi mayor éxito fue poder convencer a mi esposa para que se casara conmigo” (Langworth, 2011, p. 511). Esta frase de Winston Churchill siempre me ha hecho pensar mucho. Churchill era el hombre que había liderado la resistencia del mundo occidental contra Hitler, que con sus discursos había convencido a su nación para contraatacar, que había ganado una guerra mundial y se había sentado a la mesa de negociaciones con los grandes del mundo. Uno hubiera esperado que contara las actividades públicas entre sus triunfos. En cambio, eligió algo mucho más simple y, si se quiere, común a muchos, como casarse con la mujer que estuvo a su lado durante más de cincuenta años. Ciertamente la frase es un ejemplo de la gran capacidad oratoria de Churchill, a quien le encantaba asombrar al público con sus aforismos. Pero si leemos el contenido de una carta de su esposa Clementine, entendemos que hay algo más en esa declaración que un simple eslogan.

Es el 27 de junio de 1940. Churchill llevaba poco más de un mes como primer ministro. En poco tiempo había logrado conjurar el peligro de un tratado de paz con Alemania, que habría significado sancionar el dominio de los nazis sobre toda Europa y que -según él- habría dado tiempo al ejército alemán para reagruparse para lanzar un ataque aún más fuerte.

Había llevado a cabo con éxito la Operación Dynamo, trayendo a los alemanes en Inglaterra a más de 300.000 soldados británicos y franceses atrapados después de su derrota en la batalla de Dunkerque. Además de los buques de guerra de la Marina británica, participaron cientos de barcos aportados por particulares, barcos pesqueros, pequeñas embarcaciones e incluso botes salvavidas. Debido a la complejidad y el peligro que enfrentan los participantes, esta operación también se conoce como el “milagro de Dunkerque”.

Estos éxitos personales no habían aliviado las dificultades de una situación dramática. Fue la ‘hora más oscura’, como la llamó Churchill, para Gran Bretaña y para Europa. Hitler acababa de entrar en París, Francia había firmado un armisticio y se había rendido dos días antes. El dictador alemán ya había conquistado Austria, Checoslovaquia, Dinamarca, Noruega, Holanda y Bélgica y Polonia. Italia siguió siendo un aliado fiel. Europa era suya.

El Reino Unido se quedó solo. Estados Unidos no pudo acudir en ayuda de su histórico aliado. El presidente Roosevelt estaba convencido de que el Congreso rechazaría cualquier intento de ir a la guerra en ausencia de un ataque directo a la nación.

Fue el momento más difícil para Churchill. Su hija Mary escribió en su diario que su padre “era consciente de la naturaleza letal del ataque que se estaba planeando al otro lado del Canal y, sobre todo, sabía que estábamos desnudos” (Owen, 2016, ítem 1260). También por eso «se conducía a sí mismo y a los demás con el látigo en la mano… debió volverse sumamente prepotente y tiránico con muchos de los que trabajaban con él» (ibídem.).

Su esposa Clementine, al reconocer un cambio en el comportamiento de su esposo, decidió tomar lápiz y papel y escribirle. Es interesante leer sus palabras (Soames, 1979, p. 291): “Cariño mío, Espero que me perdones si te digo algo que creo que deberías saber. Uno de los hombres de su equipo (un amigo leal) se me acercó y me dijo que existe el riesgo de que sus colegas y subordinados no le agraden debido a sus formas sarcásticas y autoritarias. Parece que tus secretarios privados han accedido a actuar como colegialas y tomar lo que venga para luego huir de tu presencia encogiéndose de hombros. Pero si presenta una propuesta a niveles superiores (por ejemplo, en una reunión), es tan desdeñoso que no se aceptarán ideas, buenas o malas, en ese momento. Estaba asombrado y conmocionado porque todos estos años me he acostumbrado a ver que todos los que trabajan contigo y debajo de ti te aman – pensé y me dijeron “sin duda es el estrés”.

Mi querido Winston. Debo confesar que he notado un deterioro en su comportamiento; no eres tan agradable como solías ser. Puedes dar órdenes y, si se hacen mal, excepto el rey, el arzobispo de Canterbury y el presidente de la Cámara, puedes despedir a cualquiera. A este inmenso poder debes unir los buenos modales, la amabilidad y, si es posible, la calma olímpica. Solías repetir “On ne règne sur les âmes que par le calme” [puoi governare gli altri solo con la calma, N.d.A.] – No puedo soportar que quienes te sirven a ti y al país no te quieran como yo te admiro y respeto. Tampoco obtendrá los mejores resultados con la ira y la mala educación. Cultivarán la repulsión o una actitud de esclavos. (¡La rebelión en tiempos de guerra está fuera de discusión!) Por favor, perdona a tu amada, devota y atenta, Clemmie»

Después de firmar, como es habitual, Clementine añadió el dibujo de un gato, con el que solía rubricar sus cartas a su marido, quien respondía poniendo el dibujo de un cerdito al pie de sus mensajes. Un gesto que da fe del cariño y la autoironía que unía a la pareja.

La carta de Clementine revela los síntomas de una actitud de orgullo creciente. Como escribe Owen (2016, pos. 1285), el hecho de que «estos síntomas no aumentaran en el período 1940-45 para dar lugar a un síndrome de arroganciase debe no poco a Clementina, que fue una esposa sincera y amorosa».

Tener a su lado a alguien que le pusiera los pies en la tierra fue uno de los elementos que ayudó a Churchill a afrontar uno de los momentos más duros de la historia mundial conservando el cariño y la colaboración de su equipo y su gente. Como dijo el sacerdote en el funeral de Clementine Churchill: “La vida y el éxito de un estadista a veces dependen del amor, la devoción, la perspicacia y el apoyo de una sola persona: su esposa” (Sabadin, 2018).

Tener a nuestro lado a una persona que nos devuelva a nuestra humanidad, que frene el orgullo y el sentido de omnipotencia asociados a los más altos cargos es fundamental. Es el único antídoto contra la tendencia natural del hombre a la altivez.

Lo sabían bien en la antigua Roma, donde habían institucionalizado este papel. Cuando un general entraba en la ciudad después de una victoria en la batalla era recibido en triunfo: la gente en la calle lo vitoreaba, rindiéndole tributo por la gesta heroica. Sin embargo, corría el riesgo de que se viera abrumado por el deseo de grandeza y el delirio de la omnipotencia. Por eso se instruyó a un esclavo, uno de los más humildes sirvientes, a recordar al autor la empresa de su naturaleza humana y mortal pronunciando, a ritmo regular, la frase Respice publicar usted. Hominem te recuerdo (“Mira detrás de ti, recuerda que eres un hombre”). Eres una persona normal, no eres invencible.

Para quien maneja roles de responsabilidad es fundamental tener a su lado personas que desempeñen ese rol, puede ser un compañero de vida, pero también un colaborador, un amigo, un hermano. Y es importante escuchar sus consejos incluso cuando parece más fácil creer que están equivocados.

De “Liderazgo. Teorías, técnicas, buenas prácticas y falsos mitos” de Gianluca Giansante, editorial Carocci, 184 páginas

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